"El cerebro humano es la estructura más compleja en el universo. Tanto, que se propone el desafío de entenderse a sí mismo". Facundo Manes
Agradezco la invitación del Instituto Francés de La Laguna, perteneciente al sistema educativo De La Salle, para hablar en esta semana ante padres de familia. Mis tres conferencias las abrí con una aclaración: No me dirigiría ni a mamás ni a papás. Tampoco les haría preguntas estresantes ni les pediría respuestas en voz alta. Les solicité un momento de introspección, en tranquilidad, porque el mensaje de esa mañana iba encaminado para cada mujer y cada hombre en el auditorio. Independientemente de sus roles familiares, laborales, religiosos o políticos, mi conversación buscaba ser de uno a uno. Quise provocar la reflexión individual, una toma de decisiones en libertad, el cambio voluntario de conducta. De adulto a adulto. De frente a frente. Sin rodeos ni obligatoriedad. En paz y buen ánimo.
Uno de mis argumentos para invitar a los asistentes a comprenderse desde una perspectiva distinta fue sorpresivo. ¿Razón? Porque fue evidenciado un cheque con fondos boyantes. Expuse que nacimos con riquezas sobre riquezas, pero que, irónicamente, esas fortunas las desconocemos. Sin saberlo, un potencial a raudales va directo al desperdicio por no conocer, al menos, un par de datos esenciales de nuestra propia biología.
Con el auxilio del autor más reciente por mi mirada, pusimos en común la tragedia que significa haber aprendido años atrás algo tan valioso como leer y la manera en que ahora, sin volverlo consciente, hemos acostumbrado a nuestro cerebro a recurrir sólo a ciertas neuronas para que dicha lectura sea llevada a cabo sí y sólo si es fragmentaria, en pedazos, con contenidos elementales y dotados de una particular dosis de estimulación emocional, con causas y efectos violentadores, disparadores de adrenalina, dopamina y voyeurismo. Platicamos de la tendencia, del vicio por "leer pantallas". Lap tops, tablets, CP, televisores y la manera en que apantalla su pantallización. El especial acento fue puesto en la lectura de contenidos en los celulares.
Apreciamos un corte transversal del cerebro de un adicto. Corroboramos la manera en que se atrofian zonas vastas de neuronas en casos, por ejemplo, de quienes son adictos a la cocaína, a ciertos alimentos, al alcohol, a los juegos de azar y sus apuestas, al sexo, al trabajo, a la ociosidad, a la comida. Fue puesta a reflexión esa ansiosa y enajenante necesidad diaria de leer redes sociales, mensajería instantánea y ciertos sitios de Internet en dispositivos móviles. Al tasar del uno al diez el nivel de desesperación que sentirían los asistentes a la conferencia si se enteraran en ese momento que habían extraviado su celular, una voz por ahí gritó: "¡veinte!".
Fue propuesta la alternativa de comprender el origen neuronal de nuestras tendencias intelectuales y emocionales. Neuronas estudiándose a sí mismas: una deslumbrante maravilla de la especie humana.
El libro que sostuvo buena parte de la conferencia fue Usar el cerebro. Conocer nuestra mente para vivir mejor (Ed. Paidós, primera reimpresión, Argentina, 2015) de Facundo Manes. El doctor Manes "nació en Quilmes, Buenos Aires. Es neurólogo, neurocientífico, investigador del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet) en Argentina y rector de la Universidad Favaloro. Se graduó en la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires y de Master in Sciences en la Universidad de Cambridge en Inglaterra (…) Preside la Fundación Ineco, organización sin fines de lucro cuya misión es apoyar programas de investigación y difusión sobre prevención, detección y tratamiento de los trastornos neurológicos y siquiátricos (www.facundomanes.com)".
Escribe así el doctor Manes: "Este libro se propone pensar el cerebro con el objetivo de que podamos vivir mejor. ¿Qué significa esto? Que cuanto uno más comprende sobre sí mismo, más va a atenderse y cuidarse, es decir, vivir plenamente. (…) Varios de sus capitulillos han sido adaptados de notas que publicamos oportunamente en los diarios Clarín y La Nación y la revista semanal Noticias" (pp. 17, 19).
