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SEMANA SANTA Y LA RECUPERACIÓN DEL TRASCENDENTE

Arturo Macías Pedroza

Empezamos la Semana Mayor y con ella se da la oportunidad de reencontrar a Dios. No se trata solamente de revivir tradiciones y practicar ritos piadosos. La urgencia de recuperar la trascendencia le viene de la situación crítica que actualmente se está viviendo en la región y en general en todo el país. Aunque la religiosidad en un elemento esencial en el ser humano (y eliminarlo produce siempre efectos de extravío antropológico que repercute en el actuar cotidiano), se recrudece dramáticamente la situación ante la extendida tendencia filosófica actual llamada "pensamiento débil".

Se le llama pensamiento débil a la negación de todo concepto que suene a universal, objetivo, espiritual, permanente y trascendente. Este pensamiento no es sólo creador de ateos "gracias a Dios", sino que se manifiesta en su correspondiente ética débil, que manifiesta nefastas consecuencias que son visibles en todos los campos humanos: económico, político, cultural, filosófico, religioso, institucional.

Esta teoría filosófica encuentra hoy su interpretación sociológica en el término "cultura líquida" o "tiempos líquidos" acuñada por Z. Bauman, que nos quiere expresar ese fenómeno de licuefacción, de derretimiento que se vive actualmente, respecto de todo aquello que socialmente se había considerado "sólido" (inmutable, incuestionable), como el Estado, la familia, el matrimonio y los valores y principios morales tradicionales.

Este escenario sin precedentes presenta una serie de retos nunca vistos. Las instituciones que salvaguardan la continuidad de los comportamientos aceptables ya no pueden mantener su forma por más tiempo, se descomponen, se derriten transformándose en situaciones irregulares. Pareciera una cuestión teórica, pero la descomposición social en este nuestro México es provocada en buena medida por la debilidad de sus instituciones, por la corrupción en todos los niveles, por la mezquindad de la clase política, por la narco-violencia y por la disminución de valores y compromisos entre su población. Habrá que atender situaciones inéditas como la de divorciados, de uniones libres, de personas en situación de calle, de emigrantes sin rumbo, de hijos de probeta…

La crisis antropológica y ética contemporánea causada por la negación de lo "metafísico", es decir, de las grandes y permanentes verdades, proclama que ya nada existe con objetividad y cada sujeto se crea su propia visión del mundo y de sus valores. De esta manera, se ha ido acentuando ininterrumpidamente una verdadera "hemorragia de escepticismo subjetivista": nadie cree en nada concreto; cada uno tiene sus propios dioses y sus propios valores "blandos" y "mutables".

Se llega así a una inmoralidad creciente en la conducta individual y en las estructuras sociales en términos de corrupción, de libertinaje sexual e irresponsabilidad profesional. Como ya nada es "sólido", hay una permisibilidad generalizada y favorecida también por la tolerancia jurídica. Prueba de ello son los divorcios exprés, los matrimonios entre parejas fantasiosas, los múltiples adulterios, la legalización del aborto y de los úteros subrogados.

La tiranía del relativismo quiere imponer a todos esa mentalidad, y su ética pragmática es una postura intelectual que niega implícita o explícitamente a Dios al rechazar las verdades objetivas y universales a favor de la opinión particular de cada quien. En este relativismo sin Dios cada uno erige sus valores en función de lo que le es más útil, más cómodo y más gratificante, cobijando peligrosamente una gran cantidad de fundamentalismos insostenibles racionalmente.

Esto se traduce en una anarquía social e intelectual. Ya nadie obedece leyes externas, normas divinas o condicionamientos sociales; nadie busca el bien común porque no hay quien lo determine; frente al futuro, desaparece la esperanza, y toda acción de proyección más allá de este mundo resulta superflua. Lo que originalmente parece atractivo: "construirse a si mismo", al negar su origen y su fin más allá de las estrellas, se desploma en el sinsentido de la existencia. El hombre se convierte en una masa informe, sin proyecto, débil.

El hombre liquido se transforma en un arrogante que "no cree en nada". Destructor de toda esperanza, justifica y prepara cualquier aberración política, cualquier exaltación alucinante del poder y del placer; todo se vale, todo se puede. ¿Para qué amar? ¿Para qué sufrir? ¿Para qué hacer cultura? ¿Para qué tener y educar hijos? Se llega así a un nivel enfermizo de "tolerancia" en donde aparente y arbitrariamente se respetan todas las expresiones culturales, pero por otro lado se declara una brutal censura a aquellas otras visiones ancladas en la tradición y que ponen en tela de juicio los propios cimientos del relativismo.

Cuando no hay un Dios que fundamente la existencia, se detiene la evolución humana. El hombre del futuro se convierte en un nuevo cavernícola violento, impetuoso, depredador, irrespetuoso, represor y egoísta. Es la muerte de la esperanza, del bien. Nunca como ahora el hombre ha estado tan desprovisto de profundidad; pero al mismo tiempo nunca como ahora, siente la necesidad de reencontrarse a sí mismo, recuperar la infinitud rechazada y reconocer que no existe verdadera emancipación y progreso cuando se excluye lo trascendente y lo eterno.

La crisis educativa del país contribuye al extravío antropológico y ético que agobia a nuestra sociedad contemporánea. La reforma de la escuela media superior al quitar la enseñanza de la filosofía, convierte a los estudiantes en técnicos pero sin capacidad de ser socialmente críticos. Una educación devastadora por la ausencia de valores y de ideales, que ha renunciando a la búsqueda de un mundo más justo, más pacífico, más seguro.

Una visión con un recto humanismo es esencial para construir una visión nueva de la educación que incluya una coherente dimensión ética y espiritual que le ayude a perfeccionar al ser humano, a abrirse al infinito, a eternizarse. La Semana Santa, más allá del folklor, de la tradición o del ritualismo, puede ser la oportunidad de un profundo reencuentro personal y comunitario con el Dios de Jesús que, venciendo la muerte, le regresa al hombre el sentido de su trascendencia. Sólo volviendo al Padre que nos revela Jesucristo, se podrán superar las grandes problemáticas de nuestro país.

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