Lo que pocos imaginaron hace un año está a punto de concretarse: Donald Trump, el controversial magnate neoyorquino, será el candidato presidencial por el partido Republicano.
Tras la salida del texano Ted Cruz de la contienda, quedó el camino libre para que Trump se convierta durante la convención republicana en el adversario del candidato o candidata del partido Demócrata.
Cuando en junio de 2015 el empresario inmobiliario se lanzó en pos de la candidatura, recibió críticas muy duras tanto al interior del partido Republicano como de la ciudadanía norteamericana, en especial por sus ataques racistas en contra de mexicanos y en general de los inmigrantes.
Todo mundo pensó que la aventura política de Trump terminaría pronto y sería cuestión de semanas para que regresara a sus actividades de organizar concursos de bellezas, construir edificios, y administrar casinos y hoteles.
Pero no sucedió así. Para sorpresa de muchos Trump terminó rebasando por la extrema derecha a la casta republicana que había vivido estos años apoltronada en sus ideas y reacia a cualquier avance con el gobierno de Obama.
Si los republicanos hubieran negociado en su momento una reforma migratoria con los demócratas, seguramente el tema habría pasado a un segundo plano y no habría sido explotado políticamente como lo hizo Trump a lo largo de estas elecciones primarias.
Lo mismo en otros temas como salud, comercio y política exterior en donde los republicanos han estado cerrados a la discusión.
Ahora llega el bocón de Trump con anuncios espectaculares como la construcción de un muro entre Mèxico y Estados Unidos, que además sería cobrado a nuestro país, lo que le genera muchos adeptos entre la clase blanca trabajadora y la empresarial que ansían que su país sea el imperio invencible y todopoderoso de antaño.
A pesar de ser un outsider de la dirigencia del partido Republicano, Trump logró doblegar a figuras de prestigio y trayectoria como Jeff Bush, Ted Cruz y Marco Rubio, quienes terminaron por salirse de la campaña ante el avance arrollador del polémico magnate.
No es por cierto la primera vez que se vive un cisma en el partido Republicano. Ocurrió en 1976 cuando Gerald Ford, entonces presidente de los Estados Unidos, venció en una apretada elección a su durísimo rival Ronald Reagan.
En la convención republicana de ese año no daban crédito de cómo un gobernador sureño de corte conservador lograba poner contra la pared al huésped principal de la Casa Blanca. Ford logró de última hora los amarres necesarios para salir victorioso de la contienda.
Pero no le duró mucho el gusto porque unos meses después Jimmy Carter derrotó en las elecciones presidenciales a un débil Ford, quien cargó con el peso de haber perdonado a Richard Nixon.
En cambio Reagan regresó cuatro años después para triunfar en las elecciones de 1980 e iniciar su exitosa presidencia de ocho años.
Hoy la crisis republicana es un tanto distinta. Es la cúpula en pleno la que ha intentado una y otra vez descarrilar la candidatura de Donald Trump ante las posturas punzantes del empresario.
Sin embargo, a estas alturas sería un error de la jerarquía del partido intentar descalificarlo cuando ya logró aglutinar a los electores republicanos y de paso convertirse en un serio aspirante a la Presidencia de Norteamérica.
Quedan sin embargo muchas dudas por despejar. Una de ellas -muy importante- es saber si Trump, ya con la candidatura en la bolsa, moderará su posición en torno a México y los inmigrantes o si por el contrario tomará vuelo para radicalizar todavía más sus propuestas.
Pronto sabremos también si Trump tenderá una mano a su partido para lograr la reunificación y luchar juntos en la contienda presidencial que está a la vuelta de la esquina. O bien si endurece y condiciona la reconciliación con los republicanos a cambio de otras prebendas.
Por último será crucial la designación del acompañante de Trump en la fórmula electoral, anuncio que tradicionalmente se realiza en la convención republicana y en donde se busca un perfil que complemente al candidato presidencial.
Todavía dista un largo camino por recorrer para enfrentar al partido Demócrata, cuya dinastía Obama-Clinton peleará a capa y espada y hasta con los dientes su permanencia en la residencia número 1600 de la avenida Pennsylvania.
Por cierto, los demócratas viven tiempos complicados toda vez que Hillary Clinton, otrora la gran favorita, no ha logrado afianzar la ventaja sobre su contrincante Bernie Sanders.
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