LA MORAL DE LA POLÍTICA
EL BIEN COMÚN, EL MENOS COMÚN DE LOS BIENES
La política es la actividad organizada, concreta, destinada a lograr el bienestar de la sociedad con miras al bien común de todas las personas y de todos los grupos.
El bien común no es el resumen o promedio de los que están bien, sino la atención a cada uno de los miembros de la comunidad, especialmente los más necesitados. No es sólo el crecimiento del Producto Interno Bruto que mide sólo algunos aspectos de la economía, es el conjunto de condiciones sociales que favorecen el desarrollo integral de todos y cada uno. Es bien para el hombre entendido en todos sus aspectos: físico, psicológico y espiritual y es común no sólo porque es para todos sino también porque corresponde a todos promoverlo, por ello la participación dentro de una verdadera democracia es esencial para alcanzar este bien común.
Es a la autoridad a quien le corresponde organizar y planificar ampliamente, por medio de la participación social, y de hacer una buena coordinación de las políticas públicas. Las estructuras del estado deben estar bien organizados para que el individuo cumpla su destino en plenitud, incluyendo sus aspiraciones espirituales y morales; un buen quehacer político, es el que ayuda a que las personas vivan en libertad y solidaridad, y hace posible el logro de la justicia social y la paz. La autoridad es el resultado de nuestra actividad política; es el fruto de la sociedad organizada; es la inserción de la libertad individual en la libertad y justicia que la sociedad hace posible. Es por tanto una tarea permanente, perfectible y que incluye la acción de todos.
Sabemos las deficiencias que estamos viviendo en la organización del estado, pero no nos gusta admitir que es consecuencia de los errores de nuestra participación democrática. Un buen examen de conciencia nos ayudará a descubrir la responsabilidad que toca a cada uno, y nos permitirá exigir el cumplimiento de las obligaciones que a cada quien le corresponden. La voluntad y capacidad de utilizar mi libertad al votar y organizar las demás acciones propias de una ciudadanía participativa, traerá utilidades para la familia, para las pequeñas comunidades, para el estado para el país e incluso para la comunidad mundial de la que formamos parte.
¿Cómo formaremos una autoridad con las cualidades que necesitamos para que colabore a la construcción del bien común? ¿Cómo hacer una autoridad genuina, es decir, que represente verdaderamente a la ciudadanía y coordine de la mejor manera a la sociedad? ¿Qué requisitos exigiría a sus miembros para desempeñar sus funciones (transparencia, honestidad, preparación…)? ¿Cómo puede una autoridad ser vigorosa y delicada a la vez? ¿Qué tipo de relación tendrá que tener la autoridad con la cultura, la economía, la familia y la religión? ¿Cómo promoveremos y exigiremos la corrección, conversión y transformación de las grandes deficiencias que se están teniendo por parte de la autoridad y de la ciudadanía actualmente?
Quien decide ser "apolítico" está haciendo una opción política, y no la mejor pues está dejando a otros la responsabilidad de las decisiones que a él le competen, privando a la comunidad de su contribución al bien común, y privándose a sí mismo de la defensa de sus legítimos intereses. ¿Acaso crees el cuento chino de que otros lo harán por ti y qué trabajarán para protegerte a ti, a tus intereses y a tus derechos? Incluso nuestros representantes genuinos necesitan ser continuamente vigilados para que cumplan bien con su misión. La dimensión política está presente en toda actuación humana, pero no es la única dimensión del hombre. Sin embargo no deja de ser importante y más aún en la coyuntura nacional, urge un compromiso fuerte y decidido de todos.
Quienes llevaron a Hitler al poder político votando, absteniéndose o de cualquier otra forma, fueron culpables con su opción política o la falta irresponsable de ella, de los daños que afectaron la vida de naciones, de comunidades, de familias, de la economía. No fue sólo una persona enferma la que creó tanto daño.
En México la participación en la vida social y política con responsabilidad o irresponsabilidad, no termina con un número final en los resultados de las elecciones. No es exagerado decir que en esa participación o abstención, se está jugando la vida de personas, el hambre de niños, los accidentes mortales en las carreteras construidas con la corrupción, la muerte de no nacidos por la aprobación de leyes contra la vida, la legalización del crimen, el suicidio del desempleado, del deceso de quien no fue atendido médicamente por falta de recursos,… la lista es grande.
Discernir con sabiduría no será fácil. Nuestras decisiones, sin embargo, deberán ser guiadas por un verdadero interés por construir el bien común, que puede variar para unos o para otros en las opciones concretas para conseguirlo (diversas opiniones, acciones, partidos), pero que, si en verdad tienen buena intención, podrán coincidir, conciliar, dialogar y trabajar juntos para hallar caminos de colaboración. La construcción del bien común hará del otro un aliado y no un enemigo político separado por el sistema de partidos que divide. A quienes los mueve la solidaridad sincera y auténtica, formarán un frente común y un equipo poderoso aún con banderas diversas.
Si la no participación es ya una grave responsabilidad, y no siempre son exentas de culpa las decisiones basadas en la ignorancia y/o la manipulación, cuánto más son reprobables las que se fundan en el egoísmo, en la maldad o en intereses de grupo en detrimento de las mayorías.
Si en Alemania hubo responsabilidad de quienes permitieron a Hitler hacerse lo suficientemente fuerte para desencadenar una guerra mundial, actualmente con el enorme crecimiento de las comunicaciones y las interacciones a escala mundial, tenemos menos excusas para eximirnos de la responsabilidad política que tiene cada uno en la construcción del bien común.
Por: Arturo Macías Pedroza