La suerte de la agricultura mundial y por ende de la alimentación de pueblo está en peligro de ser dominada por la decisión de Bayer de adquirir Monsanto en 66 mil millones de dólares. El asunto es de trascendencia planetaria porque la suma de ambas compañías reúne la investigación, producción y distribución mundial de las semillas transgénicas resultantes de la manipulación científica de los principios de la genética.
Todo comenzó hace muchos años con la búsqueda de nuevas variedades botánicas de granos como el trigo, el maíz, sorgo y el frijol que constituyen la alimentación fundamental de la mayoría de las poblaciones africanas, asiáticas y latinoamericanas.
El caso más famoso de estos procesos de reingeniería genética lo vivimos de cerca los mexicanos con las investigaciones que se realizaron en los laboratorios y campos experimentales en nuestro país en las que tuvo una participación determinante el agrónomo Norman Borlaugh, ganador del Premio Nobel por sus históricos trabajos. Gracias a éstos se conjuró la larga serie de hambrunas que durante décadas enteras asolaron a la India, Bangladesh y otros países en desarrollo. Las semillas mejoradas de trigo, resistentes a las sequías, al sol y a diversas plagas, llegaron en 1968 a la India desde los campos de Sonora y Estado de México. Mezcladas luego con variantes japonesas, el cultivo masivo de esos grano inauguró en los campos del Gujarat, "la famosa revolución verde", inaugurándose un nuevo capítulo en la historia de la alimentación mundial. Las investigaciones sobre el frijol y el maíz en México, África y Asia, han continuado sin interrupción después de la muerte del doctor Borlaugh.
Hasta aquí la historia amable del tenaz proceso de modificaciones genéticas al que aludimos. El descubrimiento de cómo modificar las características moleculares de las semillas abrió el campo de los negocios a un inagotable horizonte para hacer de la producción y distribución de las semillas mejoradas una actividad en extremo lucrativa.
Hoy día el comercio de las semillas mejoradas tiene una dimensión de miles de millones de dólares consistente en la venta a los agricultores de todos los países de esos productos que, blindados con patentes, aseguran inmensas utilidades a las pocas empresas que los desarrollan y distribuyen.
Las semillas mejoradas son estériles, o sea, que no se reproducen, lo que obliga al agricultor a renovar la dotación que requiere para cada cosecha. La dependencia del proveedor a alguna de las empresas transnacionales es inevitable entre las que dominará la reciente fusión Monsanto-Bayer.
La primera consecuencia de lo anterior es la supeditación de los agricultores y de los programas agrícolas gubernamentales a las empresas proveedoras que cotizan las semillas a su conveniencia. El alto precio de las semillas debe cubrir el costo de las complejas investigaciones y ensayos de campo que, por muchas razones técnicas y comerciales, se perpetuarán indefinidamente obligados por los adelantos científicos que perfeccionan las características técnicas de las semillas transgénicas.
El proceso de mejoramiento de las semillas, al avanzar, hace que se pierda su historial genético ya una generación suplanta a la anterior. Esta preocupante realidad que puede significar la desaparición de algunas características que se encontraban en las semillas originales, se convierte en un serio problema que, para vencerlo, requiere la creación de "bancos genéticos" donde se guardan los ejemplares de semillas iniciales a fin de poder regresar a ellas en el caso de que algún proceso de perfeccionamiento de una cualidad determinada hubiera suprimido una cualidad original que haya que rescatar.
La modificación genética de las semillas es pues, asunto de la mayor complejidad científica. De ella depende, sin embargo, una creciente proporción de cultivos modernos, ya no sólo de granos básicos cuyo comercio es una porción importante de los intercambios económicos mundiales, sino también de frutas y legumbres que se "mejoran" para lograr su atractiva presentación en los grandes supermercados actuales.
Se apreciarán las muchas consecuencias que se desprenden de la concentración en una sola y poderosa empresa de alcances mundiales. En primer lugar, implica radicar la investigación científica a nivel de laboratorio y las pruebas exhaustivas de campo para luego replicar estos pasos a gran escala y patentarlos en favor de las empresas productoras. El poder monopólico que así nace significa la servidumbre que sujeta a una proporción gigantesca de la agricultura y programas de gobierno, necesaria para la subsistencia de una parte importante de la población mundial.
Las consideraciones anteriores explican por qué la noticia de la compra de Monsanto por Bayer, ha repercutido sembrando preocupación en gobiernos y organizaciones agrícolas. La perspectiva de que la ejecución de los programas alimentarios promovidos por organismos como la FAO, el PNUD, Banco Mundial a niveles internacionales tengan que pasar por la negociación con la Bayer-Monsanto plantea serias interrogantes.
No es tolerable que la alimentación de miles de millones de seres humanos quede sujeta a las decisiones de un complejo de empresas privadas diseñado cuya primera prioridad es obtener las máximas utilidades posibles de un mercado científicamente cautivo.
Juliofelipefaesler@yahoo.com