La magnitud de la crisis global que con el cambio de época se nos está presentando, incluye una transformación de instituciones y estructuras caducas para construir el nuevo modelo cultural. Un cambio radical que no se reduce a pequeñas "reparaciones" sino a una conversión que es un verdadero cambio de rumbo y una nueva mentalidad en el interior de cada uno, y en la búsqueda de nuevas estructuras que promuevan y protejan al hombre y lo lleven a su desarrollo.
El cambio de época corre el riesgo de ser destructivo del hombre si no promovemos instituciones que constituyan un modelo cultural capaz de darle los elementos que necesita para un adecuado crecimiento humano. La época que estamos dejando se caracterizó por una concepción neoliberal basada en el consumismo, el individualismo y el capitalismo. Con una errónea concepción antropológica, esta mentalidad nos ha empujado a esta miserable situación mundial, con la irracional destrucción de su medio ambiente, acumulación de los bienes en unos pocos y el consiguiente aumento de la pobreza con proporciones escandalosas.
No obstante el fracaso evidente como modelo de desarrollo humano, algunos elementos se resisten a desaparecer. Los cambios estructurales que son inaplazables, están haciéndose con muchas fallas precisamente porque se quiere continuar con el mismo sistema sociopolítico; algunos sectores intentan continuar dominando las nuevas estructuras caducas; otros anacrónicos no han descubierto la inminencia y necesidad de cambiar; otros más, limitados en su visión, creen que el sistema capitalista es la única opción, y no ven otras vías que han dado resultados en el pasado y que perduran actualmente (economía social y solidaria, autoconsumo, producción local, economía basada en la satisfacción de necesidades en vez la esclavitud del consumismo, modelos milenarios de los pueblos originarios, austeridad…); están también, y no son los menos, los desesperanzados que cansados de luchar, sólo esperan sobrevivir.
La construcción de esta nueva época requiere, por tanto, de todos nosotros como sujetos activos de esta transformación; si renunciamos a nuestro deber de la construcción de las nuevas instituciones y las cedemos a los que no les interesa el bien común sino sólo intereses particulares o de grupo, entonces los modelos estructurales que se estarán creando serán para beneficio de unos cuantos y serán nuevamente deshumanizadores. Hay por tanto una exigencia de una verdadera conversión, un cambio, una revolución cultural dirigida a la construcción de los valores fundamentales del hombre.
Los riesgos que se están perfilando actualmente en una marcada secularización de la sociedad, renunciando a un elemento esencial de la persona humana. La crisis de modelos culturales precedentes reclama modelos nuevos (el Papa Francisco está intentando enarbolar esta bandera). La pérdida de un elemento fundamental para la comprensión del hombre, redunda en una negación de lo humano en el que se desvanece la concepción integral de la persona, su relación con el mundo y con el trascendente; el humanismo estorba el llamado "desarrollo económico y científico" que relativiza a la persona. Matar a un niño es irrelevante y si es pobre más irrelevante, y aún más si su muerte sirve a la gente más "útil". Se trata de mostrar que no todos somos seres humanos (apoyados en la crisis poblacional). Esto requiere por parte nuestra el domino del debate crítico para rechazar esta mentalidad que pude permear nuestras conciencias. Este cambio tiene además un contexto económico, político, ecológico y social, marcado por fenómenos contemporáneos muy concretos como la globalización y el predominio del capitalismo neoliberal, la crisis de la democracia, la corrupción, violencia e impunidad y la devastación ecológica. Se ha creado además una sociedad controlada con personas que tienen que trabar mucho para tener muchas cosas y divertirse consumiendo narcóticos.
Hay una interrelación de los fenómenos económicos, culturales y políticos. No se quiere aceptar el fallo del sistema y no van a cambiar el sistema los que se están beneficiando de él. Aunado a esto vemos el descontrol de la política. Es por ello que la conversión va más allá de corregir transgresiones de una moral individualista, para pasar a una transformación que conduzca a la construcción de esta nueva cultura en todas sus estructuras; construir un nuevo mundo que favorezca la construcción del ser humano auténtico y superar y liberar al hombre de estructuras políticas, económicas y sociales que lo dañan, lo devalúan o lo reducen a objeto de consumo, de explotación, o de manipulación política o comercial.
Ante la desesperanza de un mundo que sólo contempla la muerte como única seguridad, es necesario ofrecer un proyecto de transformación hacia el cual tender en un cambio de rumbo, una verdadera conversión para trabajar por actitudes básicas que se contraponen a las neoliberales, tan arraigadas ya en nuestra conciencia. Estas actitudes son: valoración de los carismas y servicios de los demás, para construir juntos lo que solos no podemos; contraria a lo que pide una sociedad individualista, esta actitud renuncia a la competencia encarnizada del neoliberalismo que considera al otro como enemigo y se abre a la colaboración; al compartir se reconoce el valor del otro y el propio y nos une en un dar y recibir que fundamenta la "interpersonalidad" como acción esencial del ser humano; la participación libera de la apatía, la desesperanza, el anonimato y la inanición, haciendo posible una fuerza mayor que la suma de los individuos; la corresponsabilidad es otra actitud que requiere un esfuerzo especial en el duro camino de conversión, para sentirme solidario en un proyecto que a todos nos corresponde construir; la continuidad no desespera porque sabe que hay un proyecto de cambio de época que requiere procesos formativos y transformadores, incluso a largo plazo; la unidad reúne a quienes viven esta visón y a cuantos quieran construir esta nueva época; finalmente el espíritu de servicio que consiste en dar lo que somos y no sólo lo que tenemos.
¡Toda una conversión!