Foto: Archivo Siglo Nuevo
Considerado uno de los máximos exponentes de la escuela mexicana de pintura, Raúl Anguiano Valadez destacó en sus obras las cualidades expresivas de México, sus procesos sociales, su diversidad étnica, sus tradiciones y sus festividades.
Su obra, realizada a lo largo de 78 años de trayectoria, confirma su maestría en el dibujo y el manejo de recursos que le permitieron plasmar su genio en materiales como óleos, acuarelas, escultura, bocetos para murales, monotipos, cerámicas, tapices y esmaltes.
En el Centenario de su Natalicio la pintora Rina Lazo lo describió como “un mexicano de corazón” al artista plástico que recreó los momentos que forjaron la historia de México, quien supo retratar personajes y momentos significativos de su pueblo, y en cuya obra mujeres, niños, madres y campesinos conforman el bagaje temático.
Raúl Anguiano Valadez, considerado como uno de los grandes artistas mexicanos, fue hijo de José Anguiano Peña y Abigail Valadez. Llegó al mundo en una época de grandes cambios artísticos y sociales. Pronto comenzó a participar en ellos debido a su temprana afición por las artes, y a su interés por cuanto ocurría en las esferas de lo político y lo social.
LA ESPINA, OBRA CUMBRE
La investigadora Mercedes Sierra Kehoe ha explicado que muchos críticos consideran a La espina como la obra cumbre de Raúl Anguiano. “Creo que en dicha obra el maestro Anguiano retrata su capacidad académica, su estilo y su conocimiento de la sociedad mexicana en el cual siempre vivió”.
En 1949 el Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA) contó con un fondo para auspiciar una expedición a Bonampak, con el fin de documentar la zona y sus alrededores. Raúl Anguiano fue invitado a participar para realizar pinturas de las ruinas, de los paisajes, así como de la vida y costumbre de los lacandones, habitantes de esta zona maya.
La exuberancia y el misterio de la selva fueron para Raúl Anguiano fuente de inspiración: la lluvia de estrellas, los exóticos animales y la riqueza de sonido. En obras como Lacandonas asando monos zarahuatos plasmó estas imágenes.
Raúl Anguiano, quien nunca descuidó la captación de lo que veía y observaba, tuvo la oportunidad de atesorar una gran riqueza de bocetos, calcas y apuntes pictóricos de la expedición, muchos de los cuales trasladó al lienzo a su regreso a México, que le sirvió para efectuar una magna exposición en el Palacio de Bellas Artes.
En su diario sobre la expedición, Anguiano escribió: A la vieja María se le clavó una espina en un pie; me pide mi navaja y con la punta la extrae; a pesar de que le sangra el pie, se incorpora y sigue caminando. Así nació el tema de La espina, obra que ha sido exhibida alrededor del mundo, y que para el propio artista correspondió a un momento importante de su trabajo.
En el libro Trazos de vida, Luz García Martínez expone que para Raúl Anguiano “estos indígenas revelaban el espíritu de lo mexicano a través de su mirada, en ella redescubría el significado de los más de 500 años de historia del México profundo, pluricultural y pluriétnico”.
DESTACADO MURALISTA
Por sus importantes contribuciones, a Raúl Anguiano le corresponde un lugar preponderante dentro del muralismo mexicano. Perteneció a la tercera generación de muralistas denominada por el mismo “heterodoxos de la escuela de pintura mexicana”, pues no siguieron fielmente la continuidad de este movimiento artístico ni en lo ideológico ni en lo estético.
“Raúl Anguiano retoma muchos de los iconos considerados mexicanos para hacer representaciones aunque no por eso dejó de hacer otras temáticas, por ejemplo en los años treinta, justo cuando estaba la llamada educación socialista, él utilizaría el mural como una plataforma de denuncia sobre lo que estaba ocurriendo en esos años, como era la Guerra Cristera”, señaló Guillermina Guadarrama, maestra en Historia del Arte por la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México.
Sobre su técnica de trabajo, la especialista explicó que el artista jalisciense hacia un excelente dibujo, trabajo en fresco, y en diversas técnicas que usó para los murales. “El color que usa es maravilloso, emplea colores que Diego Rivera no usó, tenía una paleta de color extra que el maestro usa sobre todo para su mural Historia de los colorantes en México fue una paleta de color muy luminosa, brillante y diferente”.
Su obra mural data de 1936 cuando perteneciendo a la LEAR obtuvo algunas comisiones para realizar murales en diversas partes de la República, como Puebla, Morelia, Jalisco, y la propia ciudad de México, donde realizó cinco obras murales en el Instituto Politécnico Nacional, en la Cámara Nacional de Comercio, así como en la Confederación Revolucionaria Michoacana del Trabajo y en el Centro Escolar Revolución de la ciudad de México.
La presencia de Raúl Anguiano en el muralismo se justifica por su interés en el pensamiento revolucionario y en el movimiento obrero. Su espíritu se impregnó de estas convicciones y se manifestó en los tres murales realizados en el Centro Escolar Revolución: Represión Porfirista, Las nuevas generaciones, y Fascismo destructor del hombre y de la cultura (1936-1937), en los cuales destaca su habilidad como dibujante.
