LA NAVIDAD Y LA ECONOMÍA
Para los que consideran la Navidad como sinónimo de consumismo, ciertamente que no va a haber mucho que celebrar en estos próximos días. La crisis del capitalismo que se cierne sobre nuestro país, está cayendo de forma más acelerada de lo que se esperaba.
Algunos de los signos de esta acelerada caída son: la tormenta que se avecina con el triunfo de Donald Trump (ya empiezan a verse algunos chaparrones), el dólar por las nubes, la renuncia de Agustín Carstens, presidente del Banco de México, los escándalos en las administraciones gubernamentales y la repartición de bonos y aguinaldos muy pingües sólo para la clase gobernante, en contraste con salarios de hambre y precios en escalada en todos los rubros.
Los que no tienen en el centro al dinero sino a la persona con su grandeza, dignidad y trascendencia, han llegado al dilema que exige tomar una decisión fundamental clara. Si con las fibras de nuestro ser creemos en valores que no se reducen al dinero, adquirimos una verdadera libertad respecto a la economía. Pero entonces vemos también con dolor cuán fácilmente el éxito económico tiene que ver con la riqueza injusta, con estructuras injustas y con relaciones indignas del hombre.
Navidad es la liberación de estas estructuras deshumanizantes. Obviamente no podemos satanizar la vida económica, pero reducir el objetivo de la economía al lucro y la ganancia en vez de ser la satisfacción de las necesidades humanas, provoca una esclavitud del hombre, que precisamente Dios-niño ha venido a combatir. Desde esta perspectiva la verdadera navidad nada tiene que ver con un barbón vestido de rojo que promueve el consumismo esclavizador, destructivo, arrastrado en la vorágine del sistema económico imperante que basa sus estándares de riqueza en necesidades creadas por él mismo, y en parámetros medibles sólo en dinero.
La formación que nos hace consumidores es una verdadera transformación social que cambió también los valores en los que antes se fundamentaba; estimulada como conducta adictiva, el consumismo implica una satisfacción momentánea y efímera que requiere repetir el acto de consumo de manera incesante, sin alcanzar la satisfacción deseada. Permanentemente insatisfecho, convertido en un adicto, constantemente busca nuevos consumos que sólo le dan efímera satisfacción ante lo banal. El objeto "desechable", por efímero, ya no provoca sino adicción. El niño de Belén viene a denunciar con su pobreza el espíritu malsano de un ambiente en el que el éxito económico, la riqueza y el placer ocupan el primer lugar.
La humanidad se ha alejado mucho de un reparto justo de los bienes de la tierra. Centenares de millones de hombres viven en las condiciones de miseria en las mismas puertas de los ricos. También los que se hacen llamar "religiosos" se dejaron llevar por la misma sed de lucro, añadiendo a ello algunas limosnas y piadosas instituciones para tranquilizar la conciencia mientras acumulaban sus riquezas con una explotación inhumana de los débiles sirviéndose de un sistema económico injusto. Conocemos la inclinación de un mundo económico que se cierra a la verdadera humanización.
El estilo de vida de muchos y los poderosos canales de la publicidad martillean incesantemente al hombre común: "Debes ansiar, tener, consumir, hacer ostentación de otras cosas más." Mas a pesar de esto, creemos que la Navidad tiene que ver también con la renovación del hombre económico. No sólo el individuo sino la cultura económica misma deberían testimoniar esta esperanza.
La economía social, solidaria y el consumo interno de lo hecho en México y lo producido regionalmente, está despertando fuertemente como respuesta. Por ello debemos poner todo nuestro esfuerzo a favor de la justicia, de la moderación y de la búsqueda de estructuras económicas más sanas. Dar señales de esta liberación del hombre, incluye aspectos de vital importancia. Debemos admitirlo: a pesar de todos los ídolos e ideologías, también hay una lucha valiente y sabia a favor de una auténtica cultura económica. La extensión y las formas de la criminalidad económica han llegado a resultados inquietantes. No pocos individuos deshonestos y desenfrenadamente ambiciosos en el campo económico y político, penetran hasta donde pueden a través de las redes de una legislación frecuentemente laxista y de una impunidad imperante. Muchos se salvan de la sanciones con la corrupción e innumerables formas de complicidad. (y cada vez se inventan nuevas). Asociaciones poderosas juegan con las leyes penales existentes e impiden la introducción de una legislación mas justa. No basta con afirmar tranquilamente que la mayoría de los empleados, incluso a nivel ejecutivo, y de los obreros tratan de ser honestos y rectos. Víctimas de un sistema injusto que les exige frecuentemente renuncias notables y les acarrea desventajas sensibles, necesitan sacudirse el yugo de la explotación y la miseria que deshumaniza. Por importantes que sean en la vida profesional la honestidad, la incorruptibilidad y la escrupulosidad, la gente madura y pensante no puede contentarse con esas virtudes. Tienen el deber de hacer juntos y cada uno en sus puesto lo que sea posible en cada momento por sanar la cultura económica, desde la hacienda familiar hasta el suspirado ordenamiento más justo de la economía e incluso el orden económico mundial. A tal fin, tomarán en la debida consideración los fundamentos de la justicia y la competencia necesaria para provocar los cambios con manifestaciones concretas de la verdadera economía con rostro humano…). Quien se contenta con ganarse honestamente lo necesario y se despreocupa del resto, no ha comprendido lo que es la justicia. Algunos se excusan diciendo que por más que hagan nada cambiará. En el fondo, tal afirmación es olvidar una dimensión fundamental del hombre; es no juzgar bien y no querer buscar la justicia; hacerse cómplice por no participar en la renovación humana que incluye el aspecto histórico y económico. La percepción de la propia corresponsabilidad en la vida pública y, de manera importante, en la vida económica actual, tiene mucho que ver con las esperanzas que esta Navidad se despiertan en nosotros. Uniendo las fuerzas, podemos prevenir muchas situaciones de miseria y aliviar otras. Ayudar individualmente a alguien, aunque sea importante, no compensa la falta de participación de todos para mejorar la vida pública.
Un gran interrogante para nosotros es, si trabajando juntos como Comarca Lagunera podremos contribuir con sabiduría para transformar profundamente la cultura económica imperante. ¿Tenemos la voluntad y la capacidad de dar el ejemplo de una moderación racional en el uso de los bienes materiales? ¿Podemos, al menos, tratar seriamente de convencer a los despilfarradores que sólo pueden sobrevivir dignamente si están dispuestos a asumir la propia responsabilidad, incluyendo en ella el cambio de un estilo de vida escandaloso para ellos? Que esta Navidad nos traiga la valentía y la energía creativa para adoptar modelos convincentes de un estilo de vida nuevo. Tenemos el deber de aprender el arte de un testimonio convincente. Tenemos necesidad de una transformación profunda. La meta es una sociedad económica hecha de una satisfacción racional de las necesidades, de moderación, una economía que deje espacio a la colaboración responsable y creativa.
Donde muchos tienen sed de la paz que el Niño-Dios anuncia, se desenmascara y supera la avidez y la sed de poder. Donde se da gracias de corazón al milagro del Emanuel (Dios-con-nosotros), pierde... Más en la página 9