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Resistencia y cambio

SALVADOR SÁNCHEZ PÉREZ

Todavía resuenan en nuestros oídos las palabras dichas por Francisco en su viaje a México. Pueblo, jerarquía y gobierno sopesan esas afirmaciones para realizar, en su caso, cambios importantes en sus estrategias.

Como muchos preveían, sería una palabra directa a la situación de injusticia que vive este país, pero desde la perspectiva de quien no está enfrascado en la discusión y desde un horizonte más amplio, expone con agudeza sus argumentos.

Francisco desde siempre había dicho que quería venir a México a estar con María de Guadalupe, también advirtió querer estar ante la tumba de Samuel Ruiz y cumplió las dos. El sábado estuvo en la Villa de Guadalupe y el lunes se dirigió a San Cristóbal de las Casas. Estuvo ahí, oró, se conmovió, como quien se siente ante la presencia de una madre, como quien se sabe ante la tumba de un santo.

Don Samuel es emblema de pastor que tiene "olor a oveja". En su actividad cotidiana se expresaba normalmente en tsoztil, tzeltal, chol, tojolabal, dialectos mayas aún hablados por la feligresía católica de esas tierras donde la Revolución Mexicana nunca se realizó: grandes propiedades de tierra en manos de finqueros cafetaleros, que poseían junto con la tierra, las vidas de peones indígenas acasillados.

Los relatos son terribles. "Yo serví de caballo", le contó un indio a Don Samuel muy pronto de su llegada. En una visita que hizo a una parroquia indígena enclavada en la selva, los feligreses le contaban la muerte de todos los niños de la comunidad, víctimas de una epidemia de fiebre no atendida por los servicios oficiales de salud. Que los hacendados pegaran a los indígenas era una práctica ordinaria. En San Cristóbal de las Casas, ciudad criolla de la zona, los indígenas tenían que bajar de la banqueta para dejar el paso a los "coletos", así se decían ellos, quienes se referían a los indígenas como "perros indios".

Don Samuel inició un proceso educativo de largo plazo. Escucharlos, antes de decretar ningún plan apostólico de nada. Muy pronto de su llegada invitó a religiosos dominicos para echar a andar un proceso de evangelización, los jesuitas habían llegado poco antes que Don Samuel a esos territorios.

Además de las labores propias sacramentales y de evangelización, la diócesis construyó un centro de salud, una ladrillera, una escuela de economía doméstica, una granja comunal. Un elemento clave en esos tiempos fue la formación y capacitación de catequistas, cerca de 1,000 en la primera década de trabajo.

No hay un punto de inflexión en todo el proceso, hay muchos. Uno de ellos, muy importante, fue la reunión de obispos en la ciudad de Medellín, en 1968. Se planteó ahí cómo hacer propios los planteamientos del Concilio Vaticano II. La lectura directa de la biblia fue el eje principal, pero sin duda fue central la idea que claman por la liberación del pueblo pobre y oprimido. Afirmación base para aquello que más adelanta se conocerá como la Teología de la Liberación.

La Palabra de Dios se leía en comunidad y se reflexionaba sobre ella. El místico la oraba, el analista generaba nuevas preguntas, los artistas creaban cantos. Era una palabra viva que se emitía, se recuperaba, se escribía e iba creando una historia nueva.

Mucha gente de fuera acompañó el proceso. Antropólogos académicos le señalaron en los setenta la necesidad de dejar de tratar a los indígenas del modo tradicional, como si fueran menores de edad. Era necesario reconocer la propia iniciativa y su capacidad para elegir el propio rumbo. Clave también fue el pacto que, en 1976, Samuel Ruiz hizo con un grupo de activistas de norte del país. Acordaron asumir la formación política de la gente, en un proceso paralelo a la formación religiosa que hasta entonces llevaba más o menos bien la diócesis.

El proceso se fue radicalizando. Había muchos que no querían esperar tanto. Se generó un ala extrema y guerrillera, los mismos comandantes tenían nombres religiosos, así Moisés, David, Daniel y Marcos mismo. Tanto que la ruptura fue inevitable, Don Samuel era contrario a la solución violenta, tanto como adepto a la solución social.

El 1 de enero de 1994 ocurrió lo sabido, el EZLN declara la guerra al gobierno mexicano. Meses después en los diálogos de San Andrés, don Samuel, junto a otros académicos e intelectuales mexicanos, fue el mediador entre el gobierno y el Ejército Zapatista. Proceso exitoso hasta la firma de los acuerdos, que nunca se pusieron en práctica.

En 1999, al cumplir 75 años y según dicta la norma del derecho canónico, presenta su renuncia como Obispo. Muere en 2011 en la Ciudad de México.

Hombre de Iglesia, pero marginado en su época por la Iglesia oficial, no sólo por otros obispos, sino por cientos de católicos que veían en él la desviación de la verdadera doctrina de la iglesia. Este es el hombre al que Francisco, el Papa, hoy rinde homenaje.

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