HISTORIA DE UN ALBERGUE
Lo vi frente a las jaulas, era una persona mayor, andaba despacio, cansado, parándose frente a cada uno de los perros y acercándoles su mano para que la olieran. Me acerqué hasta él y le pregunté si podía ayudarle en algo, entonces levantó la vista de los perros y por primera vez me miró.
No hubiera necesitado contestarme nada, no hacía falta, hay miradas que hablan solas, que no necesitan gestos ni palabras. Me sonrió, y con una de esas voces sabias y serenas, lentas y pausadas, de esas que sólo los años saben templar y endulzar, me saludó: - Hola, ¿qué tal estas? No le contesté, sólo le sonreí. - Ves ese perro, me siguió hablando. - ¡Que cariñoso es! ¡Adiós bonito! Toda la suerte y el amor del mundo para ti. ¡Adiós! Se incorporó y me siguió contando: - Verás, ando buscando un perro, un perro normal que no tenga más raza que la de ser perro, uno de esos chuchos que a mí siempre me han encantado, en fin, no quiero que sea precioso ni muy guapo; por otra parte, a mi edad ya sólo soy capaz de ver la belleza que vive en el interior de cada uno, tampoco deseo que sea muy joven, yo ya no lo soy, ni que esté pletórico de fuerzas, sin achaque alguno porque, sino, ¿con quién compartiría yo los míos? Bueno, está bien, en fin, te voy a ser sincero, creo que tú puedes entenderme, en realidad da igual lo que yo quiera o desee, no busco nada, sólo un perrillo que al verme se decida por mí y me adopte como dueño, vamos, como amigo, pero... un amigo de esos de los de toda la vida, uno de los de antes, bueno, de los de ahora, en fin, de los de siempre, no sé, ¿crees que encontraré alguno?
Estaba emocionado, creo que desde que llegué al albergue y me enamoré de cada uno de los animales abandonados, había querido conocer a alguien como él, alguien que me dijera algo así. Le contesté como pude, por supuesto que lo encontrarás, encontrarás a él y él te encontrará a ti. Gracias, muchas gracias, me gritó mientras seguía caminando entre ladridos, lloriqueos y besitos a los perros.
Lo dejé tranquilo en su búsqueda y me marché, no lo volví a ver hasta mucho más tarde, cuando ya se alejaba del albergue con un perrillo sobre sus brazos. Entonces, corrí hasta alcanzarlo y cuando estuve frente a él, me lo encontré llorando, me dijo: - Que especial es, ¿verdad? Está viejo y triste, cansado probablemente de vivir, en cuanto me vio se acercó hasta los barrotes de su jaula y no paró de llorar hasta que pudo acomodarse sobre mis brazos, en fin, me adoptó como dueño y yo ya soy suyo para siempre. Lo abracé y le di las gracias por todo, pero, sobre todo, por ser como era.
No supe más de ellos hasta que la semana pasada un hombre me trajo un sobre sin remitente ni destinatario, en su interior encontré sólo una foto de ambos, del perro y de su dueño. Intrigado le pregunté quien la envía y entonces me contó todo.
Era amigo mío y me pidió que si alguna vez le pasaba algo a él, le trajera al perro y hasta la foto de ellos para que pudiera ver lo felices que fueron mientras estuvieron juntos. Murió hace quince días, no pude decirle nada, sólo miraba y miraba la foto. - ¿Y el perro? Le pregunté de pronto. - Fue increíble. Le acompañó hasta el final, una semana más tarde también murió. Le di las gracias y me marché a andar entre las jaulas, hay veces que sólo el aire consigue secarte las lágrimas y hacerte olvidar o recordar. Yo aquel día sólo quise recordar para siempre esta historia llena de felicidad y de pena, de alegría y de tristeza, una historia como la vida misma.
Alguien dijo alguna vez que la felicidad es de las pocas cosas que según la compartes, según la divides y repartes, más se multiplica.
Por: MVZ Francisco Núñez González