De 1963 a 1964 pinta varios murales para la firma Consorcio Químico Mexicano, S.A., en Tlalnepantla, Estado de México, con el tema Historia de los colorantes en México, mural transportable, realizado en dos secciones. En el mismo período realiza tres murales para el Museo Nacional de Antropología: La creación del hombre maya (basado en el Popol Vuh), Deidades de Mesoamérica y Batalla entre los mayas.
Otros murales fueron la Trilogía de la nacionalidad (1988) en la Procuraduría General de la República; el Encuentro de dos culturas o El mestizaje del pueblo mexicano (1993), en la SEP; Ignacio Zaragoza (1996) en el Palacio de Gobierno del estado de Puebla; La Historia y leyenda de Coyoacán (1997) en la Casa de la Cultura Raúl Anguiano, en el parque ecológico Huayamilpas; y El hombre, la palabra y la técnica (1998) en el Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey, campus Ciudad de México.
Fue uno de los cinco muralistas mexicanos que dejó obra en Estados Unidos, además de José Clemente Orozco, Ramos Martínez, Diego Rivera y David Alfaro Siqueiros. Entre sus murales allá están Grandeza mexicana, en el Museo Bowers de Santa Ana California; y Los Mayas, en el Consulado General de México en los Ángeles. También plasmó una gran obra de 70 metros cuadrados en el East Los Angeles College.
“El mural que hizo en el Tec de Monterrey ya no era de una temática acorde a lo que se ha denominado de identidad en México, sino que ya hablaba sobre el lugar en el que se realizó”, destacó Guillermina Guadarrama.
UN HOMBRE QUE DEJO HUELLA
Raúl Anguiano fue reconocido por la crítica como uno de los grandes retratistas del pueblo mexicano, quien legó un prestigioso acervo que ha trascendido fronteras y refleja un episodio memorable del arte mexicano. En el momento en que le sorprendió la muerte, el 13 de enero de 2006, tenía 90 años de edad.
Inició estudios de dibujo en su estado natal. Sus primeros dibujos, realizados hacia 1919, siendo un niño, corresponden a la etapa del garabato controlado y expresan su gusto por plasmar el ambiente que le rodea. A los doce años (1927) se integró a la Escuela Libre de Pintura y recibió sus primeras clases en el Museo Regional de Guadalajara.
En la Escuela Libre de Pintura ingresó a los talleres donde aprendió las diversas técnicas y reafirmó su pasión por el arte prehispánico y popular. Sus compañeros lo llamaban el niño Anguiano o Rafaelito. Posteriormente tomó clases de dibujo en la escuela preparatoria con el profesor José Vizcarra, con quien aprendió a perfeccionar el trazo y a experimentar con diferentes técnicas.
En los años treinta plasma por primera vez desnudos, traza la figura humana a la manera clásica y consigue en sus retratos una gran nitidez. En 1934 decidió mudarse al Distrito Federal, y se desempeñó como ayudante de sus amigos muralistas Jesús Guerrero Galván, Roberto Reyes Pérez, Máximo Pacheco y Juan Manuel Anaya. Durante este año se dedicó a pintar y a estudiar la técnica del fresco.
En marzo de 1935, junto con Máximo Pacheco, realizó su primera exposición en el Palacio de Bellas Artes. A partir de entonces más de 100 exposiciones individuales y colectivas han exhibido su obra en diversos museos, galerías o instituciones alrededor del mundo. Presentó muestras en el mismo recinto de mármol en los años 1949, 1982 y 1992 las dos últimas como homenaje y retrospectiva. En 2006 se realizó la exposición póstuma Raúl Anguiano 1915-2006, en el Antiguo Colegio de San Ildefonso.
El mandato del presidente Lázaro Cárdenas (1934-1940) fue una época de ricas y variadas experiencias para el artista, quien retrató diversos aspectos de la vida del urbe, como la vida en los barrios bajos (carpas y cabarés), dando paso a la caricatura y al sentido del humor. De 1938 a 1942 tuvo una inicial etapa surrealista.
De 1952 a 1955 viaja a varios países de Europa, lo que alimentó su propuesta creativa. Entre 1965 y 1968 realiza numerosas exposiciones de pintura, dibujo y litografía en varios países de Europa, Estados Unidos y Sudamérica con gran éxito.
Su amor por la figura humana especialmente por la femenina se manifiesta en retratos como el de Julia Crespo, el de Pita Amor, la mujer de las iguanas o las mujeres de Juchitán, del rebozo o del turbante; y de alta calidad plástica como su Autorretrato de 1947 o el Retrato de mi abuela.
No pueden dejar de mencionarse sus desnudos: Desnudo de Aurorita, Desnudo de negra, o La Venus de l’espugue, que le inspiraría para incursionar en el abstraccionismo tanto pictórico como escultórico. En su etapa simbólica o fantástica destacan las obras El Caín; La llamada del instinto; Nacimiento y muerte, La loca, La llorona, y La huida.