Antes de continuar con la primera historia de perros después de algunos años de ausencia, "A mis sesenta años", quiero dar las gracias a todas esas maravillosas personas que aman a sus animales, que pacientemente esperaron que llegaría una segunda parte de Pequeñas Especies, aún yo desconociéndolo.
Me encontraba en consulta con "Sheily", una perrita Hoskie siberiano de unos cinco años de edad aproximadamente, muy tranquila y accesible para su revisión, su semblante era triste y presentaba algo de dolor, poseía el setenta por ciento de las características de esta raza.
Presentaba problemas gastrointestinales, vómito, diarrea, falta de apetito, postración y aumento en el consumo de agua, desnutrición, un pelaje sin brillo, los demás signos se encontraban normales, como frecuencia cardíaca, temperatura y respiración, entre otras.
Con el paso de los años, un veterinario vetusto se vuelve muy perspicaz, en ocasiones observamos signos que no concuerdan, por ejemplo, la sintomatología del paciente con la historia clínica que nos describe el propietario. En el caso de "Sheily", el dueño se notaba que atendía muy bien a su mascota y se encontraba preocupado, la lógica nos decía que no debería de estar en esa constitución física por los buenos cuidados.
Por la sintomatología, el estado nutricional y el pelaje irsuto de la paciente, sospechaba de una infección gastrointestinal, aunado con algún problema parasitario, al hacer su anamnesis resultó que recién la había adoptado y se encontraba con sus vacunas y su desparasitación al corriente, sin lograrme decir específicamente contra que estaba desparasitada su mascota y que vacunas le habían aplicado.
Le recomendé un examen coproparasitoscópico para "Sheily", pero por el estado físico de la paciente, era muy importante empezar con un tratamiento a base de antibióticos, fluidos, antidiarréicos, analgésicos, antiespasmódicos, protectores gástricos, desparasitantes y otras cosas. Sé que habrá colegas nuevos que empezarán a leerme por primera vez y espero no decepcionarlos con mis tratamientos que utilizo y si algo favorece en mi defensa, me encuentro aún vigente con certificación y especialidad en perros y gatos y en la Asociación de Especialistas de Veterinarios en Pequeñas Especies.
Recuerdo que después de aplicar algunos medicamentos, le dije que si no se presentaba algún otro cambio la enfermedad, dentro de pocos días se encontraría con gran apetito y empezaríamos a ver resultados. Al sexto día, recibí una llamada telefónica diciéndome que "Sheily" había mejorado, ya no presentaba vómito ni diarrea y su apetito normal, pero la notaban muy rara, y les pedí que la trajeran inmediatamente al consultorio.
Al ver entrar al dueño con "Sheily" cargandola en brazos y por los signos que mostraba, de inmediato me di cuenta de qué enfermedad se trataba, aún con los años de experiencia y ver a diario diferentes enfermedades, jamás nos llegaremos a acostumbrar los veterinarios dedicados a las pequeñas especies dar el desagradable diagnóstico de una enfermedad terminal a los propietarios, sabiendo que nosotros ya no podemos hacer nada al respecto sobre nuestro paciente. Al volver a auscultar a "Sheily", los espasmos musculares, los signos nerviosos, la sintomatología anterior, no daba la menor duda que se trataba de la Enfermedad de Carré, Distemper o Moquillo Canino. Estos síntomas nerviosos se ocultaban en la primera consulta, ya que se encontraba el virus en periodo de incubación. Inmediatamente, su dueño me pide que le demos algún tratamiento, le expliqué como la enfermedad daña al sistema nervioso y las lesiones son irreversibles. Desafortunadamente, la mayoría de los pacientes fallece a pesar de los nuevos fármacos antivirales que existen hoy en día, en la mayoría de los casos, el paciente no responde al tratamiento y en el caso de sobrevivir, quedan secuelas y el perro padecería una vejez prematura y su vida sería mucho más corta, la otra alternativa lamentablemente era la eutanasia con una sobredosis de anestésicos.
Pronto empezarían las convulsiones y cada vez serían más continuas y esa no sería una calidad de vida para "Sheily", vi como se escurría una lágrima discreta en su dueño y me dijo que ya había empezado con las convulsiones.
Me preguntó sobre la vacuna de la perrita que le habían aplicado y el mismo se contestaba, que posiblemente no la habían aplicado, que deberían de ser honestos al dar en adopción a esos animales indefensos, al menos para que los nuevos dueños apliquen las vacunas necesarias. Tal vez si estaba vacunada, le dije, y posiblemente se trataba de esos casos raros en que no hay respuesta inmunológica de la mascota hacia la vacuna o tal vez ya necesitaba una revacunación.
Le di la alternativa de solicitar otra opinión, de preferencia, con un Veterinario especialista, pues habrá quienes tomen el caso, sabiendo de antemano ellos cual será el desenlace del paciente y se aprovechen del momento de angustia del dueño y tengan hospitalizado al paciente hasta que fallezca.
Durante unos minutos lo meditó, habló por teléfono y poco tiempo después llegó un familiar al consultorio y procedí a dormir a la querida "Sheily".
Se recomienda cuando adopten o compren a una mascota, acudir con un veterinario dedicado a las pequeñas especies establecido en una clínica veterinaria. Desafortunadamente, hay quienes aplican vacunas en campañas dudosas y con un mal manejo del biológico hará que ese virus o bacteria que contenga la vacuna se inactive y muera por el calor, rayos del sol, alcohol o cualquier desinfectante, jeringas contaminadas o simplemente un cambio brusco de temperatura. No le pasará nada a la mascota si se le aplica una vacuna en mal estado, sencillamente no desarrollará anticuerpos y no quedará protegida la mascota contra esa enfermedad.
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