(Tercera y última parte)
El mes de junio de ese año, Pedro termina orgullosamente el curso de la carrera comercial iniciada hacía tres años, se prepara la fiesta de graduación y recuerdo que Olga, la querida tía Olga, la hermana de crianza de mi madre, fungió como madrina de graduación, era quien iba a acompañar a Pedro a la ceremonia y baile donde se le entregaría la constancia de que ya era todo un Auxiliar de Contador y Estenógrafo.
Como recuerdo que a esa ceremonia, mis padres habían invitado a su compadre, Samuel Solano, para que acompañara a Pedro y Olga. Mis padres la andaban haciendo de "cupido" y querían que Olga y Samuel se conocieran, se trataran y se entendieran, ambos eran solteros y sin compromisos, hacían una buena pareja y ¡lo lograron!
A partir de esa ocasión, se siguieron viendo y se siguieron frecuentando, aunque Olga aun vivía en Morelos y dos años después, el 27 de febrero de 1955, contraen matrimonio. Casi estoy seguro que Pedro empezó a trabajar en la empresa minera al mes siguiente, ayudado por nuestro hermano mayor, Nemesio.
Algunas vacaciones de fin de cursos de años anteriores, feliz me iba a pasarlas a Morelos, hospedándome en la casa de los tíos Erasmo y Emilia; ese junio o julio de 1953, no creo que haya sido la excepción. Durante esas semanas, le ayudaba al tío Ezequiel en su cantina; sin embargo, ya no fue lo mismo, el recuerdo de Armando, con quien había compartido muchos momentos felices, como eran las noches que nos íbamos a la Terraza Rosita a ver tres películas pagando con bolsas vacías de Café KaCero, aquellas visitas dominicales que hacíamos a los tíos Elías y Angelina y de la que nunca faltaron las monedas suficientes para entrar al matinee del Teatro Estrella (pero no las suficientes para comprarnos una sabrosa bolsa de palomitas).
Recuerdo esas semanas de vacaciones, triste y nostálgico, tal vez haciéndome la misma interrogante: ¿Por qué había muerto Armando? En varias ocasiones, acudí en compañía de una señora de nombre Julia, que vivía cerca de la casa del abuelo Benito, a visitar su tumba y depositarle una ofrenda floral.
En septiembre de 1953, regreso a cursar el sexto año a la Escuela Artículo 123 "Miguel Hidalgo", ubicada en la Colonia Sarabia. Mi maestro de grupo fue el Prof. Luis Romero de León, era la primera ocasión que tenía un profesor, en los cinco años anteriores habían sido maestras de las cuales el nombre de cada una de ellas no he olvidado.
Muchos recuerdos han quedado grabados en mi mente y en mi corazón de este último año de primaria, muchos de los cuales ya he narrado en remembranzas anteriores, tales como "La Revolcada", que escribí no hace mucho tiempo, al parecer en julio del año pasado, aquellos recuerdos de cuando vi la foto de grupo y que me fue regalada por mi Maestro, Luis Romero de León, a quien tuve el gusto de localizar después de muchas décadas y con quien hasta la fecha continúo en comunicación, recuerdo los nombres, los rostros de muchos de mis compañeros de grupo, algunos de los cuales volví a ver muy esporádicamente a través de estas seis décadas de recuerdos, varios de ellos ya habían partido, a muchos los perdí de vista, ¡cómo me gustaría volver a verlos! O al menos, saber qué ha sido de su vida, o más bien, qué hicieron de su vida.
El 20 de noviembre, participo con muchos niños en un bailable conmemorativo a la Revolución Mexicana, al celebrar el 43 aniversario, y recuerdo que solamente era necesario un pantalón de mezclilla, tal vez un sombrero de paja para participar; sin embargo, mis padres no estaban en condiciones de hacer ese gasto; no obstante, fui tan insistente, tan pertinaz, tan "terco", que me salí con la mía, como suelen decir, e hice que mis padres hicieran juegos malabares en su economía para comprarme ese atuendo. No hace mucho relataba en una de mis remembranzas ese pasaje de mi vida, ese 20 de noviembre de 1953.
De diciembre de ese año, no aflora ningún recuerdo y vaya que ha de haber sido un mes de mucho movimiento, de mucha actividad familiar, ya que iniciado 1954, para ser más precisos, el 3 de enero, Nemesio contraía matrimonio con Flor Estela.
No tengo presente ese 25 de diciembre, pero seguro estoy que la tradicional visita navideña del tío Elías y la tía Angelina no pudo haber faltado, mucho menos los regalos que nos hacían a mis hermanas, Ma. Gloria, las cuatas Ma. Guadalupe y Ma. del Refugio y a mí.
Todos estos episodios de mi vida afloraron del arcón de mis recuerdos, después de tener en mis manos una moneda de 25 centavos acuñada el lejano año de 1953. (Junio del 2016).