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Una nueva cosmovisión sobre el ambiente

A la ciudadanía

GERARDO JIMÉNEZ G.

El origen y evolución de las poblaciones ocurre asociado a la disponibilidad de recursos naturales, particularmente de ríos, pastizales, bosques o mares, de hecho, la mayor parte de las civilizaciones antiguas surge en las riberas de ríos o en litorales. Esas poblaciones originarias adquirieron identidad a partir de ese ambiente que les rodeaba y desarrollaron no sólo actividades productivas que les proveían alimentos y otros bienes, también construyeron una cosmovisión con respecto a su entorno.

En el caso de México, diferenciado por condiciones geográficas y climáticas entre el norte árido al que los antropólogos llaman Aridoamérica, y el centro-sur templado y tropical denominado Mesoamérica, las poblaciones originarias y durante los señoríos antiguos crearon su cosmovisión basados en una relación armoniosa con la naturaleza, sus propias deidades simbolizaban los rasgos o eventos del entorno en que vivían.

Esta visión global o cosmovisión sufre un cambio drástico con la conquista española y el posterior advenimiento del capitalismo en los siglos XVI y XIX, respectivamente, donde los recursos naturales, e incluso la población nativa con la implantación de la encomienda, se convierten en bienes patrimoniales privados y en mercancías, se rompe la armonía con el ambiente que sólo subsiste en algunos grupos étnicos.

En el norte árido, donde al ocurrir la conquista y colonización ibérica era habitado por grupos nómadas recolectores y cazadores, aquellos genéricamente denominados chichimecas, sufrieron el embate que les condujo a un exterminio que casi los extingue, pero ojo, algunos de ellos como los tarahumaras, quizá el más simbólico que no habita propiamente en el desierto sino en los bosques templados de la Sierra Madre Occidental, conservaron, en medio de la devastación capitalista de la masa forestal, su cosmovisión y son hoy en día quienes salvaguardan gran parte de la biodiversidad existente en esos lugares.

Mientras, en las zonas de pastizal y los valles que disponen de agua mediante precipitaciones mayores de 400 mm o de escurrimientos y depósitos subterráneos asociados a los ríos, hoy habitados por poblaciones criollo-mestizas, la biodiversidad que otrora existió en amplias extensiones y corredores de fauna y flora se limita a ínsulas, algunas de ellas sujetas a protección legal con la figura de áreas naturales protegidas.

Los mismos ríos han sido represados para controlar inundaciones y aprovechar el agua para la irrigación de cultivos en esos valles, interrumpiendo los flujos de agua superficial y reduciendo los hábitat ribereños a pequeños tramos y los volúmenes de recarga de los acuíferos, los cuales, para colmo de males, se están sobreexplotando al extraer de ellos más agua que la recargada en forma natural.

Algunos dirán que estos son los costos inevitables del avance civilizatorio o el progreso que cursan las sociedades, que la naturaleza para eso está, para proveer bienes a la población, pero tal justificación es consuelo de tontos porque si bien los recursos naturales pueden usarse, la forma en que se aprovecharon invoca la irracionalidad con que se hizo al devastar amplias zonas con ecosistema y hábitat naturales, convirtiéndolos en ecosistemas antopizados.

Ahora, si bien esto es la realidad que tenemos enfrente el reto es cómo modificamos esos usos de los recursos naturales y productivos con una visión más racional que evite continuar devastándolos, o como dice el discurso de moda, cómo los aprovechamos de manera sostenible. Reto nada fácil porque como sociedad carecemos de cultura ambiental, es decir, tenemos una valoración sumamente pobre del entorno natural, quizá por desconocimiento de los procesos ecológicos que ocurren en él o por simple y llano interés mezquino de verlos como mercancías.

Lo anterior es, lamentablemente, evidente en nuestra región, donde hemos creado una brecha hídrica muy ensanchada que en vez de reducirla la ampliamos al continuar demandando mayores volúmenes de agua para nuestras actividades productivas o domésticas, sin importarnos que es un recurso finito, o la escasa atención que prestamos a la flora y fauna silvestre que aún nos queda, gran parte de ella albergada en pequeños espacios que hemos declarado bajo protección para conservarla.

Podemos afirmar que la ausencia de esa cultura ambiental se origina en la escasa o nula educación ambiental que nos provee el sistema educativo formal, la propia familia o las comunidades donde vivimos y laboramos, lo cierto es que nuestros valores sobre el ambiente en que vivimos son limitados como los propios salarios mínimos, no alcanzan para entender lo que sucede.

Esto, de alguna manera, tiene explicación y requiere soluciones estructurales que el sistema educativo no puede otorgar, al menos en el corto plazo, pero lo que también es explicable y nada justificable es continuar usando recursos como el agua de manera irracional e ilícita, como sucede con las extracciones que realizan los concesionarios en nuestros acuíferos, en particular los grandes usuarios que monopolizan esas concesiones y que esta concentración la han convertido en una fuente de poder que usan para reducir las capacidades de las instituciones responsables de regular su uso.

Tampoco es justificable mantener una baja asignación de fondos públicos para gestionar las áreas naturales protegidas, necesarios para facilitar un manejo sustentable de los recursos naturales en estos espacios y hacer compatible la presencia humana en ellos con los ecosistemas naturales que escasamente aún conservamos, menos aún, permitir a concesionarios que invadan y destruyan los ecosistemas ribereños como sucede en el Cañón de Fernández.

Requerimos revalorar el ambiente en que vivimos, los recursos que nos proveen servicios necesarios para la vida, pero también incidir con quienes toman las decisiones que amenazan continuar devastando o explotándolos irracionalmente, sean usuarios o funcionarios, necesitamos crear nuestra cosmovisión o visión global propia que nos garantice el uso sustentable de esos recursos naturales porque en ella está nuestro futuro. Es parte de nuestra educación ciudadana.

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Escrito en: GERARDO JIMÉNEZ G.

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