Duro golpe sufrió la afición santista la semana anterior al ver cómo su equipo se quedó una vez más a un paso de ir al Mundial de Clubes. Si bien es cierto que esta ocasión no se perdió en la instancia final, el golpe fue duro porque falló el único hombre del que no se esperaba un error.
Luego del retiro forzado de Oswaldo Sánchez y de la salida de Juan Pablo, Oribe y Darwin, Santos quedó sin un jugador insignia, al que la tribuna idolatrara, uno que la afición identificara como suyo y los patrocinadores quisieran que fuera su imagen. Fue ahí cuando apareció aquella doble atajada magistral de Marchesín en el estadio azul como su carta de presentación en la Liga MX.
Desde el fondo del campo, Agustín se convirtió en un baluarte para el equipo. Acostumbrado a vestir de héroe, el pasado martes de manera injusta le tocó usar el disfraz de villano. El portero siempre tiene la culpa, y si no la tiene lo culpan igual. Si el equipo carece de fuerza ofensiva el castigado es él, le llueven pelotazos a granel y tiene que multiplicarse bajo la inmensidad de la valla para mantener a raya al enemigo, pero una sola pifia y puede arruinar un partido o una eliminatoria.
Antes de que arrancara el encuentro entre América y Santos, se decía que la victoria o incluso cualquier empate a goles otorgaba el pase a los laguneros, es decir, la afición albiverde daba por hecho que las Águilas podían anotar cuando menos un gol, cosa que finalmente terminó ocurriendo, pero también contaban con que los Guerreros tenían en Martín Bravo, Ulises Dávila, Javier Orozco, Djaniny Tavares y Andrés Rentería, la ofensiva contundente que sentenciara en un par de jugadas la eliminatoria a favor de los torreonenses. A pesar de que desde un par de temporadas a la fecha los últimos tres han quedado a deber frente a la portería rival y pareciera que la beca de la que gozan en la institución santista está por terminar.
Quedar fuera de la Concachampions debe dejar claro a quienes se encargan de armar el plantel que Santos necesita de manera urgente a un delantero de cepa, de esos llamados "killers", de ésos que son capaces de moverse no en función de lo que sucede sino de lo que podría pasar, indiferentes a la jugada que ocurre en la banda pero que se paran dentro del área justo donde el aire huele a venado. Porque por lo pronto, parece que el plantel le queda muy chico a Agustín Marchesín.
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