(Segunda parte)
¡Qué coincidencia! Estábamos en el mes de marzo, pero de cincuenta y cuatro años después; ese tercer mes del año que quedó grabado en mis recuerdos imborrablemente: 26 de marzo, día cuando sucede la tragedia de la cual aquella familia completa, aquella familia feliz, pierde a un miembro de la familia: al joven Armando, como solíamos llamarlo, aún cuando su nombre completo era: Eliud Armando: salieron mi madre, las cuatas y él muy de madrugada la mañana de ese día a Morelos, donde tomarían el autobús que los llevaría a pasar la Semana Santa a Ciudad Acuña, al lado de los queridos tíos, Mauro y Natalia, y sus hijos.
La conexión sería de inmediato, sin embargo, el camión que sale de Nueva Rosita a Morelos sale con retraso y cuando llegan a esa población, el autobús que salía de esa población a Ciudad Acuña ya había partido. Ese retraso cambió el curso de la historia de la Familia Rodríguez Rodríguez; no voy a volver a narrarlo otra vez, ya ha quedado escrito para los que algún día se interesen en conocer esta historia, lo cierto es que para mí ha sido una fecha que jamás he olvidado, ya que año tras año recuerdo este drama, esta tragedia y todavía me pregunto: ¿por qué?, ¿por qué tuvo que suceder así?, ¿por qué se truncó la vida de un jovencito tan prometedor como era la de mi hermano Eliud Armando?
Una y muchas veces he mencionado que hay interrogantes en la vida que la respuesta la tenemos a la vuelta de la esquina, hay otras preguntas que hacemos a la vida, al Supremo Creador del Universo que tardan más tiempo en tener respuesta. Hay otros ¿por qué?, que en todo el curso de nuestra existencia jamás tendrán una respuesta.
La triste realidad era que Eliud Armando había ido dejando un gran vacío en nuestros corazones, un gran vacío en nuestro hogar, un dolor que solamente el tiempo, ese bálsamo que sana las heridas del alma, pudo ir curando las causadas en los corazones de nuestros queridos padres y todos sus hermanos: "Me dolió mucho la muerte de mi madre, pero perder un hijo es algo de lo que no se recupera en toda la vida", oí repetir a mi padre una y otra y otra, y muchas veces más.
Pocos recuerdos quedaron de mi estancia en la Escuela Profesor Rubén Moreira Cobos, pero algo que sí quedó en mi mente, es que me sentía muy orgulloso de estar en una escuela de dos pisos. Mi salón de clases se encontraba en la planta alta subiendo la escalera situada en el lado oriente, si mal no recuerdo, era el segundo salón.
En el extremo contrario, en el poniente, se encontraba el salón del sexto año, el cual estaba a cargo de la maestra Guadalupe Zúñiga, con quien me volví a topar muchos años después como mi profesora en preparatoria, una gran maestra, una gran señora, una gran persona, a quien en varias ocasiones, ya viviendo fuera de Nueva Rosita, fui a saludar a su domicilio. No quedó en mi mente ningún rostro, ninguna cara de mis compañeros de grupo ni tampoco el nombre de algunos de ellos, sin embargo, el de mi maestra, María Gándara, jamás lo he olvidado.
Y TAN SóLO ERA UNA MONEDA DE 25 CENTAVOS Por: Dr. Leonel Rodríguez R.