Pilar Rioja y danza y baile cervantinos

Elogios que sólo puede verter la mente de un escritor genial, agudos e hiperbólicos, merecidos y lustrosos, tiene Miguel de Cervantes Saavedra para danzantes y bailarines de su narrativa, quienes habitan su obra convertidos en nuestros vecinos a quienes podemos ver bailar y danzar.

Es un gozo para los ojos que danzan entre las líneas de los textos cervantinos leer, por ejemplo en el Quijote, que la hija de Doña Rodríguez “danza como el pensamiento, baila como una perdida”. Dejo que el lector explore la luminosidad de las comparaciones “como el pensamiento” y “como una perdida”.

Y en las Novelas ejemplares (donde Cervantes consigue que todos nos enamoremos de Preciosa al grado de provocar inspiraciones como la de Víctor Hugo en El jorobado de Nuestra Señora de París), nos cuenta: “Salió la tal Preciosa la más única bailadora que se hallaba en todo el gitanismo […]”

Esos elogios para Preciosa y para la hija de Doña Rodríguez pierden algo del sabor hiperbólico cuando en el Coloquio de Cipión y Berganza, de Novelas ejemplares, Cervantes nos dice que el perro bailarín Berganza: “Sabe bailar la zarabanda y [la] chacona mejor que su inventora misma.” El can tendría más gracia que Terpsícore.

Igual que siempre y a propósito de cualquier tema -como aquí el de la danza, el baile, Pilar Rioja y la obra cervantina-, el repasar la obra narrativa de Cervantes es un gozo, un solaz que no tiene uno la capacidad de compartir en su caudalosa medida. (¡Y pensar que hablamos su maravillosa lengua!)

Pero es al compartirnos la vida de su personaje Escarramán cuando Cervantes desborda su cariño y su admiración por bailarines y danzas. Es al llevarnos a ver a Escarramán cuando se dilata la necesidad cervantina de exaltar al bailador y a los bailes ya que en el entremés del rufián Trampagos le dedica a Escarramán y su arte dancístico más de un tercio de la obra.

Así es. En “El rufián llamado Trampagos”, uno de sus Entremeses, se sabe que Escarramán había sido preso en Berbería. Después de un tiempo regresa y llega a la fiesta que disfrutan por el matrimonio de Trampagos. Es recibido con evocaciones laudatorias por su habilidad para la danza.

Una de las rufianescas asistentes exclama elogiándolo: “¡Oh flor y fruto de los bailarines!” Por su parte, él se reconoce hábil para danzar: “Toquen; verán que soy hecho de azogue”. Y los músicos cantan encomiando su baile que deslumbra: “Tocarele yo de plata / tú de oro bailarás”

Quizá del baile escarramanesco Cervantes quiso hacer un mito. Lo ubica entre danzas “consagradas”. En La cueva de Salamanca, otro de sus entremeses, Pancracio pregunta dónde se inventaron todos esos bailes de las zarabandas, zambapalo y “el famoso del nuevo Escarramán”.

Sobre la estética de ese baile que ha de haber sido similar al contemporáneo perreo, y al cordax de la Grecia clásica que censura el cómico Aristófanes, Leonarda dice en el mismo entremés: “por mi honestidad, y por guardar el decoro a quien soy, no me atrevo a bailarle”.

Como se ve, son importantes la danza y los bailarines en la obra del genial creador de don Quijote, pero vayamos a Pilar Rioja. Torreón aportó al arte dancístico universal la gran presencia de Pilar Rioja. Nació en la ciudad lagunera esta artista que se dedicó al baile español y, durante su paso por las grandes urbes del mundo, en Estados Unidos fue dotada con el epíteto de “María Callas de la danza”.

En el cruce de dos importantes calles, Torreón luce la escultura de ella en una de las actitudes de su baile español. Mirándola se pueden imaginar las filigranas pausadas y deleitosas o bien furiosas o alegremente arrebatadas que haría con su cuerpo. Sin duda puede afirmarse que en las páginas de publicaciones periodísticas de las ciudades donde actuó también quedó su estampa.

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