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¿Por qué México no es una potencia deportiva?

Periférico

ARTURO GONZÁLEZ GONZÁLEZ

¿Hasta qué punto el éxito deportivo de una nación es reflejo de su realidad social y económica? ¿Importa la victoria olímpica más allá de lo estrictamente deportivo? Desde la invención de los juegos olímpicos en la Antigua Grecia, el triunfo de los atletas era asumido por el de su lugar de origen. Las disciplinas de entonces estaban muy relacionadas con las cualidades militares que debían poseer quienes integraban los ejércitos de cada ciudad-estado. Por eso era muy fácil, y conveniente en términos propagandísticos, relacionar los éxitos de los atletas con los de la ciudad que lo vio nacer y desarrollarse.

Los juegos olímpicos modernos nacieron con el sello del amateurismo impulsado por Pierre de Coubertin, quien había sido influenciado por los ideales aristocráticos británicos, similares en esencia a los de las aristocracias griegas antiguas. Los primeros participantes en las olimpiadas de nuestra época no eran especialistas en su disciplina sino hombres con aspiraciones holísticas, motivados a desempeñar múltiples actividades. Pero esto fue cambiando poco a poco y aunque el amateurismo se mantuvo como norma hasta la década de 1970, la realidad es que los juegos se terminaron poblando de especialistas, fueran o no profesionales.

El espíritu de fraternidad universal que quiso imprimir el barón francés a esta justa deportiva, que muy pronto se convirtió en la principal de carácter internacional, pronto fue desplazado por el nacionalismo imperante en esa época. Así, en la década de los 30 y, sobre todo, en la olimpíada de Berlín 1936, el triunfo se convirtió en una poderosa estrategia de propaganda de la Alemania Nazi, con el que el régimen de Adolfo Hitler intentó "confirmar" la supuesta supremacía de la raza aria. Algo similar ocurrió durante la Guerra Fría con el enfrentamiento entre el bloque capitalista, encabezado por Estados Unidos, y el bloque socialista, liderado por la Unión Soviética. El triunfo olímpico fue usado como proselitismo a favor de uno u otro modelo político-económico.

Es en este contexto que surgen los sistemas deportivos más exitosos hasta el día de hoy. En Estados Unidos la base está en los colegios y universidades, que es donde se forman los atletas que terminan compitiendo en los juegos olímpicos. El apoyo de las instituciones educativas a través de becas para adolescentes y jóvenes con potencial es vital. Cuando dejan la universidad, muchos de ellos ya han cosechado victorias y les resulta fácil integrarse a deporte profesional, que cuenta con un aparato muy fuerte de patrocinios privados.

En Rusia, heredera de la extinta URSS, China y otros países exintegrantes del bloque comunista, funciona, con sus matices en cada caso, la Escuela de Deportes para la Infancia y la Juventud, que recibe recursos del Estado con la finalidad de formar generaciones de atletas. En este modelo, el deporte es puesto al nivel de política pública prioritaria.

Y en medio los modelos americano y oriental está el de los países de Europa occidental, que funciona con una estructura piramidal muy jerarquizada en donde la base la forman los clubes hasta llegar a las federaciones deportivas europeas. Aquí se da una participación mixta entre el Estado y la Iniciativa Privada, en donde el primero básicamente regula la actividad del segundo.

Al observar cómo funcionan estos tres sistemas es completamente explicable el resultado de una olimpíada. La que ayer terminó, Río 2016, refleja en el medallero a cuatro superpotencias indiscutibles: Estados Unidos, China, Reino Unido y Rusia, con un contundente triunfo de la primera. Le siguen Alemania, Japón, Francia, Corea del Sur, Italia, Australia, Países Bajos y Hungría. Hace cuatro años, la lista de los doce primeros en el medallero estuvo conformada prácticamente por los mismos.

El hecho de que estos países también se encuentren en los primeros lugares en desarrollo económico, puede ser un factor de peso, aunque no determinante. India posee la sexta economía más grande del mundo y apenas logró dos medallas en Río de Janeiro. México, con la decimoquinta economía del orbe, apenas cosechó cinco, ninguna de oro, muy por debajo de lo alcanzado por Países Bajos, que obtuvo 19, siendo la decimoséptima economía. La respuesta parece estar en el sistema y la gestión de recursos para el mismo.

Bajo cualquier óptica resulta mezquino denostar la participación de cada uno de los atletas mexicanos en los juegos celebrados en Brasil. Si llegaron ahí es porque calificaron, incluso, pese a los obstáculos y falta de apoyo de las federaciones y la Comisión Nacional del Deporte. No debe quedar duda de que dieron su mayor esfuerzo. El problema es que en la mayoría de los casos éste no fue suficiente para lograr una medalla, como ha sido la historia reciente de México en las olimpíadas. Y tras de este fracaso colectivo hay varios factores ajenos al deportista que logra asistir.

El primero de ellos es la ausencia de un sistema deportivo coherente y eficiente como el que tienen los países más exitosos. El segundo es la mala administración de los muchos o pocos -esto es relativo- recursos con los que se cuenta. El tercero es que quienes están al frente de las instituciones rectoras del deporte no tienen las capacidades ni la voluntad de trabajar para cambiar y mejorar porque simplemente ellos, como sea, ganan. Y el cuarto es que hay una saturación mediática de un solo deporte, el fútbol, al grado de que pareciera que es el único que existe, en detrimento del fomento y la práctica de las 27 disciplinas olímpicas restantes.

Contrario a la actitud superlativa de los medios electrónicos, Michael Phelps no es un superhumano. Phelps es producto de un sistema deportivo que cuenta con la estructura necesaria para detectar un talento como el de él y ofrecerle la mejor oportunidad para explotarlo al máximo. Ciertamente la hazaña del nadador estadounidense sorprende, pero debemos entender cómo es que pudo ser posible. Si nos quedamos creyendo que se trata de un ser "llegado de otro planeta" o de un superhéroe, nunca lograremos motivar a otros a seguir su camino o a mejorar en nuestro país lo mucho que se tiene que mejorar para ver crecer algún día una generación de deportistas como a la que pertenece Michael Phelps.

Y no solo se trata del éxito deportivo, que ya de por sí es importante, sino sobre todo de brindar a niños y jóvenes una oportunidad de construir un proyecto de vida lejos de actividades perniciosas como el crimen, el pandillerismo, las adicciones u otras conductas antisociales. Porque el mayor beneficio que obtienen los países preocupados por formar a su juventud en el deporte -o las ciencias, la tecnología, las humanidades- no es estar en los primeros lugares del medallero, sino en contar con una generación de hombres y mujeres con un desarrollo sano y en plenitud de sus capacidades. Así de importante.

Twitter: @Artgonzaga

Correo-e: argonzalez@elsiglodetorreon.com.mx

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