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Pequeñas especies

LA MASCOTA DE MI HIJA

MVZ Francisco Núñez González

Anteriormente, la mayoría de las familias tenían una mascota en casa. Recuerdo que cursaba el segundo año de primaria cuando mi padre llevó a casa nuestro primer perro, era un cachorro bóxer de dos meses de edad. Fui el afortunado al ser mi nombre el escogido para nuestra mascota entre seis hermanos… "Sultán". Fue tanto el cariño que le tuvimos, que después de años continuaron otros "Sultanes". Las mamás de antes no tenían el poder que ahora tienen para decidir si un perro se adoptaba o no en casa, siendo ellas las que se responsabilizaban de la mascota en todos los aspectos, como fue nuestro caso.

Las primeras cirugías que realicé aún de estudiante fueron cortes de cola, orejas y hernias en los cachorros de amigos, mi casa se convertía en hospital y mi madre me daba el sermón clásico, según ella me regañaba, algo tenía que decirme aunque no lo sintiera de corazón, pues su apoyo fue incondicional de toda la vida, nos responsabilizaba de nuestras tareas y la convivencia en el hogar se mantenía en armonía, estudiaba fuera de la ciudad la carrera de veterinaria y los fines de semana era cuando veía a mis mascotas y mis pacientes, mi madre estaba al tanto de todos llegando a encariñarse más que yo de las mascotas, agradeciéndole sus cuidados me decía, lo que hagas con amor y sinceridad regresa algún día, "Hijo mío, en esta vida todo se paga".

Alejandra, la segunda de mis hijas, estaba por terminar la carrera de veterinaria cuando me pide permiso para tener una perrita en casa para dedicarse a la crianza de cachorros, ya contábamos con "Kuchu" en casa, por eso se dirigió conmigo y no con su madre, conocía la respuesta de ella con anticipación. Inmediatamente, recordé mis inicios de la profesión y accedí apoyándola. No sé por qué siempre estuvo en mi mente que escogería la raza Chihuahua, ocupa poco espacio, fácil de manejar, carácter dócil y se invierte poco en alimentación, y cuál sería mi sorpresa que se trataba de una perrita Gran Danés o Dogo Alemán, tal vez fue mi culpa, pues nunca pregunté la raza y mi hija disimulada nunca lo mencionó hasta que llegó con su nueva mascota a casa. Se trataba de una perrita de lo más hermosa, por algo también la llaman el " Apolo de los perros" por su expresión bella, llena de gallardía e inteligencia, tenía cuarenta y cinco días de nacida, su pelaje gris Oxford con motas negras (color merle) muy activa y cariñosa, se frotaba en la pernera de mi pantalón como un gato para que la acariciara, no le hacía mucho caso porque no quería encariñarme con ella, aún no estaba muy de acuerdo en que se quedara y mi hija se entristecía, ya presentía las consecuencias de tenerla en casa y no me equivoqué. Inmediatamente, formó parte de la familia la pequeña mascota, incluso era yo quien le recordaba a mi hija sobre las vacunas y el corte de orejas. "Coco" fue el nombre de la mascota de mi hija, creció y vaya que creció, un enorme y hermoso ejemplar de los más grandes que haya visto, desapareció la perrita pequeña y frágil como así despareció el jardín de la casa, mis camisas del tendedero, el lavabo del baño, la carne asada de los domingos, las mangueras del jardín y de la lavadora, entre otras cosas, era muy traviesa. Tenía una fuerza tremenda, en una ocasión arrastró a mi hija por varios metros en el jardín donde la paseaba con la mayor facilidad, hasta que la fue entrenando. Pasaron los meses y "Coco" fue madre por primera vez antes de los dos años de edad. Recuerdo que mi hija ya se había recibido de Veterinaria. "Coco" presentaba un abdomen demasiado pletórico al fin de su gestación, mi hija se encontraba preocupada por su mascota, la notaba muy inquieta faltando dos o tres días para la fecha del parto, insistía en que le hiciéramos cesárea, pues la veía intranquila y nerviosa, siempre he sido partidario del parto normal y decidí que esperaríamos hasta la fecha del parto y a menos que se suscitara algún problema la operaríamos. Llegó el ansiado parto, mis hijas, Alejandra, que es veterinaria, Carolina y Sofía, que se encuentran estudiando la misma profesión, fueron las que se encargaron de recibir a los diez y siete cachorros durante las veinticuatro horas que tardó el parto, también se hicieron cargo de cortar y desinfectar el cordón umbilical, sobre todo a los últimos cachorros, así como de sus cuidados y de alimentarlos cada dos horas. "Coco" se encontraba exhausta, pero a la vez orgullosa de ser madre. Pasaron casi dos meses, se vendieron los cachorros y la última hembra color arlequín, preciosa con ojos azules, estuvieron a punto de comprarla, pero coincidió que un familiar había comprado otro cachorro en esos momentos; noté que mi hija se alegró, no tenía muchas ganas de venderla y no me equivoqué, se quedó en casa. "Mellee" incrementó la familia, madre e hija llamaban la atención cuando las paseaba, dos hermosos ejemplares también llamados "El gigante de los perros", de carácter inteligente, bueno y paciente con los niños, afectuosos con el dueño y desconfiados con extraños, pesaba más de sesenta kilogramos cada mascota, su alimentación era abundante como todo lo demás que hacían. Transcurrió el tiempo y no puedo decir que me alegró la noticia de que se irían de la casa este par de perros Alanos, mi hija se casaba y los llevaría a su nuevo hogar. Todo volvió a la normalidad en la casa, creció el jardín, regresaron las carnes asadas y no volvieron a desaparecer mis camisas, todos felices hasta que un día recibí la llamada de mi hija, notaba muy rara e inquieta a "Coco", la fui a ver pasadas de las ocho de la noche y me dijo que todo el día había estado bien, las había sacado a pasear y después de tomar agua empezó con esos síntomas raros. Inmediatamente me imaginé lo peor, aunque mi hija ya era veterinaria, no le quería dar mi diagnóstico hasta no estar completamente seguro de que se trataba de "Una torsión gástrica".

Desafortunadamente, las razas grandes tienden a presentar estos problemas, beben grandes cantidades de agua o de alimento, corren o saltan y su estómago gira trescientos sesenta grados sobre su eje, ocasionando que los extremos se estrangulen y no haya salida de alimento ni de gases, se fermenta el contenido gástrico y se infla el estómago, ocasionando un dolor agudo en el paciente y lamentablemente la mayoría de las veces es mortal. Le apliqué algunos medicamentos, analgésicos, antiespasmódicos, inhibidores de ácidos gástricos, entre otros, le dije a mi hija que si no veía mejoría me llamara para operarla. Intervenimos a "Coco" a las dos de la madrugada, pero desafortunadamente en la mañana había fallecido su querida mascota.

Hoy, mi hija Alejandra imparte clases como alguna vez lo hice al inicio de mi profesión, cuenta con su Clínica Veterinaria como su padre, a su hijo Orlandito de dos años de edad le fascinan los perros como a su abuelo, es un deleite verle jugar con "Mellee" y aún sin conocer la frase: "El perro es un miembro más de la familia", mi nieto ya lo sabe y la quiere mucho, ella fiel a su raza demuestra su reciprocidad actuando como ¡Su ángel de la guarda! Bien decía mi madre: "No cabe duda que en esta vida todo se paga".

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