— John William Cooke
LEO, ¿LUEGO EXISTO?
Existe una métrica para adivinar los tiempos de un sexenio y comprender al antiguo sistema presidencialista mexicano: la escribió Miguel Alemán Velasco en su novela “Si el Águila Hablara”. Algo conoce de la materia el autor; es hijo de un ex mandatario, milita en el PRI y gobernó su estado natal, Veracruz.
A la distancia y pese a doce años de panismo que quizá interrumpieron dicha lógica, los hombres de poder sin importar la ideología de la que provengan, en ocasiones padecen los mismos síntomas descritos por Don Miguel.
De ahí que la obra de Alemán, sin tener grandes pretensiones de alta literatura, continúe vigente como libro de consulta para los entusiastas de la política y estudiosos del siglo veinte y su historia. También resulta siempre interesante leer “La Herencia” de Jorge Castañeda, pues desentrañó lo que él mismo llama “arqueología de la sucesión presidencial”, y a Luis Spota con su tetralogía “La costumbre del poder”.
Pero regresemos a la tesis central de Alemán Velasco, pues quizá nos ayude a dilucidar, aunque sea por mera diversión literaria, en qué año de gobierno nos encontramos.
Resulta muy difícil saber el verdadero estado anímico de un Enrique Peña Nieto que aunque en la práctica se deja ver mucho, en el fondo permite entrever poco sobre sus sentimientos y lo que lo aflige, y menos aún pretende mostrarnos cuál será el juego para elegir al candidato del PRI. Será, en escasos meses cuando el partido lo anuncie, comienzo de su ocaso y muerte política.
AÑO UNO AL SIETE
Escribe el Ingeniero Tierritas, personaje central de Si el águila Hablara, sobre los síntomas que aquejaron a todos los presidentes de México desde Lázaro Cárdenas hasta Carlos Salinas de Gortari, sin excepción. “Primer año: síndrome de los Santos Reyes o de Santa Claus. Desean conocerlo todo para solucionarlo, precisamente, todo lo cual es el deber de los Santos Reyes o Santa Claus”.
Segundo año: el del síndrome del coordinador. El presidente sabe que no puede solo, debe dedicarse a coordinar el trabajo de toda la sociedad, de todos los partidos, de su equipo, en fin, proyectar un programa nacional a seis años.
Tercer año, el del síndrome del Mesías: mi verdad es única y punto. El presidente está dispuesto a perder la vida si es necesario, pero no cede ni un ápice. Por encima de todo, su verdad.
El cuarto año está marcado por el síndrome de Harún Al-Rachid, y vive Las mil y una noches: se enoja con su gran visir, deja a todas las del harem, se enamora de Scherezada y le pone casa o palacio. Tiene hijos y a veces sale por las noches disfrazado, para escuchar lo que dice el pueblo de él; pero también es el año que corta cabezas. Quita ministros, cambia de gabinete e integra, ahora sí, un equipo de confianza, que le promete un caballo, la alfombra voladora o hasta la lámpara de Aladino.
En el quinto año hay temblores, de verdad, es en el que mayores desastres naturales, sociales y políticos y también en el que mayor difusión se les da. Son el reflejo de las explosiones y venganzas políticas Pero todavía hay tiempo de arreglarlas; hay que buscar y encontrar una nueva legislación electoral, el pueblo lo busca pero el presidente no cree ya en nadie y son muy pocos los que le son fieles y leales.
En el sexto año, ya se sabe quien es el candidato del PRI. Es el año de cerrar el compromiso con el pueblo. El candidato ya hace sombra, cada día más fuerte, más pesada, es una sombra que avanza y atrae más y más gente, más atención de los medios, esperanzas del pueblo. Se adquiere el síndrome del Premio Nobel: si el pueblo de México no me supo comprender, el mundo sí sabrá apreciar mi obra, y otra constante es que en este año surge siempre un gran traidor, esto no falla.
Pero con el término del sexenio, no acaban los síndromes. Todavía queda un séptimo: el del Tehuacán, pero sin gas”.
COLORÍN, COLORADO…
¿Vive el actual ocupante de Los Pinos los síntomas del cuarto año de gobierno o experimenta, convulso como ha sido el sexenio, una combinación de todos y cada uno de los vicios y bondades que implica el ejercicio del goberar? Son preguntas para la historia. Decía el general Marcelino García Barragán que ésta se escribe a largo plazo pero el poder, no obstante los tiempos, es una condición que no sabiéndola manejar tiene los mismos efectos nocivos sin importar la persona que lo detente.
Nos leemos en Twitter y nos vemos por Periscope, sin lugar a dudas: @patoloquasto