EL EXAMEN PROFESIONAL
(Segunda y última parte)
Afortunadamente, era sábado y no había clases en la facultad. Recuerdo que solicité el examen profesional sin público, así no tendría distracción alguna para poder concentrarme en las respuestas a los sinodales. El examen consistía en dos etapas (teórico y práctico) con una duración de cuatro horas. Jamás había vestido tan elegante con un traje de lana dentro de una granja de cerdos, ahí fue mi primer evaluación. Empecé con el pie derecho, tal y como lo había previsto, el médico especialista en esa área me preguntó sobre enfermedades y programa de vacunas, así como el manejo del recién nacido, contestaba seriamente a sus preguntas, sentí que hasta las enormes cerdas que se encontraban amamantando a sus puerquitos estaban atentas a mis respuestas.
Enseguida, me condujeron a los corrales del ganado bovino de engorda, el doctor solicitó mi opinión sobre las instalaciones y otra serie de preguntas que afortunadamente conocía la respuesta, todo parecía sonreírme, hasta los novillos los notaba alegres. El tercer sinodal, especialista en aves, donde supuestamente me sentía "más fuerte", sabía perfectamente que había hecho mi tesis en aves, así que me preparó una jugada que no esperaba y me condujo a las instalaciones del ganado bovino lechero, recuerdo que le dije: Doctor, las aves están en otra dirección, y con cierta sonrisa sarcástica me dijo: Eso ya lo sé, y me hizo todas las preguntas encaminadas hacia las enfermedades y tratamientos relacionados con el ganado lechero, de aves ni una sola pregunta.
Por suerte, durante las vacaciones, de estudiante iba de aprendiz con un veterinario a sus visitas a establos lecheros y nos permitía "meter mano" a sus pacientes, inseminando y administrando tratamientos, eso me ayudó a responder a las preguntas, por primera vez no vi a las vacas sonreír.
Estando dentro del aula en la segunda etapa en el examen teórico, estaba resultando más ameno de lo que me imaginaba, me preguntaban sobre los casos clínicos que atendía en mi trabajo, sobre las enfermedades y tratamientos que otorgaba a mis pacientes. Recuerdo que les mencioné una enfermedad muy común en las vacas de esa región, la Actynobacilosis.
Todo iba de maravilla en el examen oral, y casi por terminarlo, se me ocurrió hacer una pregunta: ¿Cómo influía en vacas gestantes el tratamiento con yoduro de sodio como causa de aborto en la Actynobacilosis? Uno de ellos me respondió: Muy buena pregunta. ¡Contéstala tú mismo! Recuerdo que los otros sinodales dijeron sonrientes: "Hasta que lo pescamos en una".
Me dieron mi buen jalón de orejas, pero gracias a ello, me di cuenta que el estudio y la preparación jamás termina, que realmente me encontraba "en pañales" para desempeñar la profesión y que todavía tenía mucho camino por recorrer. Después, me solicitaron salir del aula para deliberar los sinodales. Pasaron varios minutos, y al abrirse la puerta, me preguntó al oído el doctor que había sido mi asesor de tesis: ¿Te dieron en rectoría las monedas con la R?
Le respondí afirmativamente, coloqué las cosas sobre la mesa: ¿Quiere que las vaya a buscar? No déjalo, dijo cerrando la puerta, pasaron otros largos minutos y poco después me invitaron a pasar a la biblioteca. Fue entonces donde me dieron la grata noticia que por unanimidad me otorgaban la aprobación de mi examen profesional, recibí felicitaciones por la forma en que me desempeñé en el examen, me exhortaron a que jamás abandonara los libros y me recordaron que debía ser siempre humilde en nuestra profesión.
Extendí mi brazo y mencioné por fin: ¡El hermoso Juramento Veterinario! Firmé las actas y el enorme libro de Rectoría y por último el abrazo a los sinodales diciéndome: "Bienvenido al gremio, colega"; esas palabras dichas por mis maestros, fue algo grandioso.
Al momento que salí de la biblioteca de la facultad, brincaba de gusto y alcancé a oír un tintineo que venía del fondo de la bolsa interior de mi saco. Eran las tres monedas de plata con la letra R, que extrañamente habían permanecido ahí todo el tiempo.