Alcanzar la victoria en cancha ajena depende de la unión de muchas virtudes, desde la táctica y la destreza hasta la contundencia y la sutil maestría de esperar el momento oportuno para marcar un golazo. Todo esto conjugado con el temple del equipo que ha sido capaz de sortear la estrategia del local y de no caer en el juego de la hinchada que se esmera más en insultar al rival que en apoyar a los suyos. Cuando estos factores se conjugan, el visitante juega de local y entonces ocurre el milagro de obtener la gloria fuera de casa.
La aventura de jugar de visitante empieza mucho antes de que el árbitro pite el inicio del encuentro. La hazaña comienza al hacer las maletas. Elegir los objetos que harán falta para hacer el viaje más llevadero, el reproductor de música, los audífonos, el cargador del celular, un cepillo dental. Olvidar empacar una toalla. Deshacer la maleta y volver a empacar la ropa. Despedirse de los familiares con la promesa de obtener los tres puntos para luego soportar las horas de camino con las piernas secuestradas en un asiento al que decirle incómodo sería halagarlo.
Una vez en la ciudad del rival, hay que saber dónde estás parado. Conocer el entorno. Encontrarse con los aficionados locales que al ver tu uniforme foráneo te lanzarán un recordatorio de que no estás en tu casa sino en la de ellos y deberás pagar derecho de piso. Si corres con suerte tendrás la fortuna de que algunos otros que deambulan por las calles, mezclándose con los lugareños, comparten los mismos colores que tú y te tenderán su mano.
Las horas previas al inicio del partido son las de mayor incertidumbre. Hay que preparar la estrategia, entrenar bajo condiciones climáticas diferentes a las que el organismo está acostumbrado, esperar que la comida local no te cause un malestar que pueda dejarte fuera de la jugada antes del silbatazo que indica el arranque del encuentro.
Y cuando el árbitro decide que el partido ha comenzado, saltar al terreno con la convicción de que "su" cancha es "tu" cancha, tener la pelota, salir jugando, levantar la cabeza, tocar el balón a los costados, abrir el campo, cambiar el juego y aprovechar las oportunidades para marcar el gol de la victoria. Dedicado a los laguneros que jugamos de visitante en otras partes del mundo.
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