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UNA JORNADA INOLVIDABLE

HIGINIO ESPARZA RAMÍREZ

Cinco de junio de 1968: Dos de la madrugada. Sala de redacción en penumbra, la reja que da a la avenida Matamoros, cerrada con cadena y candado para que los encargados nocturnos del diario competidor creyeran que ya habíamos concluido la jornada diaria.

En los talleres y redacción aguardaban ansiosos redactores de guardia, correctores, linotipistas, formadores y prensistas: afuera, voceadores extrañados por la inusual demora también esperaban, ignorando los motivos del retraso.

Las secciones adicionales que regularmente componían el periódico, formadas y corregidas, entraron anticipadamente a las rotativas. Sólo quedaban en blanco los espacios correspondientes al cabezal de ocho columnas y la nota principal..

Nadie hablaba en la sala donde los "divateles"o aparatos receptores enlazados a Nueva York generaban la información internacional. Mudas del mismo modo las máquinas de escribir, un silencio solamente interrumpido por el monótono traqueteo de las teclas electrónicas enviando la interminable prueba ryryryryryryryry señal inequívoca de que la transmisión continuaría más allá de la medianoche.

Tensos, unas veces sentados sobre los escritorios y otras de pie ante los transmisores, el jefe de redacción, los dos redactores de guardia y el profesor Joaquín Sánchez Matamoros, corrector, redactor, columnista, supervisor, linotipista, formador de ramas (las de plomo con las que se imprimen las hojas que formarían el periódico), vigilante nocturno, astrónomo, poeta, bohemio, romancero y lanzador de beisbol, mantuvieron de buen humor su prolongado acecho, con la firme intención de ganarle a la competencia.

En los talleres los trabajadores no desesperaban, fieles a sus tareas. Platicaban en susurros y se emocionaban ante la posibilidad de compartir la exclusiva. Ni cansancio ni fastidio los alteraba, había alegría, compañerismo y un enigmático espíritu de aventura... nocturna. Se regodeaban porque sabían que esa noche tendrían una excusa creíble para esperar el nuevo día en el bar "La Fama" de don Héctor Ríos, ubicado a media cuadra de distancia, su tercer hogar.

Transcurría el tiempo entre vuelta y vuelta a la reja para ahuyentar a los espías del periódico antagónico ubicado en la misma avenida Matamoros, a dos cuadras de distancia. (La extinta Opinión, por más señas) Un espionaje válido porque les daría la certidumbre -si es que caían en el engaño- de que ya habíamos concluido la jornada y por lo tanto ellos también cerrarían la edición a fin de salir a la calle cuanto antes, apremiados por exigencias de horario y circulación, como así sucedió. . Ellos del mismo modo se encontraban en duermevela por parecidas circunstancias, pero no aguantaron el ritmo)

Siguió apagado el mayor número posible de lámparas y disminuyeron movilizaciones y cuchicheos. Se caminaba con el menor taconeo posible entre los talleres y la redacción, por parte de los operarios que no cesaban de dar vueltas exigiendo con mirada punzante el material.

De repente todo cambió, carreras, brincos, gritos y órdenes entrecruzadas se sucedieron vertiginosamente.

Con manos temblorosas los redactores apresuradamente cortaron a lo ancho la tira donde aparecía impreso el cable con el fatídico reporte. Faltaban minutos para las tres de la madrugada.

Los flash flash flash centelleaban en la hoja de papel del teletipo y las máquinas de escribir sacudieron la inmovilidad impropia de sus funciones.

En medio de gran barullo, los talleres recobraron vida, arrancaron a su máximo los motores de la potente rotativa que igualmente se hallaba en ansiosa espera y despertaron los voceadores, quienes aprovechando el dilatado tiempo no incluido en sus actividades rutinarias, dormitaban sobre las banquetas, en triciclos y vehículos automotores estacionados en doble fila por la avenida Matamoros.

Fue breve la transmisión, apenas dos párrafos concisos enviados directamente desde la oficina sede de la agencia United Press International ubicada en Nueva York a los receptores locales..

Con los datos recabados de antemano referidos a la gravedad del suceso, se elaboró un amplio informe de todo lo acontecido hasta ese momento y surgió una nota completa.

Diez o quince minutos más tarde a velocidad extraordinaria salió el diario a la calle, con un impactante encabezado de grandes y apesadumbradas letras: Murió Robert Kennedy.

(Fue ésta una información exclusiva de El Siglo de Torreón que nadie más difundió a nivel regional en Coahuila y Durango y en una gran parte del país).

De vuelta a la redacción en el transcurso de la tarde de ese día memorable, los autores del "madruguete" -Armando Ramírez Mijares, jefe de Redacción, Rodrigo Caballero Contreras, cablista, el maestro Sánchez Matamoros y el que esto escribe, simulamos que sólo habíamos cumplido con nuestro trabajo diario, pero también nos sacudía la emoción, una reacción que disfrutaron por igual trabajadores de todos los departamentos, empleados administrativos, directivos, funcionarios medios y voceadores adictos al periódico de sus preferencias.

Los protagonistas de esta inolvidable aventura periodística, fuimos los primeros en tomar en nuestras manos los ejemplares recién salidos de la prensa y con ellos regresamos a casa sabedores de que no habría regaño conyugal por llegar con los ya avanzados rayos del sol encima.

Con una sonrisa de oreja a oreja que le duró las 24 horas del día, nuestro director general don Antonio de Juambelz y Bracho nos felicitó y ordenó la elaboración de ceniceros conmemorativos del éxito periodístico, pero lo que más nos alegró fue la aparición de nuestros nombres -cosa que no sucedía con frecuencia- en la nómina azul sabatina, la de los sueldos extraordinarios creada por don Alfonso Esparza, gerente general, para premiar a los trabajadores sobresalientes de la semana.

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