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Pusilanimidad e indolencia

Sobreaviso

RENÉ DELGADO

Si la calidad del aire es mala en la megalópolis, peor es la de sus gobernantes. Si el viento sopla no saben qué hacer, si deja de soplar tampoco. La conclusión es obvia -alguna otra vez se consignó en este espacio-: más daño provoca al país la naturaleza del poder que el poder de la naturaleza.

La tempestad de la semana pasada y la falta de viento de ésta pusieron en evidencia a los gobernantes. No toman decisiones ni respetan las que alguna vez tomaron. Sólo declaran y resbalan responsabilidades. Actuar, ni pensarlo. Confían en que el viento se lleve la polución y, de paso, sus palabras, pero sin viento sus palabras permanecen y flotan en el ambiente, exhibiendo -a modo de partículas suspendidas- su pusilanimidad e indolencia.

Su actitud revela eso y, algo peor, el miedo que le tienen a la gente así como su profundo desprecio por ella. La naturaleza del poder está provocando un daño irreversible al país. Los gobernantes no toman decisiones no sólo porque no saben qué hacer, sino también porque temen perder la popularidad que no tienen. ¡Increíble absurdo!

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En esta atmósfera descompuesta descuella su majestad, el gobernador Eruviel Ávila.

En su torpe afán de poner en su lugar y asestar un golpe a su molesto vecino Miguel Ángel Mancera, no tuvo empacho en utilizar como ariete a los capitalinos. Cerrar en medio de la contingencia los cuatro rellenos sanitarios donde la Ciudad de México deposita ocho mil toneladas diarias de basura, sí colocaba en un apuro a Mancera, pero sobre todo a los habitantes de la Ciudad. Le agregó al problema ambiental, uno de salubridad. Qué puntadón. Si se lanza a la grande, ojalá Eruviel Ávila no venga a pedir el voto a los chilangos. Ya dejó ver cuánto los desprecia.

En esa primitiva política de ojo por ojo o, si se quiere, de imecas por basura, ¿qué hubiera pasado si Mancera responde del mismo modo y decreta el No Circula en la Ciudad a los vehículos emplacados en el Estado de México? De haber escalado el pleito, simple revancha política, las chapitas de Eruviel Ávila no hubieran sido cosméticas ni producto del rubor, sino del coraje.

Pero, en fin, el gobernador mexiquense es lo de menos.

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Tres claves que explican la inacción, cuando no la contradicción, en que incurrieron los gobiernos federal, capitalino y estatales son:

Una. La falta de planeación, coordinación, decisión y acción frente a los crecientes problemas que aquejan al país, en este caso particular la megalópolis. El país está parado sobre auténticos barriles de pólvora y, pese a ellos, las autoridades titubean. No actúan. Y cuando actúan, lo hacen no en función del bienestar social o nacional, sino del personal o de la transa, el capricho o la mezquindad. A veces también lo hacen con la vista puesta en un futuro remoto, no en el presente donde plantan los pies.

Dos. La falta de liderazgo y decisión. La distancia que los gobernantes han tomado de sus gobernados debilita, si alguna vez la tuvieron, la legitimidad de su mandato. Tal fragilidad los vuelve inseguros en el gobierno y los lleva a dos prácticas lamentables: hacer de la cúpula política, el interlocutor exclusivo de su angustia, desconsiderando a los beneficiados y perjudicados de sus acuerdos; y, entonces, aquella distancia se ensancha al punto de desconocer o ignorar a quienes supuestamente representan. Ahí se expresa el desprecio y el miedo a la gente. En esa circunstancia y ante la inoperatividad de los acuerdos cupulares, los gobernantes optan por resbalar los problemas en vez de resolverlos. En el mejor de los casos, por administrarlos, no gobernarlos. Sin autoridad, mejor ni moverle a las cosas. Mucho menos pretenden construir un auténtico liderazgo.

Tal situación hace que, ante el poder de la naturaleza, los gobernantes imploren que el huracán no llegue con fuerza, que el temblor no sea muy fuerte, que el viento se lleve la contaminación o rueguen, ante el mercado, que suba el precio del petróleo, que no se deprecie el peso, que la situación aguante hasta después de las elecciones. Y si no es así, que el desastre o el problema le reviente a quien los suceda. Liderar, decidir y actuar no está en el esquema de su conducta. Hoy, la meta máxima de los políticos es alcanzar el poder, no ejercerlo.

Tres. La falta de congruencia entre lo que dicen y hacen. Decretan la contingencia, pero hacen de las restricciones simple sugerencia. Recomendación que ni ellos mismos atienden. Encabezan actividades al aire libre porque ni modo de perder la posibilidad de encabezar un acto público controlado. Ni modo de irritar a la gente, cancelando conciertos o espectáculos al aire libre, mucho menos los partidos de futbol. Se decreta el Hoy No Circula para tal o cual engomado, con la advertencia de que castigará a los policías que ¡cumplan con su deber!

Dicen una cosa, pero hacen otra.

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La contingencia fue resultado de múltiples factores que exigen nuevas y rápidas decisiones de carácter regional.

El aflojamiento del Hoy No Circula, privilegiando a algunos sectores. La modificación del criterio para otorgar o no el holograma correspondiente, considerando la eficiencia del motor y no el año del modelo sin dar el paso siguiente. La importación de gasolina, sin certificar su calidad en relación con el contenido de azufre. El monitoreo de la calidad del aire y la verificación de los vehículos de modo distinto en las entidades que comprende la megalópolis.

Muchos factores variaron, pero los gobernadores que involucra la megalópolis resbalaron su responsabilidad y la Comisión Ambiental de la Megalópolis sencillamente no hizo lo que debía. Esa instancia se ajustó a la filosofía reinante: de atender algún problema, es menester hacerlo hasta que éste se transforme en crisis y estalle.

***

Semana a semana destaca la indolencia y la pusilanimidad de los gobernantes. Estos días, su divisa fue: el que tenga más pulmones, que jale más aire. Su anhelo: que sople el viento, pero no muy fuerte.

sobreaviso12@gmail.com

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