Por lo que se sabía hasta la noche de ayer, en la masacre del bar de Orlando, Florida, la más grave perpetrada a tiros en la historia de Estados Unidos, y el peor atentado terrorista en suelo norteamericano desde el 11 de septiembre de 2001, confluyeron tres elementos que por sí mismos representan una amenaza para ese país y para Occidente en su conjunto: el extremismo, la homofobia y la venta de armas.
De acuerdo con las primeras investigaciones, Omar Mateen, un ciudadano estadounidense de 29 años, fue quien la madrugada del domingo disparó un fusil de asalto AR-15 (utilizado por ejércitos convencionales, incluyendo el de Estados Unidos) contra la multitud de personas que se dio cita en el bar gay Pulse, causando la muerte a medio centenar de asistentes y heridas a otros tantos.
La información que se ha ido generado apunta a que, a pesar de que Mateen había sido investigado por el FBI por presuntos nexos con radicales islámicos, tenía fácil acceso al mercado de armas de alto poder, como la que utilizó para llevar a cabo la matanza. Además, la sospecha de sus vínculos con el grupo terrorista autodenominado Estado Islámico parece confirmarse con la reivindicación que éste ha hecho del atentado.
Sin embargo, al extremismo y la falta de control en la venta de armas se suma un tercer factor: el odio hacia los homosexuales. Familiares del presunto terrorista han dicho que Omar Mateen era una persona homofóbica. La homofobia, al igual que el machismo y todo tipo de intolerancia, sea de género o racial, es uno de los principales males de nuestro tiempo que provoca odio y división en las sociedades.
Los tres elementos presentes en este coctel plantean para Estados Unidos, en particular, y para Occidente en general, un desafío de grandes dimensiones, sobre todo en el contexto de la campaña presidencial del país más poderoso del mundo. Las reacciones ante el acto atroz no se han hecho esperar, pero llama la atención lo extremo de las mismas.
Mientras la mayoría ha mostrado su humanidad y solidaridad con las víctimas y sus familiares, algunos, como el propio candidato republicano Donald Trump, han aprovechado el hecho para justificar su política antiinmigrante. Pero lo que más sorprende e indigna es que existan personas que lejos de condolerse por una masacre así, la aplaudan por el hecho de tratarse de homosexuales, pensamiento que los une moralmente con el asesino.
Por otra parte, el debate sobre la necesidad de poner un freno a la venta de armas se reaviva con esta matanza, la cual recuerda, por la forma mas no por el fondo, a las ocurridas en México en el contexto de la llamada guerra del narcotráfico. Regiones como La Laguna tienen aún la herida abierta por los atentados a bares perpetrados por grupos criminales con armas procedentes del mercado norteamericano.
El reto hoy no sólo es hacer frente al extremismo islámico como si fuera un enemigo que viene de afuera de Occidente. Se requiere construir bases institucionales sólidas para acotarlo y despojarlo de su sustento ideológico. De la misma manera es necesario acabar con la homofobia, que no es otra cosa que intolerancia ligada a la ignorancia y los prejuicios. Pero también, los gobiernos deben trabajar para que un arma no llegue tan fácilmente a manos de cualquier ciudadano, mucho menos a las de desequilibrados mentales, criminales, fanáticos y homofóbicos.