Magnificat es el nombre tradicional de la poderosa oración que empieza en lengua latina con esta palabra (cuya pronunciación sería "mañíficat", es decir, "glorifica") tomada literalmente del himno de alabanza con la que, según el evangelista Lucas (1, 41-55), la Virgen María salta de alegría en respuesta al saludo de su prima Isabel y resume con textos de la Escritura, las esperanzas de toda la humanidad.
Habiendo apenas conmemorado el pasado día 8 el día internacional de la mujer, es bueno descubrir la visión de la que llamarán "dichosa todas las generaciones". Hay miradas femeninas que puede ser elocuente aún sin pronunciar sonidos. Los silencios cargados de sentidos, las miradas cargadas de mansedumbre o de ironía, de comprensión o de rechazo, de amor o de odio. Pero la visión de esta mujer está cargada de libertad y de emoción que se ha expresado en este más que "grito jubiloso".
Oída en la infancia entre la prisa de la oración de mujeres cargadas de premura o entre olores de incienso y en lenguaje latino de hieráticos curas, la había considerado una oración como tantas otras, poderosa, sin duda, pero por razones que parecían más bien ligadas al rito poderoso del exorcista autorizado para desterrar espíritus chocarreros, o a palabras que tienen en sí mismas su fuerza por el sacramental efecto de los signos; efectiva, sí, para la tentación de la carne y la liberación de pensamientos impuros; poderosa tanto para ingresar ánimas al cielo como para sanar un mal de empacho.
Sin haber comprendido su profunda dimensión de libertad y esperanza, de reivindicación y de rebeldía, me resistía a meterla en el corazón, al no tener una rima en su traducción como mnemotecnia, y considerarla símbolo de mojigatería, prefería para una memoria ocupada, aprender a Serrat o Machado: rimados, rebeldes e irreverentes.
¡Gran equivocación menospreciar el mensaje contenido en este texto. Atisbemos sólo un poco, sin pretender profundizar en una interpretación especializada (sólo como ejemplo remito a las reflexiones sobre el texto que hacen el Cardenal Carlo María Martini (en meditación con María. Santander, Sal Terrae, 1996, pp. 60-67), San Juan Pablo II (Audiencia general del 6 de noviembre 1996) Josef Scmid (El Evangelio según san Lucas. Barcelona, Ed Herder, 1968, pp. 76-81).
Un superficial acercamiento al texto, nos permite comprender que esta mujer, no es una sumisa víctima de la discriminación constante y múltiple con la que aún se ven sometidas las mujeres de hoy, no obstante el número impresionante de leyes votadas. Esta mujer de hace dos mil años reclama sus derechos sociales, civiles y políticos que aún están retrasados en la sociedad actual. La situación precaria que afecta la dignidad de muchas mujeres sometidas a múltiples formas de violencia dentro y fuera de casa: tráfico para explotación sexual o laboral, violación, servidumbre y acoso sexual; desigualdades en la esfera del trabajo, de la política, de la economía. Explotación publicitaria, manipulación política, desprecio de su dignidad y de su identidad sexual. Más que avances en la liberación, lo cierto es que la situación de la mujer sigue siendo igual de difícil que en otros tiempos, sigue sufriendo violencia intrafamiliar, se sigue vendiendo a la mujer indígena, se sigue traficando a mujeres para dedicarlas a la prostitución. Se sigue explotando al cuerpo femenino como anzuelo para que los consumidores unan mentalmente un artículo con un cuerpo femenino.
La ideología de género engaña con toda una maquinaria cultural, haciendo creer que las acciones en el seno familiar son impedimentos para la realización de la mujer; que la familia sólo enseña actitudes retrógradas y discriminatorias y al promover el aborto como 'derecho' convirtiéndolas paradójicamente en objeto de explotación y manipulación.
En contraste, el encuentro festivo de estas dos madres gestantes, María e Isabel constituyen un misterio armonioso de particular ternura. Es la fiesta de la solidaridad y la ayuda mutua, del compartir alegrías y alabanzas, del cultivar la amistad entre gente que sabe que tiene un papel importante en la historia. En el diálogo descrito se resumen el pasado, el presente y el futuro confiado. "Dichosa tú… se alegra mi espíritu…".
Ante un himno tan rico, la tendencia es analizarlo para comprenderlo mejor, pero no se deja atrapar, esconde en su interior misterios estructurales, exalta los grandes cambios realizados por Dios en la historia. Es un canto que se refiere a la persona que canta: "Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu… ha hecho grandes cosas en mi favor" para también subrayar las intervenciones "de generación en generación". María ve la historia a través de su experiencia personal: "hizo grandes cosas, intervino con fuerza, desbarató, encumbró a los humildes, a los hambrientos…" se trata de una acción continua de Dios que confía que seguirá realizando las maravillas que ha comenzado a hacer en María. Entiende la historia desde la fe y nos ayuda a experimentar en nosotros mismos el sentido salvífico del pasado y la esperanza del futuro.
Con Razón Napoleón intentó quitar la fiesta religiosa de la Asunción, muy popular en Francia, pues no podía permitir que se leyera, precisamente en el día de su cumpleaños (15 de agosto), el grito rebelde de esta mujer que "proclama" que el Señor "dispersa a los soberbios de corazón… hace caer del trono a los poderosos y enaltece a los humildes…, ha desbaratado los planes de los arrogantes… ", aquél que hecha por tierra las categorías sociales.
Este tiempo de la lucha contra la corrupción, del despertar de la participación ciudadana, de la promoción del voto, de la lucha por una verdadera democracia, María se alza desafiante ante poderes fácticos, destructores y mortíferos; se revela contra monopolios políticos y económicos y apela a un Dios que tiene experiencias concretas de salvación. El pequeño niño en su seno, es ya una experiencia salvífica. Proclama el culmen de la libertad humana: quien alcanza la plenitud de su misión es dichoso y feliz. Contra el encarnizado neoliberalismo que proclama al otro como un enemigo, la libertad humana proclamada por María, se verifica en la interrelación confiada; en el amor agradecido. Reconoce en los más insignificantes signos, el poder de Dios. "Magníficat ánima mea Dóminum…"