Esta flamante carroza fúnebre de tracción animal, modelo 1900 (propiedad de Fernando Garza Garza), conteniendo un ataúd de la época y conducida por un atildado cochero (Servando Botello Roque), participó en el desfile que, para conmemorar el Día de Muertos, se realizó en Lerdo, Dgo., organizado por José Antonio Fernández Franco, del Instituto de Arte y Cultura.
Hurgando sobre los orígenes del Panteón Municipal de Gómez Palacio, encontramos, entre las escasas tumbas antiguas, una dedicada a "Alfredo, hijo mío. Recuerdo de su madre", en mármol...
...blanco, fechada en 23 de marzo de 1906. Tanto ésta, como una veintena de monumentos mortuorios de las dos primeras décadas del siglo pasado, se sitúan en un radio de 50 metros a partir de la puerta principal. Tal disposición de los enterramientos nos lleva a pensar que fueron los pioneros. A la fecha, no tenemos conocimiento de la existencia de un terreno diverso destinado a la inhumación durante el período comprendido de 1883, en que se dan los primeros asentamientos de lo que en el futuro sería la ciudad de Gómez Palacio, y el arribo del nuevo siglo.
El cronista don Pablo Machuca Macías, en su Ensayo sobre la fundación y desarrollo de la ciudad de Gómez Palacio, no dedica un capítulo especial al panteón, salvo citas circunstanciales. Por su parte, su colega, el profesor Sergio Luis Rosas, en su columna Crónica Gomezpalatina, publicada en "El Siglo", los días 2 y 9 de noviembre de 1993, aborda el tema "Panteones Históricos", únicamente para referir acontecimientos revolucionarios a partir de 1910, y quiénes de los protagonistas están o estuvieron sepultados en el Municipal. De la hemeroteca del periódico mencionado, rescatamos que, en 1919, el presidente municipal Benito Rubio inicia los trabajos para dotarlo de barda perimetral y, cosa curiosa, viene a terminarla en su segunda ocasión como munícipe en 1922.
Durante los tres últimos lustros del siglo XIX y principios del XX, los difuntos de las familias pudientes de Gómez Palacio eran sepultadas en el cementerio de Lerdo, la primera ciudad lagunera. Es el caso, de los miembros de las familias Lavín, Brittingham, entre otros distinguidos gomezpalatinos, cuyas tumbas se localizan inmediatamente después de trasponer su puerta sur.
Una vez que el Panteón Municipal alcanzó un grado considerable de ocupación se abrió el Panteón Guadalupe en su lindero oriente. Desde siempre, ambos, han formado un solo cuerpo dividido de sur a norte por una amplia calzada. Juntos los dos cementerios suman una superficie de 223, 450 metros².
La saturación de los tradicionales camposantos dio lugar a la apertura de otras áreas para cumplir con el mismo objetivo:
A mediados de la década de los setenta, se pone en servicio, con capital privado, el Panteón Jardines Eternos, lindante al norte con el Municipal; separado únicamente por el arroyo de la calle Amatista, en una porción de terreno de 19,003.5 metros².
En el año 2000, se agregan dos panteones, uno particular y el otro municipal: Jardines de la Esperanza y La Rosa, enclavados en terrenos de la colonia Otilio Montaño, colindantes con el fraccionamiento Parque Hundido, en el extremo oriente de la ciudad. El primero con una superficie de ocho y el segundo de cinco hectáreas.
En noviembre de 2008, inicia operaciones el cementerio Puerta del Cielo en una superficie de ocho hectáreas de terreno del antiguo ejido El Vergel, a pie de la autopista Gómez Palacio-Bermejillo, Km. 11.5. Estas modernas instalaciones cuentan con todos los servicios que ofrece un cementerio del siglo XXI.
Nuestra ciudad, que crece y se desarrolla desde sus inicios merced a su vocación industrial, sufre, durante la segunda década del siglo pasado, dos dolorosos acontecimientos que merman su población: la Gran Batalla de Gómez Palacio escenificada en el Cerro de la Pila, del 22 al 26 de marzo de 1914, en la que se calcula perdieron la vida más de 5,000 personas, entre revolucionarios, federales y civiles, y la Influenza Española de 1918, que diezmó la población de nuestro país y de gran parte del mundo.
Los estragos de la Revolución de 1910, antes mencionados, no contemplan las bajas sufridas durante las demás tomas de la ciudad, acontecidas en mayo de 1911, octubre de 1913 y diciembre de 1916; sucesos en los que La Laguna de Durango, aporta su cuota de sacrificio. En 1914, al terminar la Batalla, se apilaron los cadáveres en múltiples espacios del Cerro de la Pila y sus alrededores, y, ante la imposibilidad de darles sepultura se les roció de combustible y prendió fuego, previendo evitar una epidemia.
Respecto a los funestos efectos de la Influenza Española, los cronistas e historiadores apuntan que: las familias de Gómez Palacio y de la región, por los menos, perdieron uno de sus miembros y en algunos casos desaparecieron por completo. Los carretoneros del servicio de limpieza, no cejaban en su tarea de acarrear los cadáveres, en forma masiva, hasta las fosas comunes abiertas en el Panteón Municipal. Corría la leyenda que, entre los cuerpos amontonados en los carromatos se escuchaban quejidos de los moribundos y de algunos, dados por muertos, que al volver en sí, regresaban despavoridos a sus hogares con el consiguiente susto y finalmente gusto de sus familiares.
El Puente de Vivos y Muertos, construido en lo que ahora es el crucero de avenida Mina con calle Arteaga y Salazar, todavía prestaba servicios a finales de los cincuenta del siglo anterior. Este servía para librar el canal de San Antonio que venía del "remanse" (sistema de compuertas, conocido después como Jerusalem, que distribuía las aguas del Tajo Lavín, brazo del Río Nazas, a través de los canales de Tlahualilo -La Línea- y el San Ramón), que se ubicaba a la altura del bulevar Presidente Alemán, donde ahora se levanta la Clínica del ISSSTE, en Lerdo, Dgo. El puente era la única vía franca de comunicación hacia el norte, por el rumbo de la Parroquia de Guadalupe donde, desde antes de 1900, se celebraban las honras fúnebres. En aquellos años, sólo existían dos templos, el otro era la capilla del Barrio del Pueblito. Continuará. Nos encontraremos, D. M. el próximo domingo. Agur.