Viendo por televisión el mundial de Estados Unidos 94, Romario y Bebeto con su prodigioso toque y la samba en sus regates, encandilaron a Danilo, un chico brasileño que desde aquel momento supo que lo suyo sería el futbol.
El joven comenzó su andar en el balompié con los equipos juveniles de su localidad, destacando como delantero al igual que sus ídolos, hasta que debido a una urgencia debió cambiar su posición en la cancha y ponerse los guantes para cubrir la meta de su club, pues el arquero faltó al juego. Desde ese momento su destino quedó sellado.
Años más tarde, otra vez una urgencia cambiaría su vida, el Chapecoense, un pequeño club que aspiraba a llegar al máximo circuito del futbol brasileño vio cómo sus 2 porteros se lesionaban en la temporada y comenzaron a buscar un sustituto con el tiempo encima. Fue así que por azares del destino encontraron a Danilo y le ficharon para encomendarle el arco.
Las grandes actuaciones hicieron de Danilo Padilha uno de los ídolos de la afición, estaba siendo considerado uno de los mejores guardametas del Brasileirao y esta era la temporada de su consagración.
Tras haber sacado el empate 1-1 ante el San Lorenzo en Argentina, regresaron a Chapecó a conseguir la hombrada. Corrían los últimos minutos de la vuelta en territorio brasileño con el marcador sin goles. Los cuervos requieren una sola anotación para meterse a la final de la Sudamericana, partido al que de momento el Chapecoense está clasificado.
El silbante señala una falta a favor del contrario. El tiempo se agota. Los argentinos ponen en movimiento la esférica y la meten al manchón de penal. Ahí, el balón quedó muerto, sin bote, el tiempo se hace lento entre Danilo y el delantero que quiere convertirse en verdugo.
El reloj vuelve a correr a velocidad normal cuando el delantero patea con fiereza la bola rumbo a la portería del Chapecoense. Padilha hace una parada prodigiosa para evitar la anotación y el árbitro indica el final del encuentro. El Huracán del Oeste ha llegado a una final internacional.
Danilo y el Chapecoense viajaron a Medellín buscando una estrella para su escudo, se convirtieron en 50 estrellas para el cielo.
René de la Torre
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