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PEQUEÑAS ESPECIES

UNA INYECCIÓN MILAGROSA

MVZ FRANCISCO NÚÑEZ GONZÁLEZ

Cuando recién egresé de la facultad, conseguí el trabajo de veterinario rural en los límites del estado de Durango con Zacatecas en el municipio de Súchil, donde mi única experiencia en cirugías era la clase de técnicas quirúrgicas en la escuela. En el campo, tenía que ir preparado con mi maletín para cualquier urgencia, así se tratase de un resfriado en un cordero o realizar una cesárea en una vaca de seiscientos kilogramos de peso como lo llegué hacer no sin temblarme las piernas al principio frente a veinte espectadores.

Otro de mis aliados en el campo fueron los libros, sobre todo el de farmacología de Meyer Jones y la patología de Hutyra Mareck, recuerdo a un ex maestro de la escuela que trabajaba también para el gobierno en el programa de sanidad animal que fue de gran apoyo, él realizaba sus visitas mensualmente mientras yo radicaba en el lugar, lo auxiliaba en las campañas de vacunación que había en ese entonces: encefalitis equina venezolana y cólera porcino, que era con la que trabajábamos.

Eran miles de cerdos en el municipio y nos apoyábamos con estudiantes de la facultad para vacunarlos, la manera de atrapar a los cerdos era lazándolos en plena estampida, pues no se encontraban confinados, no vacunábamos hembras gestantes porque podían abortar, los campesinos les llamaban "corridas" o preñadas. Uno de los estudiantes perseguía a los cerdos, y al capturar a una hembra, los dueños le decían: "Doctor, esa marrana está corrida", y él contestaba con la voz entrecortada por la fatiga de perseguirla desconociendo lo que significaba "corrida": "¡No importa que esté cansada, así la vacunamos!" Hoy le recuerdo la anécdota al ahora doctor y siempre nos causa gracia.

Uno de los expertos "lazadores" que nos apoyaba me decía: "Doctor, hay que inyectar de una vez a las preñadas para que las crías nazcan vacunaditas". Logré hacer una magnífica amistad con mi ex maestro, nos identificamos tan bien que antes de iniciar algún trabajo nos deteníamos al pasar por un puesto de comida con excelente aroma a desayunar y lo mismo hacíamos al terminar la jornada para comer opíparamente.

En una ocasión, se presentó una enfermedad en los bovinos de la región, se trataba de Actynobacilosis Bovina, el tratamiento consistía en yoduro de sodio y antibióticos (estoy hablando de treinta y ocho años atrás, por si les causa asombro a mis colegas), lo aplicábamos por vía endovenosa a través de una sonda y resultaba sumamente exitoso.

En una ocasión, fui a atender una vaca que había sido mordida por una víbora según el propietario, tenía inflamado el hocico más del doble de su tamaño normal, pero no presentaba signos de intoxicación de veneno ponzoñoso, se trataba de actynobacilosis, pero insistía que era picadura de una cascabel. Le dije que el medicamento que recomendaba era por vía intravenosa y tenía que revisar a la vaca para verificar que no estuviese gestante, pues podía resultar abortivo el tratamiento. Me coloqué un guante y palpé al animal por vía rectal resultando con cinco meses de gestación. Le mencioné los riesgos con el tratamiento y que decidiera entre la cría o curar a la madre y probablemente perdiendo la cría.

No faltó la pregunta del dueño una vez más: "¿Pero está seguro doctor que no es picadura de víbora?", contesté firmemente: "Cien por ciento seguro, amigo mío". Apliqué el tratamiento y llegando a la casa donde me hospedaba en el pequeño pueblo, abrí mi libro de patología para cerciorarme y ahí vi la misma foto inconfundible del caso de la vaca con el hocico que parecía sonreír de lo inflamado por la actynobacilosis y esbocé también la misma sonrisa. Afortunadamente, la vaca mejoró rápidamente y tuvo a su cría normal, se hizo famosa la inyección intravenosa de ese tratamiento que cuando llegaban los dueños de animales enfermos a buscarme, me decían: "Doctor, mi vaca está enferma, vengo a que le ponga la 'inyección intravenenosa'".

Pasaron los años y me encontraba trabajando en la zona semidesértica de Durango en el municipio de Mapimí, donde el silencio imperaba majestuosamente en los agostaderos y la vegetación mágica del desierto hacia brotar sobre los cactus y arbustos espinosos las pequeñas flores con radiantes colores a pesar de la escasa lluvia de la región; afortunadamente, los dueños de los animales me tenían la confianza después de haber visto la recuperación de sus animales con los tratamientos aplicados y sobre todo a los que había tenido la fortuna de salvar a través de una cirugía; en el medio rural corría la noticia extremadamente rápida y más si era negativa para el veterinario. No era la primera vez que me encontraba atendiendo a un señor muy atento que contaba con cinco vacas, me tenía confianza después de haber operado a una de sus vacas al extraer de su estómago una suela de llanta de huarache, un sombrero y tres metros de soga plastificada, me decía: "Veterinario, quiero que vaya al rancho para que cure a mi vaca enferma, desde ayer no se levanta y tiene la cabeza torcida hacia atrás", sólo le pregunté: "¿tuvo cría?", me contestó afirmativamente con cierta angustia.

Llegamos a la propiedad sumamente modesta, se trataba de una vaca pinta de negro de más de quinientos kilogramos de peso; efectivamente, se encontraba con la respiración muy agitada y echada en el corral con la cabeza volteada hacia un lado viendo hacia atrás con los ojos en blanco, inmediatamente empezó a juntarse el público y empecé a repartir los utensilios que necesitaría, a uno le di la botella de calcio, a otro las vitaminas, a otro el alcohol y la venoclísis, localicé la yugular del animal y de un certero movimiento introduje la aguja en la vena y empezó a salir el chorro de sangre copiosamente. Inmediatamente, coloqué la venoclísis con el calcio y en cuestión de tres minutos la vaca se encontraba incorporada olfateando a su cría, le expliqué de la enfermedad que se trataba, "Hipocalcemia o Fiebre de leche", que es una deficiencia en el organismo de calcio y fosforo por el tipo de alimentación y sobre todo por la descompensación al momento del parto y lactancia. Se trataba de una enfermedad fácil de diagnosticar, muy común, que puede ser mortal, sencilla de tratar y sobre todo el paciente responde rápidamente que hace ver bien al veterinario.

El propietario me dio las gracias y me dijo. "Veterinario, ¡qué milagrosa es la inyección intravenenosa!

pequenas_especies@hotmail.com

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