— Woody Allen
Ignorancia, miedo, odio y estupidez colectiva: conceptos que han sido los recursos del tirano, el justificante y conducto para alcanzar el poder y no soltarlo. Sólo bajo dichos preceptos, cuando son mal entendidos y aplicados, puede explicarse que sobre la sensatez, inteligencia y la cordura triunfe el absurdo.
Quizá no existan errores y desviaciones en la historia, sino hombres y mujeres que supieron capitalizar las circunstancias y los tiempos aciagos a su favor. Ahí están Adolfo Hitler y Benito Mussolini a modo de ejemplo sobre las acepciones del mal, pero también Winston Churchill como efigie de todo lo bueno, del bien que a la larga triunfaría.
Lo preocupante es que en estos tiempos tan convulsos, nos sentimos descobijados e indefensos, sin liderazgo alguno que vele por nosotros. Ha llegado el tiempo no de perseguir y buscar a quien nos guíe, sino de arar el camino con nuestras propias manos.
A río revuelto, ganancia de pescadores. El cuento de La flauta de Hamelin llevado a la realidad en pleno siglo veintiuno: eso parece ocurrió en Estados Unidos.
¿Cómo explicarle a nuestra descendencia la manifiesta estupidez de esta generación y plasmarla en los libros de historia? ¿Cómo?, pregunté el martes vía redes sociales, víctima de la congoja y sorprendido al igual que millones.
Me sentí triste, enojado, lamentándome del grado de ignorancia al que puede llegar una colectividad. Eso les pasa a muchos por no leer, pinches gringos ni siquiera saben dónde carajos se localiza su propio país en el mapa, pensé. Pude haber matizado tan lacónica aseveración escribiendo, en vez, que “un grupo de estúpidos” decidió el futuro con las vísceras, pero el hubiera no existe.
La política, cuando se pervierte y extravía su esencia más noble, busca responsabilizar a nuestros semejantes, al contrario a mí, de todos los males e infortunios que nos aquejan. Sobre el otro colocamos las culpas, no solo aquellas inherentes a nuestro tiempo, sino también las del pasado y el provenir. No asumimos el error, lo transferimos.
Eso lo entendió Donald Trump. Nosotros, tontamente, comenzamos viéndolo primero a modo de chiste, después con un dejo de preocupación y luego, ya muy tarde, como un fenómeno inentendible y peligroso que rebasando toda lógica, se salía de control. Hoy, cuatro palabras que jamás pensamos escribir, simbolizan el infortunio que nos espera: presidente electo Donald Trump.
Apuesto a que, calmadas las pasiones, lograr una mejor comprensión de lo ocurrido el martes durante aquella noche triste. Creía entender a profundidad la política norteamericana y el psique de nuestros vecinos. Fallé, fallamos todos. Subestimamos a un sector que tiene derecho a estar enojado, pues desconfía de instituciones falibles que de manera sistemática le han fallado.
Quieren a una Norte América, la de los años cincuenta, a la que es imposible regresar. Persiguen un sueño americano que hoy resulta una falacia pues no garantiza ni salud, ni educación, ni tener empleo y por ende, pertenecer a una gran clase media.
El Brexit, Rajoy, distanciarse de un acuerdo de paz en Colombia: la colectividad dispuesta a tomar decisiones y elegir, en su exasperación y apatía, caminos absurdos. Un orden global novedoso donde las reglas y parámetros de ayer las arrojamos a la basura. Dilucidar lo que viene, si no imposible, sí será muy difícil.
El problema, a la larga, no son los votantes de Trump ni Estados Unidos. Lo grave es que lentamente, desde hace mucho, algo mucho más profundo se rompió en nuestro fuero interno. Se llama confianza y ese es un crisol muy difícil de pegar.
Nos leemos en Twitter y nos vemos por Periscope, sin lugar a dudas: @patoloquasto