Pide y se te dará
Amanezco y siento un hueco en la boca del estómago, reviso si el sueño me provocó angustia y ni si quiera me acuerdo lo que soñé, repaso mis pendientes y son los mismos que cargo hace tiempo, luego observo mi cuerpo por si me pudiera dar alguna señal que hubiera pasado desapercibida, encuentro que el corazón me sigue doliendo y desde ahí me voy explicando cosas.
Cuando se postergan las decisiones no es que estas se queden en un limbo, en un stand by hasta que se nos ocurra atenderlas, lo que sucede es que la procrastinación favorece que las huellas de lo no decidido se metan cual virus letal en nuestra información genética. ¿Y qué pasa con ello? Que lo cargamos día y noche, sería extraordinario que, como se dice, pudiéramos guardar en un cajón todo lo que no hemos podido resolver, todos nuestros temores, todos los sí y los no que no nos hemos atrevido a pronunciar. Lo cierto es que uno puede autodiagnosticarse con 'anfibulia', que es la incapacidad de decidir, esta 'patología' del carácter termina por manifestarse en enfermedad.
¿Cómo se llega a esa sensación de angustia permanente? Estoy convencida que se llega ahí porque no atendemos cada plano de nuestra existencia: el plano físico, el emocional y el espiritual.
Una noche de celebración con amigas caímos en el tema de la muerte, que paradójico, celebrábamos la vida y fue inevitable hablar de ello, y surgieron las dudas de la reencarnación, de la trascendencia, de lo que nos espera en el más allá. Me quedé pensando en lo que sería volver a vivir sin la consciencia de lo que fuimos, empezar una vez más. Al estar ahí, sumida en ese pensamiento, sentí impotencia de no ser dueña absoluta de la decisión de estar o no, en caso de que lo que se planteaba sucediera. Respiré profundo y me di cuenta que de una y otra manera expresamos lo que somos, el afán de controlar se manifestó una vez más. Y en la cadena del pensamiento, uno me llevó a otro, vi dentro de mí, un gran letrero con luces de neón que decía: ¿Dónde está tu espiritualidad?
Quienes me conocen saben que todo lo que me afecta lo envío de inmediato al hemisferio izquierdo en un intento por racionalizar mis emociones, en esta ocasión no pude hacerlo y terminé rendida desde mi interior, pidiéndole a Jesús que avivara mi espiritualidad, que me enseñara el camino, que me diera la mano. Hay una tendencia a separar lo que es la vida espiritual de la vida enmarcada por la religión; entiendo que puedes ir a misa los siete días de la semana y eso no redituará en un espíritu exacerbado, sin embargo, también existe la posibilidad de que sí ocurra, porque detrás de la forma, detrás de la disciplina religiosa de cumplir a cabalidad con algunos preceptos, pudiera estar también la reflexión, la introspección, el trabajo personal.
Pudiera entenderse que el planteamiento es vivir desde la espiritualidad, que significa vincular al ser humano con una divinidad, la religión representaría una herramienta para fortalecer ese vínculo que, por cierto, es una experiencia personal que no puede ser comparada con la de otro.
La espiritualidad está muy relacionada con la búsqueda del sentido de vida, con lo que rebasa a lo mundano, por eso es que exige un mínimo de cuestionamientos profundos que deben ser alentados por la curiosidad y por la certeza de que lo material es eso, sólo materia inanimada.
Después de esa exclamación silenciosa dirigida a Jesús, al día siguiente, tuve contacto con el dolor físico, la salud de mi hermana se vio comprometida y me tocó acompañarla. Al estar en contacto con la pérdida de la salud, con la necesidad de atención al cuerpo físico, me di cuenta que en medio de todo ello estaba poniéndome en contacto con mi espíritu. Vi con claridad que el sentido de la vida está en el servicio, en el aliento que puedas darle a alguien para que siga su camino, en la luz en la que te conviertes en medio de la oscuridad.
Bien dicen que tengas cuidado con lo que pides, porque todo se te da.