Es imposible entender la civilización sin un río. Las primeras grandes sociedades estatales surgieron a merced de las corrientes fluviales que moldearon no sólo la concepción material del origen de la Historia, sino también la espiritual, desde las artes hasta la religión. En casi todas las mitologías es posible encontrar las grandes crecientes de los ríos como diluvios o las prolongadas secas de los cauces como terribles azotes divinos. Todo, o casi todo, era definido por el río. Así fue entre el Tigris y el Éufrates, y en los valles del Nilo, el Indo, el Huang He y el Tíber. Cuencas que fueron el limo de culturas sorprendentes cuando la civilización era la excepción y no la regla. Incluso tan lejos como en Mesoamérica se repite el fenómeno. En los llanos dominados por los ríos Papaloapan, Coatzacoalcos y Tonalá, floreció a muy temprana época la cultura de los olmecas, la primera de las grandes sociedades mesoamericanas.
Si se brincan las distancias temporales, La Laguna tiene un origen que la emparenta con las culturas hidráulicas de los albores de la civilización, pero con una peculiaridad: el sistema hidrológico de esta región es endorreico. Ninguno de sus ríos tiene salida al océano, sino a un sistema de lagunas -Mayrán y Viesca- que se convierten en una especie de pequeños mares internos. De la misma manera que los ríos antes mencionados lo hicieron, el Nazas y el Aguanaval dieron las condiciones de vida suficientes para primero atraer a los pueblos nómadas y seminómadas del Desierto Chihuahuense y luego a los misioneros y conquistadores españoles que hicieron de la comarca uno de los principales territorios de frontera del Virreinato de la Nueva España a finales del siglo XVI y durante buena parte del XVII.
Principalmente el río de las Nasas, como se le bautizó por los instrumentos utilizados por los aborígenes para la pesca, fue el factor primordial para que a mediados del siglo XIX se diera la primera gran revolución económica de la región: la del algodón. El célebre "oro blanco", producto de una tierra fértil bañada por las aguas de un río de crecientes impetuosas que terminaba abasteciendo a un voraz mercado internacional impulsado por la expansión del Imperio Británico, empujó la revolución demográfica de la región. Los poblados se convirtieron en ciudades y el capital internacional se instaló con distintos rostros. Antes de la guerra de 1910, La Laguna era una de las zonas más prósperas del desigual México porfiriano. Décadas después, el Nazas fue también el soporte natural de la segunda gran revolución económica: la agroalimentaria. La comarca es hoy una potencia en la generación de proteínas animales derivadas de la leche, la carne y el huevo.
Para nada es exagerado afirmar que sin el Nazas esta región simplemente no existiría. Por eso llama poderosamente la atención el trato infame que como sociedad le damos al río que, como ahora, una vez cada tanto nos recuerda con sus avenidas la importancia que tiene. El caudal que hoy reclama su cauce hasta la Laguna de Mayrán, como lo ha hecho en cinco ocasiones anteriores desde que se construyó la presa El Palmito -1958, 1968, 1991, 2008 y 2010-, ha puesto en relieve una serie de anomalías provocadas por la acción de las personas. Basura, mucha basura. Extracción irregular de materiales. Descarga de aguas residuales. Construcciones ribereñas. Desaparición del cauce. Obras incompletas, como el canal de estiaje. En suma, un catálogo de daños, omisiones y negligencias que demuestran el escaso valor real que como sociedad y gobierno se le da al principal símbolo natural de la región.
Pero no sólo se trata de una cuestión de imagen. En el fondo lo que está ocurriendo tiene que ver con una alteración grave del ecosistema que viene desde la retención de agua en las presas. Si bien este hecho es fundamental para el control de las avenidas, no se puede negar que tiene un efecto en la disponibilidad de agua subterránea y en las condiciones climáticas. Aunque se trata de un asunto que aún está en estudio y discusión, en la Región Lagunera se han registrado en los últimos años fenómenos meteorológicos extremos que llevan a pensar que lo que se está presentando es un cambio climático, tal y como hoy publica la periodista Fabiola Pérez-Canedo en las páginas de El Siglo de Torreón. Dichos fenómenos entre más extremosos se vuelven más destructivos y costosos.
Algunos investigadores, como la arquitecta y urbanista Monserrat Polo Ballinas, apuntan a la recuperación de los ríos urbanos como una oportunidad para la conservación del medio ambiente y para una mejor adaptación al cambio climático global con la consecuente disminución de sus efectos nocivos como inundaciones. Pero no sólo eso. El rescate de cuencas hidrológicas puede convertirse en la punta de lanza de una nueva revolución urbana y económica basada en el progreso sostenible y la creación de entornos "más seguros, limpios, verdes y atractivos para vivir, trabajar y recrearse". ¿Por qué no pensar que, de la misma forma que el rescate de la Ría del Nervión fue para Bilbao, España, un parteaguas para sacar a la ciudad de la crisis en la que estaba sumergida, la recuperación del río Nazas puede ser el inicio de un proyecto que le dé a la región el nuevo aire que hoy necesita? Es cuestión de voluntad y trabajo conjunto. ¿Podremos como sociedad hacerlo? ¿Están las autoridades a la altura?
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