Anteayer en el auditorio Braulio Fernández Aguirre de la Universidad Autónoma de Coahuila, Unidad Torreón, la senadora Hilda Flores Escalera rindió un informe de sus acciones legislativas en la Cámara alta de la república. En el foro, donde se encontraban dos mil personas, Flores Escalera fue clara al manifestar que aspira a gobernar Coahuila a partir del primero de diciembre de 2017, es decir, está apuntada en la sucesión de Rubén Moreira.
Sucesión que está próxima a definir su primer capítulo: la designación de los candidatos de los principales partidos, el PRI y el PAN.
El informe de anteayer contó con la presencia destacada de la gobernadora de Sonora, la también senadora (con licencia por supuesto) Claudia Pavlovich; el senador y exgobernador por Durango Ismael Hernández Deras; el exgobernador de Coahuila don Eliseo Mendoza Berrueto; Enrique Martínez y Morales, delegado de la Secretaría de Economía e hijo del exgobernador, exsecretario de Agricultura y flamante embajador de México en Cuba, Enrique Martínez y Martínez. Y quizá en un acto de solidaridad (no quiero pensar otra cosa) contó con la presencia del casi candidato del PRI y ahora contendiente en la aspiración, el alcalde Miguel Ángel Riquelme Solís.
Es ciertamente favorable para el juego político que dentro de la baraja de opciones para acceder a la candidatura al gobierno de Coahuila aparezcan mujeres. En el caso de Acción Nacional, aunque distante, la senadora Silvia Garza Galván se ha apuntado en el grupo de los que buscan ser la persona ungida para representar a su causa en las elecciones del próximo junio. Garza tiene remotas posibilidades de abanderar su partido, pero al menos juega junto a Guillermo Anaya, Isidro López, Luis Fernando Salazar, Gerardo García Castillo y del novedoso Marcelo Torres (quien trae otro juego).
En el PRI la cosa está entre dos partes: el candidato del gobierno, el alcalde Riquelme o alguno(a) que por fuera de sus tradicionales reglas logre una posición tal que el PRI nacional intervenga para impedir que la designación se produzca de manera local.
Hilda Flores es una de esas opciones, junto a Javier Guerrero y Jericó Abramo.
En cuanto a Martínez y Morales, representante del grupo político de su padre, no pudo en este tiempo construir una posición que realmente le permitiera acceder a contender seriamente por el puesto.
Por lo que respecta a Román Alberto Cepeda es una incógnita el motivo que lo llevó decir que quiere ser candidato por su partido.
En estas circunstancias el informe de la senadora Flores de anteayer es una clara acción en búsqueda de su legítimo deseo, aunque vaya en apariencia en contra de los deseos del oficialismo estatal, de que el candidato sea Riquelme. Incluso dentro de su discurso, la legisladora hizo mención a tiempos complejos que se viven en su partido, al cual exhortó a hacer lo necesario para volver a ser la primera fuerza política del país, de la cual por cierto lo sigue siendo. El problema para ella es que si realmente quiere ser gobernadora debe tener en claro que no lo va a ser por lo menos bajo las siglas del PRI.
O es Miguel Riquelme o quizá Jericó Abramo se la pudiera ganar y eso porque en dado caso el priismo de la capital se rehusase a tener un candidato lagunero (esta es opinión de quien esto escribe, nada más).
En el mismo caso está el diputado Guerrero, que aunque cuenta con los atributos probados para ser gobernador, no tiene las circunstancias a su favor.
Además, Hilda Flores fue una de las diputadas que votó para legitimar la deuda, estigma que no es fácil sacudirse, menos en una eventual campaña.
Pero más allá de todos estos elementos, hoy en el PRI cada vez es más notorio que saben que el riesgo de sufrir en las urnas la misma suerte que sus colegas en Durango, o en Chihuahua, o en Veracruz, o en Quintana Roo, está latente, lo que quizá favorezca a la unidad, pues ellos también saben obedecer, máxime ante el riesgo real de perder el poder.