Varios de los temas desarrollados en el libro del investigador argentino son "El arte de la atención", "¿Por qué rezamos?", "Sobre la memoria emocional", "El poder del olvido", "Los recursos indeseados", "El efecto Google", "¿Se puede medir la felicidad?", "La biología del miedo", "Tristeza y depresión", "El cerebro altruista", "Elogio del ejercicio físico" y "Dormir para estar despiertos". Pero uno de ellos, amerita exposición literal ante la adicción a leer cierto tipo de textos en pantallas.
"Así como la enfermedad cardíaca afecta al corazón y la hepatitis, al hígado, la adicción afecta el cerebro, lo secuestra. De hecho, la palabra 'adicción' deriva del latín addictus, y significa en una primera acepción 'dedicado o entregado a' y más tarde significará 'esclavizado por' y se manifiesta en el anhelo por el objeto del que se es adicto, la pérdida del control sobre su uso y la necesidad imperiosa de continuar así a pesar de las consecuencias adversas que eso conlleva (…). Investigaciones recientes han demostrado que (…) la tecnología también puede cooptar el cerebro y son registradas por éste en forma similar a las drogas y al alcohol. (…) Como sabemos, algunos adictos llegan a focalizarse en conseguir y disfrutar de la droga excluyendo todos los demás aspectos de sus vidas: descuidan a su familia, su trabajo y a su propia salud. A sabiendas que se están destruyendo a sí mismos, siguen con el consumo y, a medida que continúan su uso, se hacen tolerantes. Así, las dosis que inicialmente utilizaron para estimularse ya no son eficaces y necesitan usar dosis cada vez más altas" (pp. 307-308).
El silencio guardado por el público de aquellas tres mañanas en el IFL fue inspirador. Sobre todo porque su escucha activa revelaba empatía con el tema expuesto: somos lo que leemos y lo que no leemos. Somos palabra. ¿Con qué tipo de contenido enlazamos una y tantas veces a nuestras neuronas? ¿A qué prácticas de lectura en pantalla nos hemos habituado? ¿Es el celular el "culpable" de nuestra conducta adictiva? ¿Quiénes somos, quién soy yo a partir de las palabras leídas de manera insistente, desde al amanecer hasta la conciliación del sueño nocturno, con el celular casi atado a la mano y al alma?
Este cierre corre a cargo del doctor Manes: "La persona que es adicta no quiere serlo. Su adicción ya le costó su trabajo, su pareja, su bienestar. Sin embargo, no puede resistir la tentación. (…) Se trata de una enfermedad para la que no existe cura. Se la debe tratar como otras enfermedades crónicas (hipertensión, asma, cáncer) y, como tal, mantener el tratamiento, ya que, de otro modo, el paciente recae… La recuperación es un proceso lento. Incluso después de que la persona renuncia, por ejemplo, al consumo de drogas, durante semanas, meses, años, la exposición al sitio de la droga, caminar por una calle donde la conseguía o tropezar con personas que siguen consumiendo les provoca un tremendo impulso de querer consumir nuevamente" (pp. 310-311).
¿Qué podremos hacer, entonces, ante la lectura cada vez más frecuentada del celular y de otras tantas pantallas? Una alternativa es "pensar el cerebro", como señala el neurólogo Manes. Saber y aquilatar que el cerebro contiene "más neuronas que las estrellas existentes en la galaxia" y que tenemos una capacidad invaluable de crear comportamientos alternos por medio de la plasticidad neuronal. Por qué aferrarnos sólo al uso recurrente de unas cuantas neuronas con la lectura de cierto tipo de contenidos. Un cerebro de oquis, qué lamentable desperdicio. Leámonos por dentro y leámonos por fuera con más profundidad. Conozcámonos con una visión enriquecedora y responsable. Con innumerables aportaciones en positivo. La decisión es cerebral. No cabe duda.
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