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Sin embargos

JESÚS SILVA-HERZOG

Las elecciones recientes no solamente son un golpazo al PRI, son también golpes a las convenciones que empezaban a fijarse entre nosotros. Votos que castigan al poder y al prejuicio.

No lo aceptarán los promotores de las candidaturas independientes, pero se votó por la competencia entre partidos. Sabemos lo impopulares que son. Todas las encuestas lo reiteran: los partidos políticos son organizaciones detestadas. Y sin embargo, los electores, aún teniendo opciones independientes, cruzaron en abrumadora mayoría el símbolo de partidos. Confieso que no lo lamento. Creo que es una opción sensata. Los partidos políticos son indispensables para un pluralismo maduro. Son la primera opción para expresar la voluntad crucial del elector: respaldar o castigar al gobierno en funciones. Si los promotores de las candidaturas independientes nos han dicho que todos los partidos son lo mismo, los electores no parecen convencidos. Debe decirse: la partidocracia se fortaleció la semana pasada. Recibió un voto de confianza. Ya veremos qué hace con él.

La decisión fue la alternancia. Quiero pensar que el mensaje, si pudiera escucharse, fue de rendición de cuentas. Estamos ya lejos de aquel discurso del 2000 que imaginaba el cambio de partido como una solución en sí misma. Quitar al PRI y ganar la felicidad. Imagino que esta nueva oleada de alternancia podría ser palanca de legalidad. Si una palabra definió el impulso de las oposiciones fue la palabra corrupción. Sacar al PRI (o al partido gobernante) para terminar con la impunidad y la corrupción. Y sin embargo, la idea de hacer de la política un dispositivo penal no deja de parecerme aberrante. Meteré a prisión al gobernador, nos ofrecieron muchos candidatos. Cuando un político ofrece la cárcel como promesa de campaña, trata abiertamente a la justicia como un instrumento de su política. Voten por mí y nuestros enemigos estarán tras las rejas. ¿De qué legalidad hablan estos justicieros si nos prometen darle al Ejecutivo el poder de encarcelar?

Ganó el PAN. Acción Nacional es un partido histórico que puede recomponerse después de una derrota tan grave como la del 2012. Vale recordar hoy a la camarilla calderonista vaticinando la desgracia de su propio partido cuando se dio el relevo natural de su dirección; recordar sus amenazas de salida, sus advertencias de que formarían otra organización. Por supuesto, el PAN no murió. La jornada del domingo fue una de las mejores en la historia del PAN. Ellos mismos se sorprendieron de la dimensión de su victoria. Siete gubernaturas que lo llevan a gobernar 13 millones de mexicanos más a nivel estatal. Logra la continuidad en Puebla y la alternancia en Veracruz y en Tamaulipas. Recupera Chihuahua. Muchos se cuelgan, por supuesto, las medallas del triunfo. Creo, sin embargo, que los buenos resultados del PAN se deben más al lugar que ocupa en el sistema de partidos que a la estrategia que ha seguido en los últimos años. Acción Nacional se coloca en la mayor parte de los estados como la alternativa natural al PRI. Es una opción moderada, de centro derecha que no depende de un caudillo, que tiene una buena baraja de opciones y tiene, además, reglas para procesar sus diferencias. Aparece hoy, para muchos, como el instrumento más confiable del castigo. Si es cierto que hay hartazgo en la ciudadanía, también parece evidente que se desconfía de las opciones que parecen radicales.

Morena es ya la primera fuerza de la izquierda mexicana. Sin embargo, no se apropió de la Ciudad de México ni se expandió regionalmente. Su propietario, sin lugar a dudas, es un candidato formidable, pero la base de la organización es aún débil. El Partido de la Revolución Democrática no está muerto, pero ha perdido ambición nacional. Nació como un partido lanzado a conquistar la presidencia. Hoy no puede ni soñar con eso. A lo único que aspira es a afirmar su importancia como un aliado subordinado al Partido Acción Nacional. Esa es la carta de orgullo que presume después de la elección: podemos ayudarle a la derecha a impedir la victoria del PRI y de López Obrador.

Hay muchas razones para seguir denunciando los vicios de la democracia mexicana. Sin embargo, la elección de la semana pasada demuestra que el voto sirve. Rehace el mapa del poder, aplica castigos, amenaza, recompensa.

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