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PLAZA LAGUNERA

HÉCTOR RAÚL AVENDAÑO

Los días faustos e infaustos de septiembre

El mes de septiembre, en el historial de Gómez Palacio y por extensión de La Laguna, se significa por habernos deparado sucesos faustos e infaustos. Dolorosos y festivos días, recargados de penas algunos, y de alegrías otros; indelebles en el recuerdo de los laguneros.

Dos cauces propician el despegue metropolitano de lo que ahora es La Laguna: el del Río Nazas y las vías del ferrocarril.

El 23 de septiembre de 1883, el obstinado "chuf chuf", surgido del flujo del pistón dentro del cilindro y el ulular del silbato de vapor, fueron los heraldos que anunciaron con la llegada de la primera máquina de vapor y su cauda de carros, el surgimiento de lo que ahora son las ciudades de Gómez Palacio y Torreón.

Las avenidas del Nazas desde siempre fueron y son bienvenidas. Con ellas, año con año, se ha reinventado la vida en nuestra desértica y por ahora querida morada, la región Lagunera; sin embargo, más allá de sus bondades, en ocasiones se tornan traviesas y dirigen su caudal hacia las poblaciones destruyendo casas, parcelas, ganado y llegan hasta cobrar vidas humanas.

Respecto al mes de septiembre, nos ilustra la historia: el día 4 en 1868 una creciente inunda el naciente rancho de "El Torreón" (1850), arrasando con las construcciones que le daban identidad al promisorio asentamiento humano; durante el siglo XX, se padecieron avenidas catastróficas, el día 17 de 1917 (4,286 m³/s, de aguas broncas), y los días 15 de los años de 1958 (700 m³/s) y 1968 (1,806 m³/s), fechas, en que se dejó correr tal cantidad de agua que el cauce del Río fue insuficiente, ocasionando inundaciones en amplios sectores rurales y urbanos; tragedias, éstas dos últimas, de las que fuimos testigos muchos que aún estamos para contarlas, y que dejaron sin hogar a miles de laguneros. Las ocurridas en los años 17 y 68, afectaron en grado superlativo la vida económica, política y social de La Laguna.

En 1968, la inundación alcanzó una altura aproximada de 1.50 metros en la colonia Las Rosas (todavía no existía la de El Campestre); además, resultaron siniestrados por estar situados dentro del cauce natural de las otrora aguas broncas (denominación que se les daba a las avenidas, cuando no existían las presas), la colonia Sánchez Álvarez y en forma desastrosa el populoso Barrio de Santa Rosa, así como los moradores de ejidos y colonias aledaños al Río, de los municipios laguneros de Coahuila y Durango, quienes resintieron considerables daños en sus patrimonios.

En el presente milenio se ha presentado, en el mes que nos ocupa (seguimos con septiembre) la avenida del día 9 en 2008. (Inició con 150 y llegó a 450 m³/s). ¡Aguas!, nos persiguen la terminación en 8, número cabalístico, y la amenaza puntual y efectiva cada 40 o 50 años, de un temporal de lluvias torrenciales que en un santiamén multiplica el caudal del viejo Padre Nazas, y lo empuja a recobrar su cauce labrado desde tiempo inmemorial.

Al margen del hilo conductor de la reseña, anotaremos las avenidas correspondientes al mes de agosto. La del día 10 de 1991, que alimentó el cauce del Río Nazas hasta febrero de 1992 (inició con 50 y culminó con 450 m³/s); la del día 1 de 2010 (inició con 200 y alcanzó 400 m³/s) y la última del día 23 (inició con 50 para llegar hasta 650 m³ /s, el pasado 3 de septiembre), a la fecha en suspenso; todas ellas, de similar comportamiento a la de 2008, que no causaron daños imprevistos -lo previsto, abarca lamentablemente lo edificado sobre su cauce natural-, por haberse manejado con la debida anticipación; no ignorando que la actual afectó amplias áreas destinadas a vivienda y a la explotación agrícola y ganadera.

La tregua que nos dispensan en estos días la lluvia y la avenida fortalecen nuestro optimismo de laguneros, pero no adelantemos vísperas y hagamos votos porque la gran romería, añeja tradición popular de la que hasta ahora han disfrutado las familias laguneras en las márgenes del estrenado mini-cauce, mantenga su tono festivo, y no tengamos que lamentar más y mayores perjuicios entre nosotros.

Las benignas avenidas del Padre Nazas, según cuentan los cronistas de antaño, eran recibidas, al igual que hoy en día, como bendición por parte de los laguneros; los agricultores de grandes latifundios desbordaban su gratitud volcando al paso de la corriente, botellas de fino champagne y lanzando monedas de oro, como ofrendas a la generosidad de la naturaleza. Nada que ver con nuestro ingrato presente, cuyo cauce lo hemos convertido en inmundo basurero.

Una vez envueltos en la toalla y librados del remojón anterior, recordemos que hasta hace algunos años el ciclo lectivo, período de clases en las escuelas primarias y medias superiores, iniciaba en septiembre, trayendo ese sabor agridulce que provocaban el final de un disfrutado ocio por dos largos meses, a la vez, que el inquietante deseo de reanudar el aprendizaje en el aula.

No es gratuito el subrayado del legítimo periodo vacacional acostumbrado en nuestra añorada infancia, ahora que los "profesores" de la CNTE se las gastan ausentándose hasta seis meses de las aulas, con goce de sueldo y de paso incendiando las comunidades que esperaban de ellos, no el caos, sino la luz. Ojalá, que esa antorcha utilizada para destruir lo que encuentran a su paso por las calles en sus manifestaciones (camiones y edificios), la enderecen hacia el aula para iluminar la consciencia de esa niñez que la Patria, en mala hora, les ha encomendado para su educación. Va de formas a formas, y de maneras a maneras, de manifestarse y protestar, pero dañar a inocentes y a conciudadanos ajenos a los motivos de la inconformidad, eso no tiene justificación. Continuará. Nos encontraremos el próximo domingo, D. M. Agur.

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