Reforma de una ciudad

Nos dijeron que no nos iba a costar nada. Pero ahora resulta que nada no quiere decir nada. Tan solo la integración de la nueva Asamblea Constituyente de la Ciudad de México costará a los contribuyentes de todo el país, y no sólo a los capitalinos, 500 millones de pesos. Pero eso no es nada, nos dicen los políticos. Cómo se ve que el dinero no es de ellos.

Pero ojalá que el costo fuera de sólo 500 millones de pesos. La verdad es que la experiencia nos dice que cuando se crea una nueva burocracia conocemos el precio inicial pero no el final. Por otra parte, hay costos ocultos. En la reforma se ha subrayado que los diputados de la asamblea constituyente no cobrarán sueldo. Pero esto puede ser muy peligroso y muy costoso. Ni yo, ni usted, ni ninguna persona que trabaja para ganarse la vida puede darse el lujo de laborar durante meses en un proyecto legislativo de forma gratuita. Si la asamblea no paga sueldos a los legisladores, seguro sí lo hará a asesores, secretarias, mensajeros, edecanes, etcétera. Pero el que los diputados no tengan ingresos significa que sólo los ricos o los corruptos podrán participar. El costo final será por lo tanto muy elevado. No hay nada más caro que lo que se regala.

El costo seguirá subiendo, sin embargo. La nueva Ciudad de México tendrá cabildos en cada nueva alcaldía. Nos dicen que esto no costará más dinero que el que se pagaba en las delegaciones, pero la experiencia nos dice que cada edil creará sus burocracias y tendrá que empezar a pagar favores políticos y a repartir subsidios.

El gobierno de la Ciudad de México suele argumentar que recibe un pésimo trato fiscal de la federación. Los políticos locales sostienen que la capital recibe menos dinero de la federación de lo que aporta a ella. Pero este argumento, aunque pudiera tener fundamentos contables, no es correcto en verdad. Las estadísticas de recaudación dan la impresión de que en la Ciudad de México se recauda mucho más de lo que en realidad se obtiene.

Lo que ocurre es que la mayoría de las empresas grandes y las extranjeras tienen sus oficinas centrales en la Ciudad de México y ahí pagan sus contribuciones principales, como el impuesto al valor agregado y el impuesto sobre la renta. Sin embargo, estas recaudaciones son consecuencia de actividad económica que se lleva a cabo en todo el país pero cuyos registros contables se hacen en la Ciudad de México. La capital de la república, por otra parte, concentra de manera injusta el gasto gubernamental. Una parte muy importante de los empleados y trabajadores de Pemex, por ejemplo, vive y trabaja en la Ciudad de México, donde están las oficinas centrales de la empresa, a pesar de que la mayor parte de la producción de crudo y petrolíferos se concentra en Campeche, Tabasco y el sur de Veracruz.

El mito de que la Ciudad de México aporta más de lo que recibe de la federación es como el de que los capitalinos exigimos la reforma política del Distrito Federal. La verdad es otra. Esta es una reforma impulsada por políticos para propósitos políticos. Pretende crear una plataforma para la candidatura presidencial de Miguel Ángel Mancera. Se vale y es legal, por supuesto, pero no hay que pretender que la reforma fue una exigencia de los capitalinos.

¿Qué quieren entonces los capitalinos? Simplemente una ciudad mejor administrada, con mejores servicios públicos, a la que no le falte agua con tanta frecuencia, en la que los permisos de construcción y de apertura de negocios no requieran actos de corrupción. No es muy distinto de lo que desean los habitantes de Monterrey o de Torreón. Sólo que esa ciudad mejor gobernada no se consigue con un proyecto político como el que ha remplazado al Distrito Federal con la Ciudad de México.

Twitter: @SergioSarmiento