Mientras vivamos bajo la convicción de que el problema siempre está en los demás, no vamos a salir adelante. Cierto, los políticos en general son ejemplo de podredumbre moral y responsables directos de muchos de nuestros males; pero cada uno de nosotros, en mayor o menor medida, somos partícipes del desorden e incluso de propiciarlo cuando suponemos que así nos conviene. Reconocerlo y trabajar para que deje de ser así, es el único camino para lograr un verdadero cambio en nuestro país.
Por supuesto, lo deseable es que cada político asuma su responsabilidad y se entregue a la función pública con dignidad y honradez; pero no debemos condicionar nuestra participación individual en la construcción de un mejor México a que eso ocurra. Precisamente es eso lo que nos ha traído hasta aquí: La certeza de que el otro es el que tiene que cambiar, porque nuestras faltas - las de cada uno de nosotros - son invariablemente justificadas.
No se trata de encontrar culpables, sino de tomar las decisiones pertinentes hacia el futuro. Tampoco estoy proponiendo que nos callemos y dejemos de denunciar y exigir; lo que propongo es que nos sintamos obligados a tener calidad moral para juzgar el desempeño de los otros. Se trata de dejar de jugar al juego de la doble moral, en donde lo malo sólo es malo cuando son los demás los que lo hacen. Debemos entender que cada crítica lanzada hacia los demás, es al mismo tiempo una sentencia para que nosotros no hagamos eso que estamos criticando. "Si me molesta en el otro, me debe molestar más en mí mismo". Esa es la clave.
El cambio que tenemos que hacer es de proporciones enormes. Consiste en una profunda transformación cultural que no puede ocurrir por decreto o porque hay una columna periodística que lo propone. Es algo que debe cultivarse y que tardará, si finalmente florece, mucho tiempo en dar verdaderos frutos.
Pero hay un camino concreto por el cual comenzar y está en lo que el politólogo venezolano Jesús Puerta llama "cultura cívica de condominio": Asumamos la vida como si estuviéramos - que lo estamos - en un espacio compartido en el que los vecinos ameritan todos nuestros respetos. Si no podemos hacer un México perfecto porque está fuera de nuestras manos, hagamos sí ese mejor lugar que el otro se merece, dejando de lado nuestros egoísmos, esos que nos llevan a poner la música a todo volumen sin importar que perturbamos el sueño de quienes viven cerca de nosotros.
La receta es no olvidar nunca que somos todos.