CAMINOS HACIA LA PAZ
De frente a nuestra realidad, los caminos hacia la paz parece que debieran llevarnos necesariamente lejos de la realidad presente sin paz, hacia un tiempo futuro que debería ser exactamente contrario a la descripción continuada de la realidad actual. ¿Pero eso es posible? ¿De la discordia puede surgir la paz? Existe una concepción de la paz según la cual esto es absolutamente posible. Pero la no-paz no podrá convertirse en paz. Si queremos hacer posibles los caminos hacia un futuro de paz, se debe cambiar desde ahora nuestra relación con la realidad presente. Es cierto que el esfuerzo nuestro es importante, pero es determinante la percepción de una paz ya presente, ya concedida por Dios, la cual interrumpe radicalmente la realidad sin paz.
La construcción de los caminos para la paz empiezan con la interrupción elemental del presente y del individuo, que crea espacios para una nueva relación con la realidad, de la cual pueda producirse un futuro que es de hecho muy diferente de nuestro presente sin paz. Una interrupción elemental del propio presente, solamente es posible si se sustenta en la paz de una fe profundamente impregnada del "Shalom" recibido de Dios.
La pobreza y la injusticia reflejada en la crisis ecológica mundial y sus concretizaciones nacionales y locales, requieren una participación social y política, pero ésta no podrá concretizarse si primero no hay una comprensión del hombre que no sólo necesita de la paz, sino que debe ser también capaz de paz. No es pues: "si vis pacem, para bellum", la paz no es lo contrario de la guerra. En este sentido nuestra región, en la que tanto se presume de triunfos contra la violencia (maquillando información y manipulando datos) aún está lejos de la paz. ¿Paz equivale a no guerra?
No habrá paz si continúa en el sistema socioeconómico neoliberal, que influye en la cultura y las instituciones, y penetra en las mentes y los corazones exaltando la violencia, la explotación de recursos, el consumismo y la competencia. La paz no es tregua, no es sólo cambio de armas, de técnicas de lucha, de métodos de destrucción; la paz no es preparar la guerra (para bellum). ¿Se puede evitar la guerra si la paz es considerada solo como no-guerra? ¿Se puede esperar la paz cuando la guerra es la base del sistema? ¿Se puede esperar la paz al mismo tiempo que se ensalza a los vencedores de la guerra? La guerra y la paz, entendidas así, son dos hermanas hostiles pero hermanas al fin.
Sin embargo el hombre es un ser de paz, llamado y originado de un orden armónico, anima-corporal, traducido analógicamente a la naturaleza, a la sociedad, al estado y con Dios. Los caminos para la paz consisten por consecuencia, en al amor a Dios, a sí mismo y al prójimo, ya que corresponden al orden natural de paz de todas las cosas; todo obrar guiado por el amor sirve a la paz. Es entonces la intención profunda, contraria a la intención neoliberal, la que exige ser cambiada.
Desde esta perspectiva, la paz verdadera no puede ser atea, aunque puede coexistir con la paz imperfecta. La paz que viene de un corazón nuevo, necesita concordar con la paz política, hacerse efectiva en la participación social, reflejarse en políticas públicas. Pero sólo en base a un cambio del corazón que provoque esos cambios desde la paz profunda.
La crisis neoliberal es ya insostenible y exige urgentemente una transformación a otro sistema centrado en la persona; Los pueblos originarios tienen la sabiduría necesaria y han resistido el embate poderoso de un sistema que no sólo no ha logrado destruirlos, sino que se proyectan como respuesta viable, basada en la armonía con la tierra, con los otros y con Dios. La participación y la organización de la sociedad desde esta perspectiva es aún una tarea pendiente, aunque con señales positivas claras en este sentido. En cuanto a la familia, no obstante las problemáticas que la han afectado, sigue siendo formadora de personas, y por tanto la respuesta a un sistema despersonlizador.
Pero estas transformaciones serán posibles sólo con la paz celeste, que fundamente la paz terrena. Si urge el cambio de estructuras socio-políticas caducas que han destruido la paz, la transformación vendrá sólo si se produce un cambio profundo de la manera de concebir la paz. En el cumplimiento del doble mandamiento del amor el hombre es por tanto orientado en modo tal hacia la paz eterna, que hace al mismo tiempo lo mejor que puede por la paz terrena. La esencia de la paz pasa primero por un cambio de corazón que se decide por la paz como verdad previa del hombre, no como paz interior sino como existencia íntegra e indivisible de todo lo que es el ser humano, comprendiendo todo el entramado de relaciones con él mismo, con la naturaleza, con los otros y con Dios.
No es una paz desencarnada sino una encarnación de la paz en todo lo que es y lo que hace el hombre. La responsabilidad por el bien que no sólo prohíbe ir en contra del bien, sino que trabaja por la paz con pensamientos, palabras y obras que nacen de su mismo ser-para-la-paz. La decisión vendrá del deseo de trabajar por la paz: Shalom ajehem - paz vobiscum - la paz se con ustedes.