UN PESSOARIO
"Cómo lograr, cómo logran ustedes, que tanta gente acceda a una propuesta artística. Cómo conseguir que los miles de asistentes a sus presentaciones públicas también lo sean cuando de lectura se trata". A Roberto Díaz le tocó responder cuál era la fórmula buscada. Yo tenía la encomienda oficial de presentar a su grupo, la Orquesta de Beto Díaz, en una de las tantas plazas de armas de México que mutan en concurridos escenarios de baile. Sabía que a la mínima promoción, el cupo quedaría rebasado. Era una oportunidad a merced.
Llegó el día del show. Poco después de comenzado el baile, los asistentes escucharon en la voz de Beto, con estupenda interpretación, varios fragmentos de poemas latinoamericanos que aparecían, a la vez, en un par de pantallas gigantes. Música, canto y poesía fueron entreverados con sutileza. Las olas de bailadores, casi sin querer, también fueron marea alta de lectores.
La ocurrencia didáctica fue aceptada por Beto gracias a su afanoso gusto por la lectura que yo desconocía. Larga era su lista de sus autores de respeto, dijo, porque lo llevan a otra dimensión. Uno, sobre todo. Me envió "Libro del desasosiego" de Fernando Pessoa (Ed. Seix Barral, México, 2012) con la sentencia de que no sólo debía leerlo, sino que ya no lo podría dejar a un lado. La pesadumbre del diario existir del autor y su manera de retratarla con palabras, me iba a apresar. Quedaría de una pieza al leer a un narrador que, dolido de vivir, tenía una asombrosa manera de gritar su condición en el silencio.
Beto atinó. Coincidimos en guardar respeto ante la genialidad del oriundo de Lisboa, nacido en 1888, un 13 de junio. Esta semana que hoy termina fue celebrado el aniversario 128 de su nacimiento. Con ese pretexto reabrí "Libro del desasosiego".
Cuando en su momento quise saber el porqué de tanta veneración a Pessoa, con sólo una lectura brincada a algunas de sus páginas supe que no era un escritor que ameritara un acercamiento casual. Debía quitarme a consciencia los distractores y valerme de fortaleza emocional. Sus relatos, aunque escritos a inicios del siglo pasado, son las heridas sociales y personales del tiempo nuestro que corre. Y de los que vendrán.
Fue tanto el estremecimiento provocado por "Libro del desasosiego" que paré a la primera treintena de páginas leídas. El correr de las frases lúcidas de Fernando Pessoa no me pasaba nada desapercibido. Sonaba fuerte, fortísimo. La combinación de palabras eran retratos excepcionales de sus estados emocionales. De su alto nivel de criticidad. De su desahucio permanente. De su par de pasiones: leer y escribir. De su patria.
Para no extraviar ni la huella narrativa del ensayista ni su preciso contenido, de repente sentí la urgencia de calcarla. Tuve la necesidad no de subrayar, sino de reescribir cada una de las frases inquietantemente lúcidas. Compré un cuaderno al que en su primera hoja bauticé con tinta negra, "Pessoario".
No sé si suceda, pero cuando ya no pueda acompañar en vida a mis hijas, si ellas se llegaran a topar con el "pessoario" conocerán, de puño y letra míos, el íntimo tamiz de sus contenidos. Será un puñado de recomendaciones firmadas.