Las lluvias que han azotado a La Laguna en esta temporada han revivido el debate sobre la necesidad de contar con un drenaje pluvial funcional en la zona metropolitana. Por debajo de la cascada de chascarrillos en redes sociales que genera cada tormenta y sus consecuencias, se percibe un creciente malestar ciudadano por el caos en que deviene un aguacero. Una muestra -sólo una muestra- de ello son las decenas de comentarios que en tono más serio son vertidos en las mismas redes sociales o en páginas de Internet como la de El Siglo de Torreón, así como las llamadas y correos recibidos en la redacción de este medio. Reclamos procedentes principalmente de lectores de Torreón, Gómez Palacio y Lerdo, en ese orden. Si pudiera hacerse una síntesis de dichos reclamos, esta sería que una parte de la ciudadanía -habrá que ver qué tan grande es- considera que la inversión en un drenaje pluvial no sólo debe ser una prioridad, sino que es hoy un servicio urgente. Y hay suficientes razones para pensarlo así.
Cuando llueve en el área conurbada de La Laguna la cotidianidad se desquicia en serio, y al trastorno inicial le sigue una serie de consecuencias que terminan con un impacto en el erario y el bolsillo del ciudadano afectado. Calles y calzadas principales se vuelven intransitables -sobre todo para los peatones- durante horas debido a las inundaciones. Decenas de autos se quedan varados en medio de las aguas, cuando no atorados en un hoyanco, con la consecuente avería. En las colonias más bajas el agua se mete literalmente hasta la cocina de la casas. Como la deficiente infraestructura pluvial termina conectada al drenaje sanitario, éste se satura, además de la gran cantidad de basura que llega a él, y tarde o temprano las aguas negras brotan por alcantarillas de las vías y resumideros de las viviendas. Un verdadero foco de infección. A lo anterior hay que sumar la destrucción del pavimento, la proliferación de baches, el colapso de colectores, los hundimientos en las calles, etcétera.
Frente a la molestia justificada que provoca en los ciudadanos esta fenomenología del desastre cuando llueve en la mancha urbana lagunera, lo mínimo que deberían hacer las autoridades municipales es escuchar y tratar de prevenir. Lamentablemente no siempre -casi nunca, mejor dicho- es así. Tres hechos, de distinta magnitud, evidencian la escasa sensibilidad que existe en los gobiernos en lo que se refiere a los problemas que padece la ciudadanía.
Primero, lo más grave. El sábado por la noche un taxista murió ahogado en un paso a desnivel del bulevar Miguel Alemán en Lerdo. Su vehículo quedó atrapado entre las aguas que se acumularon en cuestión de minutos en el viaducto y él no alcanzó a llegar a la orilla. La versión de las autoridades municipales encabezadas por el alcalde Luis de Villa es que el sistema de desagüe sí funcionó, pero que la cantidad de lluvia que cayó lo rebasó; además, aseguran que la vía estaba acordonada para impedir el paso. No obstante, testigos y un sobreviviente -hubo otros autos atrapados- refieren que el desagüe no funcionó, que no había acordonamiento y que el lugar estaba muy oscuro ya que el alumbrado no funciona. El deslinde de responsabilidades es obligatorio porque, cuando menos, no hubo prevención y los hechos y testimonios apuntan a una negligencia.
En Gómez Palacio, trabajadores y empresarios del Parque Industrial Lagunero reportan que cada vez que llueve son arrojadas a la calle Canelas aguas de residuo industrial provenientes de una maquiladora de vestido que ahí opera. El líquido azul llega hasta la colonia Campillo Sáinz, por lo que no sólo los que trabajan en el sector fabril se ven afectados sino también los pobladores. El ayuntamiento de Gómez Palacio, encabezado por José Miguel Campillo, no sólo no ha actuado para impedir que esta situación irregular continúe, sino que ha minimizado el riesgo diciendo que esas aguas no son dañinas. La explicación que da la autoridad es que debido a las lluvias, los colectores se tapan y terminan por desbordarse, inundando las calles de líquido residual, incluido, el de color azul. Esta explicación, de ser cierta, merece por lo menos una respuesta: ¿por qué se permite a una empresa industrial arrojar sus aguas residuales al drenaje sanitario común sin tratamiento previo?
El viernes por la mañana circuló un video en el que se observa a un ciudadano molesto que encara al alcalde de Torreón, Miguel Riquelme, durante el recorrido que éste hizo en colonias del oriente afectadas por las lluvias. En el video, que el mismo ciudadano grabó, se observa y escucha el cuestionamiento que hace sobre cuándo va a contar la ciudad con un drenaje pluvial adecuado. Ante la insistencia del quejoso, el munícipe le da dos manotazos para bajar el teléfono móvil con el que grababa y le dice, molesto, que lo apague. Luego le endosa la respuesta a Xavier Herrera, gerente de Simas, y se aleja sin decir más. Si bien es cierto que el acudir al lugar donde se registran las inundaciones merece ser reconocido como parte de la obligación del alcalde, el reconocimiento termina anulado cuando éste no se detiene a hablar con un ciudadano que demanda una respuesta y, por el contrario, intenta coartarlo en su libertad de grabar el encuentro y el reclamo. La pregunta que no pocos se hacen al ver el video -que hasta ayer ya tenía más de 140,000 reproducciones en Facebook- es: ¿a qué va entonces el presidente municipal a las colonias afectadas si no es a escuchar los reclamos de los ciudadanos?
Los tres casos mencionados ponen de relieve claramente que además de un sistema de drenaje adecuado, las "tres ciudades hermanas" carecen de autoridades sensibles a los problemas de los ciudadanos. Desgraciadamente ya hubo un deceso. ¿Cuántos más?
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