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Tornándose a tiranía

No hagas cosas buenas...

ENRIQUE IRAZOQUI

Sin lugar a dudas el deceso de don Carlos Herrera Araluce y sus honras es el acontecimiento de mayor relevancia en la vida pública de La Laguna de los últimos días. La trascendencia empresarial de Herrera es de gran calado y sin duda alguna contribuyó en gran medida al desarrollo económico de la región, particularmente en Gómez Palacio. Miles de fuentes de empleo creó don Carlos.

A la par de su importante empresa quesera, el recién finado también tuvo una prolífica carrera política, siendo alcalde en dos ocasiones. La primera fue en la década de los setenta y regresaría para un segundo período en el ocaso del siglo XX. Arrasó en las elecciones de 2003 donde se hizo de una diputación federal a la cual pidió licencia en el primer día de su encargo para buscar la candidatura del PRI al gobierno de Durango la cual finalmente no consiguió; su hija Leticia está continuando su legado en el arena pública: ya fue alcaldesa, diputada federal y ahora senadora. A partir del próximo mes de septiembre volverá a ser presidenta municipal.

Estas características hicieron que don Carlos desde hace cuarenta años fuera el hombre de real poder en su ciudad y pocas cosas podrían ocurrir en el municipio e incluso en diversas regiones del estado de Durango si el señor no lo consentía.

Por supuesto que fue también un hombre controversial, su recio carácter y algunas de sus anécdotas incrementaron la fama de hombre de cuidado. Descanse en paz.

Sin embargo, escribir sobre la vida de Carlos Herrera merece una documentación mucho más profunda que con la que cuento en este momento. Además obligación es respetar el duelo por el que pasa ahora su familia, pero no se debe dejar de mencionar la trascendencia de su partida.

Ahora bien, luego del entorno que suscitó la noticia del fallecimiento de don Carlos, resulta que el gobernador Rubén Moreira ha vuelto a la carga en cuanto a incidir en la vida privada de los ciudadanos coahuilenses. De buenas a primeras el mandatario quiere impedir que se realicen eventos musicales o bien que en bares y sitios de jolgorio se toquen los narcocorridos, incluso en las estaciones de radio donde se transmita este tipo de piezas musicales.

Una vez lanzada esta novedosa disposición, el gobernador fue cuestionado acerca del marco legal aplicable para tal disposición. Evidentemente Moreira Valdez no tuvo respuesta inmediata, porque sencillamente no existen normas aplicables a tal idea.

Pasaron los días y el gobernador ya encontró la solución: retirará la publicidad oficial a las estaciones de radio donde programen este tipo de música y ordenará a los municipios (descarten a la capital y a Monclova, donde gobiernan alcaldes extraídos de oposición) que nieguen los permisos a aquellos eventos donde se combine la venta de alcohol y se escuche música que ensalce la violencia.

Una vez más surge el gobernador que vuelve a mostrar su rostro autoritario y ahora prohibirá de hecho que se toque esta música masivamente sólo porque a él no le gusta.

Ya logró sacar los casinos de Coahuila (que eran centros de operaciones y financiamiento del crimen, hay que puntualizarlo también) mediante la fuerza, no del derecho; ordenó al Congreso servil con el que cuenta prohibir las corridas de toros arguyendo maltrato animal; se declara en contra de la despenalización de la marihuana (lo cual está en todo su derecho) regular la operación de bares y restaurantes hasta las 2 de la mañana; y por otro lado legisla para dar cabida primero que nadie a figuras novedosas de última generación: matrimonios igualitarios, adopciones por parejas homosexuales, divorcio incausado. Todas ellas de corte liberal.

Parece un gobernador contradictorio. En su estado se reconoce la nueva realidad de muchas familias y relaciones afectivas, pero por el otro lado restringe el derecho del individuo, si éste desea apostar, presenciar corridas de toros o escuchar un tipo de música en particular.

Respetable y hasta loable que el mandatario estatal se haya preocupado por actualizar la ley en cuanto a las cada vez más comunes realidades coahuilenses, aun cuando no todos estemos de acuerdo. Confieso que yo detesto las apuestas en general, nunca he fumado marihuana, soy un "villamelón" de la tauromaquia y detesto los narcocorridos, por las mismas razones que arguye el señor gobernador para su eventual prohibición. Pero cuando prohíbe los toros para fregar a Armando Guadiana, restringe las parrandas y ahora coacciona la elección de la música, se desvanece la idea de que es un progresista y se torna más a tiranía.

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