Estaba por cerrar la clínica cuando entró un joven de aproximadamente catorce años de edad, me solicitaba ir a su domicilio para revisar una gatita que se encontraba enferma, se trataba de una familia que adora a los gatos, cuentan con cinco de ellos, todos hermosos y bien nutridos felinos de la raza siamés. El caso no me parecía de urgencia, inmediatamente nos damos cuenta de la gravedad del enfermo en muchas de las ocasiones por la angustia del cliente, ya había acudido anteriormente a su domicilio para atender otras consultas, así que no me preocupé por el momento de este nuevo llamado.
Al preguntar sobre el comportamiento del enfermo, me contesta con mucha tranquilidad, está haciendo muy raro, en ocasiones hay que ser insistente y sacar los síntomas del paciente a los propietarios con mucho detalle, pues necesitamos ir preparados para el problema específico con el que nos vamos a enfrentar. Recuerdo que al principio de mi profesión trabajaba en el medio rural, y cuando necesitaban de mis servicios, la gente del campo sólo me decía que su vaca estaba enferma, y al preguntarles que le notaban, algunos me decían: doctor, noto a la vaca "muy pensativa", y esos signos del paciente no me servían de mucha ayuda para ir preparado con los medicamentos adecuados.
Está haciendo muy raro, me dijo el joven propietario, le contesté: ¿acaso tiene diarrea o vómito, ha dejado de comer, se queja, estornuda, tose, alguna herida? Como que le dan ataques, y se quedaba callado, yo esperaba más detalles, ¿y seguido le dan esos ataques?, le pregunté, no, nunca le había dado, me contestó, ¿cuánto tiempo duran esos ataques? Ya tiene mucho, desde que llegó de la calle, ¿hace cuánto tiempo?, le pregunté, hace más de tres horas, me dijo, voy enseguida, y dejé lo que estaba haciendo para ir a la consulta inmediatamente. Fue entonces cuando me di cuenta que trataba con un joven difícil de impresionar, de una gran calma, todo lo contrario a mi carácter.
Estaba seguro que se trataba de una intoxicación, así que me apresuré a poner en el maletín los medicamentos que fuese a necesitar, y sin perder más tiempo, me dirigí al domicilio. Afortunadamente, se encontraba cerca del consultorio. Se trataba de "Esfera", una gatita siamés de un año de edad aproximadamente, de lo más simpática y cariñosa, de un carácter extremadamente amigable. La encontré en el suelo dentro del cuarto de servicio, se convulsionaba de manera impresionante, lo primero que se me vino a la mente fue quitarle el dolor, así que le administre un fuerte sedante y la puse a dormir profundamente, la familia se encontraba angustiada al ver el sufrimiento de "Esfera", incluso me sugirieron dormirla para siempre, también llegue a pensar lo mismo, pero al verla ya tranquila profundamente dormida, sin esa expresión de dolor, me dirigí a ellos y les dije: vamos a darle una oportunidad a "Esfera", por el momento ha dejado de sufrir, le administré suero y algunos medicamentos para contrarrestar el efecto del determinado "veneno" que pudo haber ingerido, no tenía caso hacerle un lavado gástrico debido a que ya habían transcurrido varias horas desde la ingesta, así que el tóxico se encontraba ya digerido por su organismo.
En más de las ocasiones, lo que ocasiona la muerte de los animales no es la enfermedad en sí, sino el dolor insoportable, como en este caso. Si les evitamos el sufrimiento, es muy probable que tengamos la mitad de la batalla ganada y también lo empleamos como último recurso cuando desconocemos contra "Que" estamos luchando.
No pasaron dos semanas cuando de nuevo me encontraba en la misma casa atendiendo a "Lucas", un felino extremadamente desconfiado y malhumorado, todo lo contrario del carácter de "Esfera". Tenía en una de sus patas un absceso producto de sus pleitos callejeros; después de la inyección, inmediatamente se vengó, dejándome un ligero recuerdo en mi dedo con sus afiladas garras después de haber batallado una hora en desinfectar e inyectar a "Lucas", trajeron en brazos a "Esfera", la gatita amorosa y tierna que hace unos días estuvo tan cerca de morir y verle ahora gozando de la vida y ronroneando como agradeciendo discretamente la visita, fue la mejor recompensa que un veterinario puede recibir de sus pacientes, donde una vez más me viene a la mente la acertada frase de Hipócrates: "Quitar el dolor es obra divina".
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