Los invito a traer a la memoria los siguientes rostros: meloneros en las cruceros, migrantes afrodescendientes que aparecen en las calles, unos maestros revoltosos en el sur del país, gente que no olvida a sus desaparecidos, unos millones de pobres que afean nuestro panorama, jóvenes improductivos que no se ponen ni a estudiar ni a trabajar y muchas otras "realidades ajenas" que, como afirma la conductora de la televisión matutina Andrea Legarreta, "no afecta a los mexicanos": ¿por qué no nos afectan?
Como es fácil de constatar hay actores que participan o se involucran con distintas realidades para colaborar en su transformación, al mismo tiempo que existe una suerte de "ciudadano promedio", grupo mayoritario o no, integrado por aquellos que en una forma superficial del análisis de los conflictos y problemáticas sociales, no participan de manera activa en los movimientos de resistencia de ninguna índole, es decir, son aquellos que en el transcurso de su cotidianeidad "no se ven" mayormente afectados por la violencia.
Primo Levi describe un tipo de civiles (2005) que han callado muchas cosas por una ignorancia buscada, ya sea por complicidad o por miedo. Describe así un tipo de ciudadano común que se somete a la autoridad, en un acto parcial de la voluntad motivado por un supuesto instinto de supervivencia. Julián Marrades (2004) resalta el papel que de una forma u otra juega el ciudadano promedio en los conflictos y utiliza en primera instancia el calificativo de "pasivos cómplices". Estos adjetivos denotan ya una forma de participación en los hechos violentos y una relación con las víctimas.
Jean Améry (2004) al describir el colectivo del ciudadano promedio y sus intereses, afirma que "no atiende sino a su propia seguridad, y no se deja afectar por la vida dañada: mira hacia delante, en el mejor de los casos para que no se repita". El elemento clave es la distancia que existe entre quien se ve a sí mismo como simple espectador, que en su relación con las víctimas encuentra una distancia tal, que le impide el contacto con las agresiones que otros padecen. Dicha posición lo desvincula aparentemente, pues al mismo tiempo se convierte en parte de los sujetos pasivos de la violencia.
Otra manera de llamar a este ciudadano promedio, utilizada por Améry, es bajo la figura de "opinión pública". Este sector muestra poca capacidad de indignación frente a los hechos de violencia que aparecen bajo formas institucionales y por lo tanto legitimadas, por lo menos en el imaginario colectivo, por el hecho de ser cometidas por agentes de la fuerza pública. Este mismo autor utiliza las expresiones "no víctima" y "la inmensa comunidad de ilesos del mundo", para describir a las mayorías que objetivamente no forman parte del conflicto, pero que desde la subjetividad moral de la víctima, juegan un papel protagónico.
Si se quieren transformar las relaciones que dieron origen a los hechos violentos, a los conflictos sociales que escalan en armados, y si se busca construir un escenario donde pueda ser viable un futuro común, entonces es indispensable que víctimas, victimarios y ciudadanos promedio se asuman unos frente a los a los otros, como responsables del tipo de relación que han vivido hasta ahora con los otros sectores.
Para que el ciudadano promedio abandone la actitud de indiferencia, Améry propone la figura de nuevo prójimo. El ciudadano promedio tiene la posibilidad de relacionarse de una nueva forma con las víctimas y con los actores violentos, en la medida que se construya a sí mismo como un nuevo prójimo para los otros. Saliendo del espacio gris al que se cobijó para sacar algún tipo de ventaja, así sea la sola sobrevivencia, o la ventaja de un presunto anonimato que le permitiera una defensa de exclusión del conflicto. Así, tomando rostro en el proceso histórico, humanizándose, es posible que vuelva a ser parte de una comunidad de la que se había excluido al hacerse indiferente.
@davidsecular
