Que rápido se fueron los años y que temprano se me hizo tarde, mi vida pasó tan de prisa que mi alma no alcanzó a envejecer al mismo tiempo que mi tronco atardecer. Pero no es la edad que tengo, sino lo que mi corazón siente y mi mente mande, a pesar de haber perdido la fuerza de mis años vividos y cobrando cuentas achaques escondidos está mi edad más que agradecida disfrutando un año más… ¡Apostándole a la vida!
Aprendí a ser padre, hermosa misión que jamás culmina, cuando menos acordé llegó el invierno a mi vejez cobrando su recompensa la dicha inmensa de ser abuelo, que mejor compensación para mis hijos que reeditar mis yerros a los hijos de mis hijos. Envejecimos de la mano mi esposa y yo, de dos generaciones ha sido formadora, abuela consentidora, columna vital de la familia, que a nuestros viejos años el amor que nos juramos, continua siendo la llamarada eterna de nuestro hogar.
Mis anhelos y mis triunfos fueron alcanzados, como también hubo ilusiones truncadas y lágrimas derramadas. Inicié en poblados mi profesión curando animales de campesinos nobles de corazón, como hospital un viejo corral de tablones y paja seca de mesa de operaciones. Transcurrieron los años ya con cuatro hijos, de las pequeñas especies me enamoré, pagando la osadía regresando con mis canas a la universidad, cantidad de perros y gatos enfermos por mis manos pasaban, sonreían cuando sanaban, siendo la mayor satisfacción de mi trabajo, por llamarle con respeto a lo que con gran cariño me dediqué, cambiando mi vida como nunca imaginé.
Fue un privilegio ser Maestro, un sinnúmero de alumnos pasaron por mis aulas de secundaria, forjándose emprendedores y personas de valores, que orgullo es verles ya de viejo, agradeciendo ellos con estribillos su formación, siendo el respeto mutuo la base de la educación. Que noble fue la docencia conmigo, sin darme cuenta pasé de la pasión a la pensión.
Que importan los años que acumulo, he vivido pleno sin disimulos, tengo más recuerdos gratos que arrepentimientos, llevo los años viejos para mirar con más calma, para gritar lo que pienso y hacer lo que quiero sin miedo al fracaso. Ya hice las paces con mi pasado, siendo un afortunado viviendo ya el futuro, llegué a la edad en que los sueños los puedo acariciar y las ilusiones se encuentran en un despertar, porque ya no pienso en lo que carezco, sino por todo lo que tengo agradezco… Familia, amigos y hogar.
Que importan los años que tengo, lo que vale es como me siento, tengo los años que necesito para decir a la vida: ¡Vida… estamos en paz!
Por: MVZ Francisco Núñez González