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Tiempos funerales

Sobreaviso

RENÉ DELGADO

Si de la utopía de construir un mundo distinto quedan rescoldos, la pregunta es si debe también de enterrarse la esperanza, el ánimo de dar la lucha por lo deseado y lo deseable pese a la adversidad.

Puede resultar deprimente la interrogante, pero noviembre martilló el último clavo de la tapa del féretro del socialismo y el primero o segundo del neoliberalismo, hundiendo en la incertidumbre a más de un Estado. Hay quienes lamentan o celebran lo ocurrido pero, después del funeral o la fiesta, tras la partida de Fidel Castro y la llegada de Donald Trump, el porvenir se cifra en el desasosiego, sobre todo, considerando que el botón de la tercera vía jamás abrió sus pétalos.

Los más viejos y los más recientes pronósticos fallaron a la vuelta de los años. Ni la clase obrera llegó al paraíso ni la humanidad llegó al fin de la historia. En sentido figurado, el calentamiento global suplantó a la Guerra Fría o, si se quiere, cayó la cortina de hierro pero no se sostuvo abierta la cortina del comercio sin fronteras.

***

Algunos pensadores -ahí está Tony Judt o Thomas Piketty- intuyeron que algo andaba mal y advirtieron la ausencia de un modelo compensado, pero sus ideas no calaron ni tuvieron eco. Los políticos de aquí y acullá dejaron de leer la realidad, cerraron los ojos y desoyeron la advertencia; entraron en un proceso de jibarización, los siete enanos sin Blancanieves, se aterrorizaron ante el desfasamiento entre la velocidad de la economía y la lentitud de la política, ansiosos por cobijarse en las recámaras del poder sin asomar mucho la cabeza.

La distancia de Mijaíl Gorbachov a Vladimir Putin, de George Bush (padre) a Donald Trump, de Felipe González a José Luis Rodríguez Zapatero o Pedro Sánchez, de François Mitterrand a François Hollande o de Jacques Chirac a Nicolas Sarkozy, de Margaret Thatcher a David Cameron, incluso de Carlos Salinas a Enrique Peña es sideral.

La crítica del sacrificio de la libertad en aras de la justicia hizo suya la bandera del sacrificio de la libertad en aras de la seguridad. Y el resultado está a la vista: se limitó la libertad sin garantizar la justicia ni la seguridad, blindando el aparador de las mercancías que, ahora, más de un loco destruye desde dentro o sujeta a inventario.

A saber cuántos grados se ha desviado la globalización de la órbita de la estabilidad y, quizá, de la democracia... y si puede retomar el curso, corrigiendo sus excesos.

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En ese marco, México entra al período en el cual -por el desvencijamiento del régimen- los políticos se aprestan a competir por el poder, poniéndose el cuchillo entre los dientes. La temporada de caza del adversario, que lleva de la confrontación al desencuentro. El momento en que el concurso electoral se pervierte en una lucha eliminatoria.

Ingresa el país al bienio en que el presidente de la República sufre de un sentimiento de incomprensión, echa de menos la corte que tanto lo adulaba y percibe, si lo tuvo, el desvanecimiento de su encanto, mientras recorre a solas los pasillos del Palacio, sin atreverse a mirarse en los espejos.

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En el calendario sexenal, ese momento no es extraño. Sin embargo, esta vez reviste filos de peligrosidad: la economía se tambalea, el malhumor social adquiere tinte incontenible, repunta la violencia criminal y la política trae, en más de un sentido, el sistema caído.

El mismo presidente de la República que, al inicio de su mandato, consiguió sentar a la mesa a la oposición, pactar un acuerdo con ella y hacer fortaleza de la debilidad, hoy no consigue disciplinar a su propio gabinete ni tirar línea a su partido.

Al grito de no se adelanten, pero no pierdan ventaja, el priismo corre a todo lo que da como los hámsteres en la rueda de su jaula, sin moverse del punto de partida, y su más fuerte precandidato siente por destino consolidarse en el mejor tercer lugar de la preferencia electoral.

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La oposición establecida, por su parte, se apresta a la lucha intestina.

Las tribus del panismo y el perredismo están dispuestas a eliminarse entre sí, para llegar tarde y divididos al concurso: a la final, que puede ser su final. En su desconcertada actuación, lo más absurdo son las alianzas. Buscan aliarse sin saber con quién, no necesariamente para ganar, sí para evitar que el otro llegue. Pesa más la incompetencia, que la competencia. No pretenden la victoria, sólo asestar una derrota. El fracaso de sus gobiernos de alianza nada les dice. La cosa es reventar al contrincante.

Una oposición que mira con entusiasmo el fracaso de la administración en funciones y, en la debacle, no descarta crecer un poquitín sin preocuparse por el desarrollo. Sobran los nombres, faltan las ideas... pero qué más da, si a fin de cuentas quien ocupe Los Pinos no gobernará, sólo administrará problemas.

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En ese cuadro, quizá, producto de la homologación de la fecha electoral que llevó a renovar doce gubernaturas al mismo tiempo, inquieta lo ocurrido.

Si prácticamente el conjunto de los mandatarios salientes son objeto de persecución política o judicial por haber saqueado las arcas, hipotecado a su entidad o despilfarrado los recursos, la idea del crimen organizado en el poder es algo más que una posibilidad. ¿Bajo el gobierno de quién está la gente, del crimen organizado tolerado por la ley, la complicidad y los partidos?

Los tres grandes partidos traen candidatos al penal, y gobernadores sin recursos.

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Entra el país en una crisis de proporciones insospechadas, sin liderazgos firmes ni partidos consolidados. Una crisis cuyos barruntos se advirtieron una y otra vez... es, como diría el Premio Nobel de Literatura, una fuerte lluvia la que va a caer.

Sobreaviso12@gmail.com

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