Las naciones están en permanente construcción. El sentido de comunidad es un ente vivo que se alimenta, todos los días, de lo que vemos, de lo que escuchamos, de las observaciones que hacemos. Es de ahí de donde sacamos conclusiones; es así como decantamos una interpretación de nuestro ser social. Los símbolos son parte de nuestra convivencia. Algunos nutren el respeto a las leyes y a los demás. Otros justo lo contrario. Hace más de tres lustros que sabemos de un gran monumento a la impunidad.
Uno camina por los pasillos en los que dejaron sus vidas maestros como José Gaos o Edmundo O'Gorman por citar sólo a dos, y supone estar en el semillero de la reflexión, en el reino de las ideas y la libertad, es la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Pero es imposible no topar con la mácula. Hay un espacio de barbarie que desafía cualquier convivencia, que reta los principios básicos del proceso civilizatorio. Todos comentan lo que allí ocurre, se sabe de los desmanes, de la violencia, del cinismo como gloria de su triunfo. La vejación comienza por el nombre: ya no es Justo Sierra sino Che Guevara. Independientemente de la valoración de los personajes, el hecho concreto es que la autoridad no ha podido recuperar ese espacio que es pequeño si se la compara con el resto del campus. Pequeño, pero muy significativo. Allí está la afrenta viviente, nos apoderamos del auditorio y nada nos ocurre.
La afrenta no es sólo a la UNAM. Es nacional porque la Institución ha quedado atrapada en ese limbo en el cual las autoridades universitarias, una vez más, demandan la aplicación de la ley, pero ella recae en las autoridades locales de la CD/MX y las federales. La coordinación es un ejercicio muy difícil. Allí aparecen los fantasmas de los cálculos políticos. El respeto a las instituciones es lo de menos. Resultado, los ganadores de los miedos y titubeos son justamente los que usurpan. La pedagogía es terrible, cuántas generaciones han egresado de esa Facultad con la convicción profunda de que la ley se detiene en los linderos de la UNAM, cuántos mexicanos circulan convencidos de la impotencia del país para perseguir a quienes se mofan de la ley, cuántos actos vandálicos se han gestado al cobijo de la imagen de que los violentos pueden más que todas las instituciones nacionales. En la majestad del estado no caben las pequeñas excepciones, los insurrectos a modo.
"Violencia en UNAM por un dealer" cabeceó Excélsior el 26 de febrero, un solo individuo jaquea a la Institución. Increíble. "Encapuchados retan a la UNAM" fueron las ocho columnas al día siguiente. "Colectivo 'Okupa Che' desafía a la UNAM". A pesar de las torpezas policiacas, el dealer cayó y todo parecía encauzarse a un final distinto en el cual los retadores la pagan. Acción- reacción. Por fin. En el horizonte de la coyuntura está un Rector con bríos, dispuesto a entrar con todo y desafiar a los desafiantes. Pero de pronto el "Yorch" es liberado, la juzgadora argumenta que las cantidades de todo tipo de drogas no eran suficientes para proceder. Nadie defendería la violación del debido proceso por el rescate del Justo Sierra. Pero el Rector Graue da voz al asombro y molestia. Una vez más todo pareciera una conjura para evitar cualquier posible riesgo político que desate a los ultras. El chantaje nacional continúa.
Como en 1999 y el 2000, habemus aspirantes a la candidatura en el 2018, tanto en Gobernación como en la Jefatura de Gobierno de la CD/MX. Las aspiraciones siempre entierran las maniobras delicadas. México es un país rehén de la política en el que pocos se atreven a ejercer el mandato de aplicación de la ley por sistema. Allí la debilidad. El capricho alimenta la especulación del reto: no se atreven. Y sigue la afrenta dando. México, un país de 120 millones de habitantes, potencia intermedia, no puede recuperar un auditorio, es incapaz de hacer valer la ley en la principal universidad estatal cuyo campus central está en medio de la capital de la República.
El monumento a la impotencia gubernamental, a la veleidad de nuestro estado de derecho, al carácter acomodaticio de los criterios, se ha convertido en una constante de nuestra convivencia. Como ya ha ocurrido, lentamente, las notas sobre la liberación del "Yorch" y, más importante, sobre la ocupación por parte de 'Okupa Che', van desapareciendo. ¡Viva la impunidad! El olvido ronda contra la voluntad del Rector Graue que quiere aprovechar su momentum de inauguración para recuperar no un auditorio, sino la dignidad institucional, México incluido. La aplicación de la ley no tiene color político. No hay ilegalidad progresista. La debilidad de la UNAM es la del estado mexicano y viceversa. Además, ya envalentonados, el 'Okupa Che' puede tener descendencia. Lo busca. Pero eso será problema de los que lleguen a la silla de sus sueños en un país acostumbrado a tragarse las afrentas.