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Pequeñas especies

LA CLÍNICA DE CAMPO

No siempre tuve la oportunidad de trabajar en una clínica veterinaria en la ciudad, la comodidad de recibir a los pacientes detrás de un escritorio con una bata blanca, enviar al laboratorio muestras para realizar un diagnostico acertado, tomar una radiografía antes de realizar una cirugía, contar con el equipo perfectamente esterilizado, la ayuda de un colega en una intervención quirúrgica, tantas ventajas y comodidades en comparación a trabajar en el campo a más de 100 kilómetros de la ciudad, como fue el inicio de mi profesión, donde guardo gratísimos momentos.

Recuerdo cuando realizaba las cirugías donde la sala de operación era la paja de un corral, la fuente de luz eran los faros de un vehículo, todo mi equipo no era más que lo que cabía en un viejo maletín negro de piel, contenía el medicamento para cualquier emergencia, un estuche de disecciones que me servía para realizar una pequeña cirugía de un tumor en una cabra o hasta hacer una cesárea en una vaca de media tonelada de peso. Tenía que estar preparado para cualquier emergencia de la especie animal que fuese y a la hora que se ofreciera, resultaba muy fácil localizarme en un pueblo tan pequeño (Súchil) en el estado de Durango en los años setenta.

Fue una magnífica experiencia la clínica de campo al inicio de mi profesión, aunque la Facultad de Veterinaria me dio todos los recursos a su alcance, la práctica la teníamos que desarrollar por nuestra cuenta. Admito que al principio me temblaban las piernas, pero tenía que estar convencido y hablar con seguridad al consultar al animal enfermo, donde los dueños me cuestionaban esperando el diagnostico de la enfermedad y casi al mismo tiempo el tratamiento y la curación del animal, donde lamentablemente en esos lugares no cuenta uno con el apoyo de un laboratorio o la radiografía que me sacaba de dudas o simplemente la opinión de otro colega para confirmar el diagnóstico, es la prueba de fuego para todo veterinario recién egresado.

De mis primeras consultas, fue atender el parto de una cerda que no podía tener sus crías; de inmediato pensé: "pan comido", una inyección de oxitocina y expulsará a los animalitos uno tras otro, pero cual sería mi sorpresa que tenía días en el trabajo de parto, completamente exhausta y ninguna esperanza de parto normal, la cesárea era la única solución. En ese mismo lugar, con el piso de tierra, realicé la cirugía, pero lamentablemente los cerditos se encontraban muertos y días después hasta la madre murió y lo más triste de todo fue que se trataba de una familia muy humilde. Fue un inicio muy duro para mí, pero hubiera sido más difícil si no hubiera hecho algo al respecto, incluso llegué a pensar que me rechazarían por mi fracaso, pero no fue así, comprendieron el riesgo de la operación y lo grave que se encontraba el animal, y eso fue uno de los motivos para ganarme la confianza de la gente, con aquellas sencillas personas que ciegamente creen en ti para devolverles la salud de sus animales, que es todo el patrimonio que poseen.

No transcurrió una semana cuando se me presentó otra consulta "especial", fue el de una cerda que llevaba días de haber tenido a sus crías, presentaba anorexia, postración, fiebre, deshidratación y convulsiones, y lo que más me llamó la atención fue la espuma que emanaba de la boca del animal. Se encontraba en un pequeño corral en condiciones precarias, los dueños eran una familia muy humilde formada por un matrimonio joven con más de seis hijos pequeños que alcancé a contar a simple vista, se veían muy contentos con la visita del veterinario. Lamentablemente, su único patrimonio se encontraba muy enferma. Apliqué algunos medicamentos para la fiebre e infección y les recomendé no tuvieran contacto, y si llegaba a morir, me informaran de inmediato. Al día siguiente, me trasladaba a la ciudad en el primer camión de ruta con la cabeza de mi paciente en hielo para realizar el diagnostico de rabia, sospeché de esa enfermedad desde un principio y lo que más temía era el contacto de los niños que habían tenido con el animal previo a mi recomendación. Al llegar al laboratorio de patología animal, recuerdo que la doctora que recibió la muestra me hacía preguntas con cierto sarcasmo al dudar de mi diagnóstico, y no conforme me reprendía por llevar la muestra hasta ese día y por la forma errónea que llevé el espécimen sin abundante hielo en un recipiente inadecuado. Sabía la doctora que el traslado era de horas a la ciudad, que no contaba con vehículo y que me encontraba recién egresado, pues ella me había impartido clases. Al estar esperando el resultado, sentí una especie de frustración, creo que todo fue en vano, deben de estar riéndose de mi diagnóstico, aunque hice todo lo mejor que estuvo a mi alcance y todo para nada. Después de más de una hora, sale la doctora con una sonrisa diferente, agitando la hoja de resultados, y me dice con cierto jubilo: Salió positiva su muestra doctor, efectivamente, es rabia lo que tuvo su paciente.

Recuperé mi energía, pero sobre todo mi autoestima. Inmediatamente, me trasladé al poblado y me dirigí al Centro de salud para que ellos se encargaran de las medidas necesarias en lo que respecta a salud humana, hasta aquí me competía como veterinario.

Esa fue una de mis grandes satisfacciones, haber apoyado a esas familias humildes y agradecidas, recuperar la salud de sus animales, evitar la propagación de enfermedades a esos niños que tienen toda la vida por delante, eso no tiene precio.

La honestidad y la humildad son valores que emanan de esa gente sencilla y franca del campo que ofrecen todo a cambio de nada. Valores que compartíamos durante más de diez años al haber "trabajado con ellos", o mejor dicho, haber "aprendido con ellos".

Los valores es la llave mágica que abre el camino del éxito en cualquier trabajo, y sobre todo, en nuestra bendita misión de preservar la salud de las pequeñas especies.

  Por: MVZ Francisco Núñez González

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