Cuando la fe y la política pierden su rumbo, reclaman una separación sin mezcla alguna; pero son inseparables cuando las dos son una auténtica vivencia de dos aspectos de la única naturaleza humana: la interrelación y la trascendencia del único ser bio-psico-social-espiritual que somos. La fe y la política tienen mucho que corregir para retomar en el desarrollo humano el papel tan noble que les corresponde, dentro del progreso auténtico del ser humano individual y colectivo. La exigencia de división surge cuando no están precisados los límites y significado exacto de estos elementos, no sólo como conceptos, sino también por su repercusión en el ser humano que los posee y que en él actúan irremediablemente y sin posible escisión.
La educación nacional ha entendido la laicidad (positiva) como laicismo (negativo) imaginando que puede formar a la persona químicamente pura de toda religión. Ha abandonado su obligación de ser garante y subsidiaria del derecho original e inalienable que tienen los padres de familia de educar a sus hijos con los contenidos que ellos consideren mejores, incluyendo el aspecto religioso. El anticlericalismo a ultranza promovido desde hace tiempo en el país, paradójicamente muy religioso, ha creado en nuestra conciencia una arbitraria división, que en la práctica resulta no sólo en confusión de términos, sino además en una ezquisofrenia, en un conflicto interior y en un desequilibrio de la armonía personal con consecuencias nefastas también en la sociedad, que al rechazar esta parte fundamental del ciudadano, renuncia a la gran riqueza del espíritu humano reduciéndolo a lo inmanete; el laicismo como rechazo exaservado a todo lo que huela a incienso, no hace honor a lo que es la verdadera laicidad, que respeta la auténtica y mutua autonomía de ambos campos.
Es cierto que con el pretexto de la religión se han cometido muchas barbaridades que han abonado a este ambiente negativo, pero no son la auténtica religión; aún hoy las noticias de terrorismos que mezclan a Dios y al poder en medio oriente y los escándalos morales en los ambientes religiosos nacionales han aumentado el rechazo a todo lo que pueda parecer gobierno teocrático; de igual modo el tan evidente descrédito de la clase política ha creado una idea totalmente negativa de algo tan noble y útil para hacer el bien. Este descrédito ha impulsado equivocadamente a gente de buena voluntad a abstraerse, declarándose apolíticos y/o ateos. Renunciando con ello a ser plenamente humanos. La esencia del hombre incluye ambos aspectos; pertenecen a lo más profundo de la naturaleza humana una e indivisible. Es el mismo hombre el creyente y el ciudadano; el desarrollo de un aspecto descuidando el otro produce una formación desequilibrada; errores en uno de estos elementos repercuten irremediablemente en el otro; no se puede ser excelente en uno y deficiente en otro.
Los signos de los tiempos que reclaman especialmente hoy la necesidad de aclarar y profundizar las relaciones entre religión y sociedad, entre Iglesia y poder político, entre trascendencia y praxis social, son entre otros la visita del Papa Francisco a México, las elecciones locales próximas en Durango y Coahuila de representantes y autoridades estatales y municipales, la inclusión de partidos con más o menos explícita tendencia religiosa, la manipulación del elemento religioso en las motivaciones al voto por parte de los mismos actores políticos, los planes pastorales de las diócesis de la región que incluyen promoción de la participación social y del bien común.
La Iglesia de México está inmersa en una dinámica compleja en la vida social, política, económica y cultural de la que se desprenden desafíos para la construcción de un país con justicia y paz. Los obispos de México en el documento "Que en Cristo nuestra paz México tenga vida digna", señalaron en 2010 muchos aspectos al hablar de la vida política nacional (v. gr. nn. 41-44). Y aunque el Papa Francisco el pasado miércoles ha declarado que no viene a México a presentar soluciones a los problemas de la sociedad, ahí mismo pide a los mexicanos luchar todos los día contra la corrupción, el narcotráfico, la guerra, la desunión y la trata de personas. Precisamente el 16 de septiembre de 2015 decía en Roma: "La política -dice la Doctrina Social de la Iglesia- es una de los formas más elevadas de la caridad, porque sirve al bien común. No puedo lavarme las manos ¿eh? ¡Todos tenemos que dar algo!... Quizás, el gobernante, si, es un pecador, como lo era David, pero yo debo colaborar con mi opinión, con mi palabra, también con mi corrección. Porque ¡todos debemos participar al bien común! Y si tantas veces hemos escuchado: que un buen católico no se mezcla en política, esto no es verdad. Ese no es un buen camino. Un buen católico debe entrometerse en política dando lo mejor de sí".
Ante la desafiante tarea de lograr una política social a favor de la dignidad humana y el bien común, la fe de los creyentes es alentadora de los esfuerzos valientes y responsables para reorientar el rumbo de nuestra participación política. ¿No han sido la fe la que ha impulsado a hombres como Mahatma Ghandi, Martín Luter King o Hidalgo y Morelos en México? Urge superar una concepción individualista y "privada" de la religión y de la fe, ante el actual momento histórico que progresivamente está despertando en los laguneros la conciencia de ser capaces de construir una Laguna más justa, como respuesta a la crisis nacional y sus repercusiones a nivel local como son el desempleo, la corrupción, la contaminación, la violencia y la impunidad. Si la dimensión "privada" de la religión podía brindar una respuesta antes, ya no puede ser la misma para el lagunero del 2016. A realidades nuevas hay que dar también respuestas nuevas clarificando las implicaciones políticas de la fe, el horizonte social que es menester dar a la concepción religiosa de la vida. Gracias a la política se ha puesto en evidencia la insuficiencia de una vida religiosa no incrustada en el tejido real de la existencia. Las iglesias o grupos que se queden en el nivel anterior simplemente no son respuesta adecuada a esa vivencia de la fe que hoy más que en el pasado es vida con los otros y para los otros. La fe y la vida no son agua y aceite sino una mezcla que puede ser maravillosa, explosiva y recreadora de una nueva Laguna y un nuevo México.