VIDA DE DON QUIJOTE Y SANCHO CERVANTES 400 AÑOS
En 1905, con motivo de haberse cumplido trescientos años de la aparición de la I Parte de El Quijote, se publicaron algunos de los estudios más sobresalientes que hasta ahora se han escrito sobre la genial novela. Uno de estos libros clásicos es el que con el título de "Vida de Don Quijote y Sancho" dio a luz en el referido año don Miguel de Unamuno, a quien se conoció en su tiempo como "la primera figura literaria de España".
Para desarrollar su comentario, Unamuno sigue el orden del capitulado del propio libro de Cervantes. En cada uno hace referencia a los hechos que se narran, pero sólo sobre los relativos a la vida de Don Quijote y Sancho, como reza el título de la obra, y luego expone el autor las reflexiones que esos hechos le suscitan.
Tal enfoque tiene el inconveniente de que Unamuno pasa por alto no pocos capítulos de El Quijote. Entre otros, por ejemplo, el 6 de la I Parte, en el cual se narra el donoso escrutinio que el cura y el barbero hicieron de los libros de la biblioteca personal de Don Quijote, básicamente compuesta por libros de caballerías, y que tuvo como resultado echar un buen número de éstos al fuego, precisamente los que dichos personajes consideraron que le habían secado el seso al caballero manchego y llevado a cometer las locuras en que incurrió en su primera salida. Como este capítulo, afirma Unamuno, es de "crítica literaria, que debe importarnos muy poco", puesto que "trata de libros y no de vida", "pasémoslo por alto", dice.
Dos elementos distintivos caracterizan el extenso estudio de la vida de Don Quijote hecho por Unamuno. Uno que llama poderosamente la atención, consiste en las numerosas referencias comparativas que hace entre el célebre personaje cervantino y San Ignacio de Loyola, fundador de la Compañía de Jesús.
De tales menciones comparativas conté exactamente 35, casi todas -con excepción de dos o tres- para poner de relieve más bien el enorme parecido o similitud entre Iñigo de Loyola y Don Quijote. Al efecto Unamuno toma como fuente, por lo que hace al primero, la biografía escrita por el jesuita Pedro de Rivadeneira, quien fuera secretario del propio San Ignacio, publicada veintidós años antes de la aparición de El Quijote.
El parecido entre ambos personajes, literario uno, real el otro, lo encuentra el autor no sólo en la común vocación de los dos por las armas, su fe en Dios, su gusto por cabalgar y la alta misión que se impusieron, sino también lo trata de hallar Unamuno en cuestiones tales como el temperamento de ambos, supuestamente colérico, y aun en su parecido físico pues "yo deduzco -escribe Unamuno-, aunque el puntualísimo historiador de Don Quijote no nos lo diga, que éste era también de frente ancha, espaciosa y desarrugada, y además calvo", es decir, como San Ignacio.
El otro rasgo importante en la serie de reflexiones que Unamuno hace, a propósito de las vivencias y actitudes de Don Quijote, es la aplicación de éstas al presente y futuro de su patria, España.
Sobre el punto, basta citar un pasaje unamuniano que no tiene desperdicio. Es a propósito del capítulo 45 de la I Parte de la inmortal novela. Está referido el comentario al valor de que hace gala Don Quijote. "Este valor -dice Unamuno- es el que necesitamos en España, y cuya falta nos tiene perlesiada (debilitada) el alma. Por falta de él no somos fuertes, ni ricos ni cultos; por falta de él no hay canales de riego, ni pantanos, ni buenas cosechas; por falta de él no llueve más sobre nuestros secos campos, resquebrajados de sed, o cae a chaparrones de agua, arrastrando el mantillo y arrastrando a veces las viviendas".
¿Sostendría Unamuno esto mismo de su patria poco más de un siglo después? ¿No será que México tiene también perlesiada el alma por la falta de valor, de valor quijotesco, de sus hijos?
Juan Antonio García Villa
