A papá…
Ciertas voces radicales pregonan sin más, que los radicalismos no sirven para nada. Eso no es así. Las posturas extremas son útiles faros que nos orientan a quienes buscamos afanosamente la equidistancia. Ese hipotético punto en el que se alcanzan a reconocer las bondades o maldades de cada perspectiva y cada convicción.
La defensa a ultranza de los derechos de un individuo o grupo, por ejemplo, puede significar el atropello de otros individuos o colectivos. Peor todavía, abre la posibilidad de que los defendidos, convencidos de que nada es más importante que sus derechos, se coloquen a sí mismos en riesgos innecesarios que atenten contra su vida y su integridad.
Para no hacer tantos rodeos, me refiero a la prudencia y a su necesaria presencia en una sociedad como la nuestra.
Pongámoslo de este modo: un ladrón que hurta mi propiedad es culpable del robo bajo cualquier circunstancia; pero, si yo dejé la propiedad en cuestión expuesta, con el argumento de que "es mía y mi derecho a la propiedad es inalienable", yo mismo facilité las cosas al ladrón. Sin duda, él es y será culpable del hurto, pero yo soy responsable de mi imprudencia.
Hoy muchos defensores de causas, indudablemente nobles, radicalizan tanto su postura que terminan incitando a la imprudencia y, con esto, al incremento de víctimas. Insisto, para que no se preste a confusiones: una cosa es la culpabilidad y otra muy distinta el descuido imprudente.
En ningún caso de agresión sexual, para dar un ejemplo concreto, la víctima es culpable de nada. Pero, los defensores de las víctimas de ese delito, harían bien en pensar en promover la prudencia como un medio, si se quiere poco deseable pero necesario, para reducir la incidencia.
Quienes defienden los derechos de cualquier grupo vulnerable, no importa la naturaleza del mismo, necesitan reconocer a la falta de prudencia como una condición de posibilidad para que victimicen a sus defendidos. De lo contrario, corren el enorme riesgo de llevarlos al matadero.
La petición de prudencia no mina el derecho defendido. Al esconder mi cartera para evitar que quede a la vista, no estoy negando mi derecho a poseerla. Al cruzar la calle, atento, en estado de alerta ante los automovilistas mal educados, no elimino mis derechos peatonales. Y es que, en todo caso, ¿de qué sirven esos derechos si pierdo la vida arrollado?
Las sociedades contemporáneas comprenden una enorme complejidad. Por su dinámica, los riesgos están presentes en cada momento y lugar.
Entiendo la pasión con la que algunos defienden ciertos derechos y apoyo incondicionalmente sus luchas (aunque muchas veces no comparta su perspectiva). No obstante, me preocupan las víctimas que se hubieran podido salvar, con un poquito de prudencia.