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Dr. Manuel Acuña Cepeda

DISRUPTORES ENDÓCRINOS

Los disruptores endócrinos interfieren en el sistema hormonal y pueden dañar la salud de humanos y otros animales. Son imperceptibles al ojo humano y se esconden en algunos productos de cosmética, envoltorios de plástico, y alimentos, en el plástico de las botellas de agua y de los tuppers. También en ciertos pesticidas, perfumes y cremas cosméticas. Son sospechosos de dañar la salud humana, pero hasta hoy la Comisión Europea (CE) no había publicado los criterios regulados por la Organización Mundial de la Salud (OMS) como una amenaza global a la salud pública. Algunos productos químicos industriales contienen sustancias que pueden interferir con la producción de hormonas y el metabolismo humano. Los disruptores endocrinos para ser considerados como tales, deben cumplir tres características, según la OMS: una función hormonal, un efecto adverso y una relación de causalidad entre ambos. Alrededor de unos 800 compuestos químicos son sospechosos de alterar el sistema endocrino, según un informe de 2012 de la OMS. Sin embargo sólo se han podido observar los efectos de una pequeña parte de ellos y todavía hay muchos interrogantes, como si afectan o no a la pubertad adelantada. Diversos estudios apuntan a que podrían contribuir al aumento de ciertos tipos de cáncer, sobre todo a aquellos tumores que conciernen a las hormonas: pecho, ovario, próstata, testículos y tiroides. Actúan como falsas hormonas confundiendo y desequilibrando a nuestro organismo. La lista de posibles patologías relacionadas es extensa, e incluye la obesidad, la diabetes, los problemas tiroideos, el asma infantil, la pérdida de fertilidad, complicaciones en el desarrollo de los niños y daños en el sistema inmunitario y neuronal. Un reciente análisis publicado en la revista Andrology estima en 163.000 millones de euros el coste del impacto de estos alteradores en la salud de la Unión Europea (UE), lo que supone el 1.28% del Producto Interior Bruto. Pero por ahora la asociación entre los perturbadores hormonales y los problemas de salud sólo se ha demostrado en animales. Encontrar evidencias parecidas en humanos es más complejo porque numerosos factores ambientales influyen en nuestra salud. En concreto, la Comisión ha aprobado dos proyectos de medidas con los criterios científicos para identificar los alteradores endócrinos en los productos biocidas y fitosanitarios, y la manera en que debe llevarse a cabo su identificación junto con un informe de evaluación del impacto. El éxito más claro de la presión social en la regulación de las falsas hormonas es el caso de los parabeno, compuestos que se utilizan como aditivos conservantes en numerosos productos de origen cosmético, farmacéutico y alimentario. La preocupación de los investigadores se focaliza en detectar estos químicos en los tejidos humanos en los fluidos corporales y en los tumores de mama, lo que ha planteado en los últimos años la preocupación pública sobre su uso. Los investigadores sospechan que influyen en la proliferación de células cancerígenas de mama sensibles a los estrógenos, las principales hormonas femeninas, y que afectan a la incidencia y tratamiento de la enfermedad. Los fenoles y los ftalatos se encuentran en productos cosméticos, se absorben a través de la piel y se acumulan en glándulas y componentes grasos de los tejidos corporales. Algunos disruptores son persistentes y su efecto dura en el organismo desde meses a años. Se tratan de compuestos que se acoplan a lípidos y proteínas. Hay otros perturbadores no persistentes que se eliminan mediante la orina y otros fluidos. Son más difíciles de investigar porque tienen una vida corta en el organismo, desde pocos minutos a días. "Los niños son más vulnerables porque no pueden detoxificar al mismo nivel que los adultos y sus órganos están en desarrollo -contextualiza-. Además, tienen más tiempo para desarrollar una enfermedad". El equipo científico concluyó que la exposición del feto a los disruptores endócrinos puede aumentar el riesgo de padecer obesidad y asma en la edad infantil. Mientras tanto, los científicos y la sociedad seguirán presionando para que las administraciones públicas velen por la salud de sus ciudadanos.

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